Puede decirse que el Hertha y el Union Berlín, los dos principales equipos de la haber alemana, han compartido históricamente una ciudad, pero no un país. Cuando uno estaba en la Alemania Occidental, el otro en la Alemania del Este. Cuando los nazis se apoderaron del primero, la Stasi (servicio de seguridad y espionaje interno de la RDA) intentó hacerlo del segundo. Entre eso y que desde la reunificación pocas veces han coincidido en la misma categoría, los derbis berlineses son una rara avis. Hasta ahora, falta más que merienda (amistosos a salvo).
No hay una gran rivalidad entre las respectivas aficiones, pero sí el peso abrumador de la historia y de la política. Cuando se levantó el tapia de Berlín, el envejecido estadio del Hertha, Die Pumpe, quedó en el interior del sector occidental por pocos metros, pegado a las vías de lo que hoy es la etapa de S-Bahn (metropolitano y trenes de cercanías) de Gesundbrunnen. Los aficionados relegados al sector soviético ya nunca pudieron ir más a los partidos, y los más nostálgicos se acercaban lo más posible a la orientación de separación para seguir con los transistores las incidencias del conjunto y escuchar en vivo los gritos de “gol” que salían de las gradas.
El Hertha fue víctima del nazismo, el Union de la dictadura de la RDA, y uno y otro de la partición alemana
Mientras, en la Alemania Uruguayo, el Union Berlin era el equipo de los trabajadores metalúrgicos –todavía se le conoce como Eisern Union (la unión del hierro)–, y su uniforme totalmente garzo recordaba al de los trabajadores de las fábricas del ciudadela de Oberschöneweide. Aunque en la presente tienen fans de todas las ideologías, ideas políticas y condición social, su alma sigue siendo de clase obrera.
Refundado tras el paso de los nazis, la II Extirpación Mundial y la división del país, el Union desarrolló una gran rivalidad con el Dynamo Berlín (hoy en categoría regional), el predilecto de Erich Milke, ministro de Seguidad y capitoste de la Stasi, que utilizaba su influencia y poder para hacer fichar por su equipo a los mejores jugadores de la RDA, y si con ello no bastaba comprar a los árbitros.
Mientras el Dynamo llegó a cobrar de esa guisa diez ligas consecutivas, el Union se convirtió en el conjunto de los disidentes al régimen, de quienes no creían en el comunismo y de quienes sí creían pero no estaban de acuerdo con que había de ser una dictadura que prohibiera las libertades más fundamentales, como la de poder desplazarse fuera del país y examinar a amigos y familiares en el Oeste, o con que los vecinos se vigilaran y se chivasen de cualquier conducta “pro occidental”. Entre los seguidores de los köpenickers (como se les conoce por encontrarse su estadio en el ciudadela de Köpenick) había numerosos infiltrados.
El Hertha es más de clase media. Su apodo es Die Alte Dame (la Vecchia Signora en ario, como la Juve), y su ciudadela es el elegante Charlottenburg, donde vivían los líderes prusianos. Pero igualmente lleva encima el envoltorio de la historia. Con la presentación del nazismo, los nazis colocaron como presidente del club a uno de los suyos, Hans Pfeifer. Y tras hallarse obligados a traicionar Die Pumpe (en su sitio hay hoy bloques de pisos) para evitar la bancarrota, su nueva casa fue el Olympiastadion, diseñado para las olimpiadas de 1936 por Albert Speer, el arquitecto predilecto de Hitler.
El Hertha tiene muchos más títulos en sus vitrinas, pero la última agrupación se remonta a 1931, hace más de noventa abriles, y esta temporada, a cinco jornadas del final, se encuentra en la zona de descenso. El Union, durante mucho tiempo establecido en la segunda división, se ha consolidado en cambio en la Bundesliga y aspira a clasificarse para las competiciones europeas a pesar de que el Stadion der Alten Försterei (al que se llega atravesando fielmente un bosque) no está homologado por la UEFA y ha de competir los partidos internacionales en el Soberbio. Este año ha ganadería los tres derbis, uno en la Copa y los dos de la agrupación, el final imponiéndose por 1-4 a domicilio. Los hinchas de la Alte Dame se lo tomaron tan mal que exigieron a sus jugadores que se despojaran de las camisetas.
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