El jueves de la semana pasada vi con mis propios luceros la plaza Catalunya convertida en un vertedero de latas de cerveza. Y, más tarde, en televisión, el Camp Nou avasallado por los 30.000 hinchas del Eintracht Frankfurt. Y pensé en Sant Jordi. Por el sentimiento de invasión y por la incomodidad de sus protagonistas.
Es un runrún que recorre las conversaciones entre los que escribimos cuando el 23 de abril ya se deshace en el 24. Hemos pasado seis, nueve horas en las paradas de varias librerías. A algunas se han acercado lectores y hemos disfrutado de varios encuentros memorables, que se han traducido en dedicatorias. Pero en otras hemos estado expuestos durante sesenta minutos y no ha pasado casi nadie. Nos ha ocurrido a todos los no que no somos influencers , superventas ni estrellas mediáticas, pero nos dedicamos en serio a la humanidades. Incluso a quienes estaban en presencia de pilones de su novelística recién premiada y reseñada en todas partes y objeto de entrevistas en televisión. El resultado final de tu marcha profesional es la cesión de diez, treinta, cien libros. El salario imperceptible interprofesional es 7,66 euros la hora y tú cobrarás, en la arqueo de marzo del año venidero, por el día de Sant Jordi, entre 15 y 150 euros de derechos de autor.
Habría que averiguar el modo de que los autores sean compensados por su trabajo de todo un día
La marcha tiene, sin duda, alicientes. Es una fiesta vegetal y letraherida, por momentos preciosa, que impulsa la recitación, las librerías, la entera industria editorial. Pero creo que está olvidándose de quienes la hacen en realidad posible. Las bibliotecas y el Concejo, con buen criterio, han decidido este año los Diálogos de Sant Jordi y la superilla literaria. Porque debe primar, en intención, la humanidades. Y eso significa que en la curación de la fiesta se debe privilegiar la visibilidad y la promoción de libros de carácter cultural y bello. Las instituciones que organizan la Fiesta del Tomo y la Rosa deben respaldar sobre todo los proyectos que sí necesitan respaldo.
Retentiva la perplejidad en la rambla de Catalunya de Petros Márkaris cuando fue textualmente eclipsado por la nalgas de Defreds (“El inclinación es ciego, pero el corazón tiene olfato de lince”). Habría que prever y evitar ese tipo de experiencias, al igual que la importación masiva de entradas de seguidores de equipos extranjeros cuando jueguen contra el Barça. Perjudican la marca Sant Jordi y la marca Barcelona. Y habría que averiguar el modo de que los autores sean compensados por su trabajo de todo un día. ¿Sería muy descabellado que cada repisa que recibe a un autor compre diez ejemplares de su obra y los ofrezca firmados en su locorregional durante las semanas siguientes? ¿Y que las bibliotecas además adquieran sus libros?
La pospandemia es la oportunidad perfecta para reformular esa magnífica marcha. La humanidades y quienes la cultivan son los embajadores ideales del espíritu de la fiesta. Hay que cuidarlos.
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