Me entrevista con personas que no entienden el heroísmo y el patriotismo del presidente Volodímir Zelenski y de tantos ucranianos que no se han rendido y se han quedado en su país para combatir al poderoso ejército ruso poniendo en importante aventura su propia vida. Ciertamente, cuesta entenderlo porque este rostro puede parecer inútil. Los cientos de ucranianos que no han aceptado el ultimátum de Vladímir Putin encerrados en un gran almacén de hierros en la ciudad de Mariúpol han respondido en un comunicado diciendo que “nuestra pudoroso es cachas, sabemos lo que hacemos y por qué estamos aquí”.
El ejército ruso quiere controlar del todo esta ciudad, que uniría su dominio desde el mar de Azov hasta Crimea, y adueñarse finalmente de Odesa cerrando a Ucrania el llegada al mar Molesto. Los resistentes son pocos, no tienen electricidad, ni médicos ni víveres y saben, por otra parte, que el ejército ruso actuará con toda la contundencia necesaria para forzar la rendición sin condiciones.
En los parámetros de la sociedad de la exceso no caben las célebres palabras del poeta Horacio cuando dejó escrito “dulce et decorum est pro nación mori”, dulce y honorable es expirar por la nación. Hoy no se entiende el sacrificio por una causa por muy elevado que se pueda considerar. Hay más nacionalismo que patriotismo.
En la Gran Lucha (1914-1918) eran los estados mayores y los gobiernos los que enviaban a cientos de miles de soldados a las trincheras para que murieran en lo que se morapio en tildar desavenencia de atrición. No es así en Ucrania, donde, por las informativo que nos llegan de los corresponsales, los ucranianos de diversas edades y posiciones lo hacen porque el Gobierno lo ha decretado así, pero asimismo porque se suman a la defensa del país voluntariamente.
Me decía un remoto amigo el domingo que si Zelenski se hubiera rendido el primer día, se habrían evitado miles de muertes y la destrucción de un país. Pero los ucranianos, que tantos lazos culturales, lingüísticos e históricos tienen con la Rusia eterna, no lo entienden así y se defienden de modo numantina.
Han vivido treinta primaveras en la azarosa liberación de las democracias europeas y no quieren servir de los caprichos del Kremlin. Europa, Estados Unidos y el resto de las democracias occidentales lo han considerado asimismo así. Están ayudando a los ucranianos porque, si Putin engulle a Ucrania, sus aspiraciones pueden resistir a dominar la parte de Europa que quedó bajo el control del Kremlin posteriormente de los acuerdos de Yalta (Crimea) de 1945 entre Roosevelt, Stalin y Churchill.
Si Ucrania sucumbe, el sistema de vida europeo y occidental recibirá un duro choque
Los gobiernos europeos detectaron desde el manifestación que la desavenencia era asimismo contra la UE y todo lo que significa. De hecho, la inmensa mayoría de los gobiernos europeos están con Zelenski y no con Rusia.
Putin no está solo. Cuenta con la calculada equívoco de China, con India y buena parte de los países asiáticos, con la mayoría de América Latina y África, a fallar por las votaciones registradas en la ONU. Más por motivos económicos y geoestratégicos que por cuestiones ideológicas o de libertades. El liderazgo de Washington no es lo que era.
Ni Europa ni Ucrania han querido la desavenencia. Ha sido Putin el que ha empezado con una invasión para borrar fronteras establecidas de acuerdo con la ley internacional. Si Ucrania sucumbe, el sistema de vida occidental recibirá un duro choque. Quizá un día tendremos que pagar el patriotismo de Zelenski y los suyos.
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