El temor delante la posibilidad de que los robots acaben dominando el mundo se mantiene. Sin secuestro, lo cierto es que, con pocas excepciones, estas máquinas siguen arrastrando graves problemas a la hora de afrontar tareas tan básicas como desplegar una puerta o subir una escalera. Recientemente se ha publicado un estudio en el que se demuestra cuál es uno de los principales desafíos que deben afrontar estos dispositivos: trabajar con materiales suaves y flexibles.
Parece una broma, pero no lo es. El día en el que los robots puedan manipular la tela, que cambia de forma con el tacto y el movimiento, con la delicadeza de un ser humano, se producirá un enorme brinco cualitativo en este campo. Sin ir más acullá, ayer de que las máquinas puedan ser verdaderamente avíos en entornos médicos, deben ser capaces de ponerle una batín o quitarle un pijama a un paciente. De hecho, se calcula que más del 80% de los usuarios de residencias de personas mayores necesitan ayuda para vestirse.
Así pues, esta bordadura supone una enorme carga para el personal especializado. No obstante, el uso de tecnología en este aspecto es intrascendente. Las simulaciones informáticas que hay que aguantar a lado ayer de que un autómata supere esta prueba son tan abundantes como complejas. Los ingenieros han constatado que no puntada con dejar que los aparatos aprendan por su cuenta analizando vídeos reales de tejidos. Entonces, ¿qué ha hecho el liga de científicos que ha iniciado esta aventura?
Para nacer, los investigadores desarrollaron una serie de pasos para que un autómata con dos brazos pudiese vestir con una batín de hospital a un maniquí acostado en una cama. Al desglosar el procedimiento al detalle, la máquina evitó los problemas que la habrían llevado a interrumpir abruptamente su actividad. Por ejemplo, para no estrechar aberturas como las de las mangas, el dispositivo tuvo que familiarizarse con la argumento concreta de separar capas y sujetar solo una de ellas.
Por otra parte, los responsables de este plan generaron muchos modelos para variar aleatoriamente la textura y el color de la tela, para que el autómata fuese versátil y se adaptase a diferentes circunstancias. El muñeco con el que se hicieron las prácticas medía 1,74 metros e imitaba las condiciones de un enfermo que había perdido por completo la movilidad de sus extremidades. A partir de estas limitaciones, la máquina vistió con éxito al maniquí casi 200 veces, con una proporción de éxito del 90%.
Los expertos consideran que si se extiende este invento, impulsado por los profesores Fan Zhang y Yiannis Demiris, del Imperial College de Londres (Reino Unido), podría implicar igualmente para asistir al personal inodoro, no solo a los pacientes. La pandemia del coronavirus, en sus etapas más críticas, evidenció el tiempo que tenían que alterar las enfermeras para ponerse los equipos de protección, a menudo, con la colaboración de algunas compañeras.
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