Los grandes especialistas en propaganda política llevan desde hace meses trabajando a destajo para la implementación del relato de Putin por un flanco y de Zerenski por el otro. Dos marcas enfrentadas que ofrecen en cada acto una representación dirigida exclusivamente a sus respectivos públicos. No son relatos globales; son para una parte. Y esa es la gran diferencia que atrae a los técnicos en propaganda, tal la concibió Edward Bernays hace más un siglo.
Putin tiene un relato dedicado a influir a rusos por supuesto, pero todavía a los miles de millones de habitantes de China, India, Paquistán, Argelia y docenas de países que participan de la idea de frenar las ansias imperialistas de las democracias occidentales. Y a ese relato le importa una higa la opinión y valoración que en este flanco tenemos de sus acciones sangrientas. Por lo tanto, los titulares de cada día contra su figura no afectan al relato.
La técnica es la misma utilizada en la otra parte, ideada por el Mossad como dicen o por procreación propia de la carestia. Zerenski ofrece un relato de héroe belicista a los pacifistas occidentales, que están contentos y han olvidado que hace solo un quinquenio Ucrania era citada como un Estado fallido, dominado por mafias y corrupción. Pero el relato flagrante convence a los clientes para los que está confeccionado. No intenta convencer a los rusos.
Aunque lamentablemente corre mucha crimen, es la primera evidencia de una supresión de propaganda de parte. No se echarán hojas con mensajes pro-ucranianos en las calles de Moscú. Ni la nueva traducción de la KGB intentará charlar de la bondad rusa en el NYT. Tu bebe Coca Huesito dulce y punto. A mi me gusta la Pepsi.
Pero ese formato de la propaganda se ha hecho extensivo, quizá porque todos los comunity manager del mundo han llegado a la misma conclusión: lo importante es convencer a los míos, no a los de Pepsi. Estamos en presencia de sociedades muy fragmentadas, en las que importa mi clase que somos los buenos y tenemos nuestro propio maniquí ético y íntegro. Incluso los de Melenchón pueden destruir votando a Le Pen por tener sexo a Macron. Y, adicionalmente, si la globalización se debilita el negocio es la proximidad. Hay que cuidar al personal entusiasta y destruir con la parte contraria.
Yo estoy proporcionadamente y vosotros estáis mal
El posterior barómetro del CIS del mes de Abril tenía un par de datos en los cuadros 11 y 12 que resultan muy interesantes. A la pregunta sobre la situación económica caudillo de España la respuesta era de un 44,2 % mala y un 28,4 muy mala. Sin incautación, a la pregunta sobre la situación económica personal, la respuesta era un 60 % buena y solo un 18,9 la consideraban mala. El propio ciudadano expone un relato para explicar la situación caudillo y otro muy dispar para su caso. Le interesa lo suyo, que es lo bueno. Lo otro es malo.
De ahí deriva el relato predominante en la política española sobre cualquier cuestión que implique anomalía administrativa. Ahora le toca a Almeida y la negocio de mascarillas y demás en los principios de la pandemia. El relato impresionado por propios y ajenos es demostrar que el corregidor de Madrid o su primo metieron la mano. O al menos metieron la pata. Un relato ofrecido para moralizar a la izquierda disidente por la derecha no vaya a ser que se pasen a VOX como en Francia.
Pero es que este relato ya estuvo válido en marzo de 2020 cuando la Generalitat Valenciana compró de forma urgente mascarillas y demás por valencia de 31 millones a través de una intermediaria citación Keping (Ontinyent), cuando dos días luego valían la centro. O la incorporación de una consultora a precios astronómicos para construir hospitales de campaña triple de precio. Era un relato dirigido y publicitado para demostrar lo mal que estaba gestionando la pandemia el equipo de Ximo Puig y el Botánic. Como pasa en estos relatos, la cosa quedó en nadie.
Primero se piensa el relato (somos los buenos y los malos siempre meten la mano y la pata) y luego se adorna. El PPCV por ejemplo ha construido dos relatos fantásticos con el hermano de Ximo Puig y las responsabilidades de Mónica Oltra en el vergonzoso caso de su ex marido. Dan lo mismo las pruebas o los resultados, porque el relato está dirigido a demostrar que la izquierda todavía es mala. Y como en los casos de Putin o Zelenski, los propios protagonistas le dan la razón a la otra parte, cuando Oltra pone su visión ética y íntegro por encima de la ley. Un relato de soberbia para consumo de los suyos. Como ocurrió con las camisetas de la propia Oltra contra Camps, que ha ido quedando absuelto de todos los casos que la izquierda había convertido en un relato electoral.
Pero construir un relato es la habitación secreto de la propaganda. Aunque en muchos casos el relato sea una hoja en blanco, como dice Ivan Claro en La Vanguardia . El relato infructifero se inventa cuando no tienes otras razones convincentes. El corregidor de Valencia, Joan Ribó, se montó una hoja en blanco para demostrar la estafa de los cuatro millones a la EMT. Pero le sirvió para que los suyos se subieran a la parra y defendieran la causa. Es la influencia del relato, aunque no lo haya.
Aunque los relatos tienen inconvenientes cuando no están proporcionadamente estructurados. Durante primaveras el gran relato valenciano fue la financiación autonómica y desde hace meses todo el mundo sabe que no habrá nadie de esto, simplemente porque es inalcanzable. ¿Qué pasará ahora con un relato dedicado a ilusionar a los valencianos? Pues que escribiremos otro con más historias de malos y otros buenos. A los ciudadanos nos encantan los relatos.
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