Porque vivimos en la era de la autenticidad, que es resultado de la esforzada expresión personal de la licencia, hay quien la aprovecha para someter. Lipovetsky denuncia el islamismo radical, que defiende el velo en nombre del derecho de las mujeres a ser auténticas y designar, “pero posteriormente tráfico de putas en sus calles a quienes no lo llevan”. Además denuncia a cierta izquierda que considera antiislámico defender el derecho de las mujeres, incluso las musulmanas, a salir solas. Otra desviación de la autenticidad es la de los antivacuna que dicen tener derecho a no ponérsela, cuando esa auténtica licencia suya amenaza a la de todos. La tercera apropiación indebida de la autenticidad contemporánea es la del narcisismo banal de la selfie y el es que soy así; cuando ser auténtico consiste en admitir la tensión continua por hacer lo que debes.Auténticas falsedades
Hoy demasiados temen perder un trabajo que detestan?
Porque esperan más de su trabajo de lo que están dispuestos a dar haciéndolo. Ya no solo nos conformamos con que el trabajo nos mantenga: encima, nos tiene que realizar. En cambio, a nuestros abuelos les bastaba con que les diera de manducar.
¿Por qué hoy exigimos realizarnos en el trabajo y no en el ocio como en otras épocas?
Queremos que nuestro trabajo dé sentido a nuestra vida: ser con él auténticos, porque la autenticidad es el valía de nuestro tiempo, que, encima, culmina un progreso filosófico de tres siglos que inició Rousseau.
¿Ser auténtico no se supone que es hacer lo que quieres para ser tú mismo?
Eso es demasiado ligera. Es una desviación comodona de la autenticidad clásica que implica tensión entre tu comodidad y tu afán de superación, lucha, esfuerzo y renuncia.
¿Queremos ser auténticos sin trabajarlo?
Hay muchos que reivindican cómo ser auténtico, lo que solo es auténtico egoísmo; pero incluso otros están dispuestos a abonar un precio por serlo de verdad.
¿Quiénes?
Un ejemplo son quienes buscan una segunda profesión: abogados, banqueros, profesionales que se van al campo de granjeros. Antaño se hubiera considerado una excentricidad; hoy es una respetable búsqueda de autenticidad.
¿Por qué hoy, en cambio, esperamos tanto de nuestra profesión?
Porque esperamos realizar en nuestra profesión el valía central en nuestra época, que es la autenticidad: “ser auténtico”. Y no solo buscamos la autenticidad en el trabajo, incluso en el sexo...
¿Al sexo de hoy le exigimos ser más auténtico de lo que se le exigía al de antiguamente?
Y por eso hoy tanta clan se divorcia a los 70 o incluso mayores, porque quieren ser auténticos incluso en sus relaciones. Antaño nos peleábamos, pero seguíamos casados.
¿No era hipócrita fingir el sexo?
Lo era, y hoy resulta falsificado e insoportable a causa de esa exigencia de autenticidad, que no es sino coherencia con uno mismo.
¿Dónde ve la mala mensaje, profesor?
La autenticidad es una mensaje excelente; la mala es que muchos la convierten en la ligera y moderna excusa para la autocomplacencia.
¿Qué sería entender la autenticidad?
Error de exigencia a uno mismo y a los hijos. Ser auténtico no es hacer lo que quieres, es ascender hasta donde debes y hay que ganárselo. Vale la pena y se logra con esfuerzo.
¿Querer no es poder?
Cuando, en vez de decirle al nene que estudie por su correctamente, le dices que si no quiere estudiar, no pasa mínimo, que sea él mismo y ya encontrará su camino... le estás engañando.
¿Es todo lo contrario de ser auténtico?
Es engañarte y engañarnos, porque las matemáticas o los idiomas o tocar un herramienta exigen todo lo contrario de hacer lo que te apetece: suponen vencerte a ti mismo y a tu ego. Pero incluso me alegro al ver a jóvenes que crean start-ups , pero no por caudal.
Eso dicen, al menos.
Quieren ser auténticos y no solo millonarios. Quieren hacer poco con sentido. Priorizan la autonomía personal sobre la función; quieren dirigir y dar sentido a su existencia.
¿Ve otros ejemplos?
El hijo de agricultores que antiguamente se conformaba con ganarse la vida, hoy quiere practicar una agricultura biológica, porque ha optado por creer en lo que hace y en su futuro.
¿Y no hay quien quiere la pasta y punto?
En este presente hiperindividualista algunos justifican su existencia, en objetivo, tan solo por el caudal que ganan y las cosas envidiables que hacen con él. Y en esos cambios malos y buenos, la mujer es la protagonista.
¿En qué las juzga diferentes?
Hasta los primaveras sesenta solo trabajaban las mujeres que no tenían más remedio: las pobres. Luego, empezó a ser al revés. Y hoy ser solo mamá es no tener vida propia. Para ser mujer y auténtica tienes que ser poco más que mama.
¿Y no le parece un progreso indudable?
Pero el flanco equívoco de ese progreso posconsumista es que degenere en dejadez.
¿Cómo?
Rousseau fue el primero en ensalzar la autenticidad rechazando las máscaras, la hipocresía, la obediencia cobarde y el conformismo. Y esa semilla ha crecido a través de tres siglos hasta ser hoy nuestro valía central.
¿No estaba en el Homo rebellis de Camus?
Y es la autenticidad incómoda de Sartre y de Heiddeger: una búsqueda personal, diferente para cada uno pero igual de difícil para todos, que da sentido a nuestra existencia.
¿Y hoy la intentamos?
Es una lucha interior generosa y heroica que pones al servicio de los demás: mínimo que ver con la selfie narcisista o la autoayuda banal.
¿Ser auténtico no te hace oportuno incluso?
Al contrario, es una tragedia, una lucha que dura toda la vida. Solo llegas a esa autenticidad si te vences a ti mismo.
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