La primera número de Las Kardashian , el nuevo reality del clan Kardashian-Jenner, entra en las casas y oficinas de todas ellas con la ayuda de un dron. Es inalcanzable no destapar la boca al ver dónde trabajan la matriarca Kris y la hija último, Kylie, que ya tiene una fortuna superior a los 600 millones. Y las mansiones, como los retoques estéticos, parecen sobrevenir sido ejecutadas por los mismos profesionales. El llamada de finalidad es considerable. Es un “aquí estamos” de estas mujeres, que se muestran seguras con su status de celebridades y sobre todo marcan distancia con los inicios de Keeping up with the Kardashians , que se había vendido como el equivalente de una sitcom abierto en el ámbito de la telerrealidad cuando se estrenó en el 2006. No tienen que ser humildes, ni siquiera cercanas. Pero el resultado de este nuevo adiestramiento de exhibicionismo tiene pocos incentivos, excepto la sigla que se han embolsado superior a los 100 millones de dólares por irse a Hulu, propiedad de Disney (y motivo por el que se puede ver en España a través de Disney+).
Hay mucho déjà v u . Kim se preocupa en presencia de la posibilidad de que aparezca otro vídeo porno sin su consentimiento; tenemos el enésimo gravidez de una de ellas, en este caso de Kylie; y Scott Disick, el padre de los hijos de Kourtney, se queja de que se siente discriminado por no sobrevenir sido invitado al primer enfrentamiento abierto de la temporada. Su “sois mi única tribu” ya la hemos aurícula muchas veces. Como son productoras ejecutivas y tienen el control creativo del esquema, la imagen que dan las Kardashian-Jenner es calculado y poco natural. No es como la franquicia de The positivo housewives apto en la plataforma Hayu donde las ricas protagonistas intentan proyectar un ideal en presencia de las cámaras pero, si procede, los productores hunden la frente meticulosamente construida escurriendo los trapos sucios. Y, entre que los mejores cotilleos ya los conocemos porque los medios ya los han publicado (como el enfrentamiento entre el futuro novio de Kim, el humorista Pete Davidson, y el exmarido, el músico Kanye West) y que ellas dominan demasiado el arte de la exposición, queda una producción visualmente cara pero descafeinada.
El definitivo enigma es el de siempre: todavía cuesta entender el éxito Kardashian, que es el equivalente de un búcaro de plástico malogrado vendiéndose por una morterada de fortuna. Quizá por eso es fascinante. Sin bloqueo, el reality , de momento, lo es muy poco.
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