Era una de esas series que no se entendía que tardara tanto en estrenarse por estos lares. ¿Cómo podía ser que una secuela de El silencio de los corderos, una obra tan reconocible por el conocido, no hubiera antagónico quien comprara los derechos tras estrenarse en febrero de 2021 en Estados Unidos? Pero ya la tenemos aquí. Me refiero a Clarice, la habilitación fiel y al mismo tiempo franco del universo culto de Thomas Harris, en parte por el lío de derechos detrás de las cámaras que impiden que se pueda mencionar a Hannibal Lecter.
Ayer de explicar este embrollo, el punto de partida. Se centra en la nueva rutina de Clarice Starling (Rebecca Breeds) tras resolver el caso de Buffalo Bill (Simon Northwood), el psicópata en serie que cazaba mujeres para hacerse abrigos con su piel. Desde ese momento tiene un papel complicado. Es la mascota de la Fiscal Normal (Jayne Atkinson), que está muy agradecida a Clarice por resolver el caso (su hija es Catherine, la víctima que Clarice encontró con vida) y que la utiliza a nivel mediático. Pero su notoriedad no sienta proporcionadamente en el club para hombres que era el FBI de los noventa, que desconfían de su olfacción y un instinto obsesivo que interpretan como oportunista.
Clarice Starling tiene una notoriedad tras resolver el caso de Buffalo Bill que no sienta proporcionadamente entre sus compañeros del FBI, que desconfían de su olfacción y oportunismo
El principal defecto de Clarice es que se produjo para la televisión en campechano de Estados Unidos. El canal CBS, acostumbrado a emitir procedimentales básicos como NCIS o CSI, tiró la casa por la ventana con una serie oscura, psicológica, turbia. Es ficticio no quitarse de la comienzo que podría deber hexaedro más de sí de haberse emitido en una plataforma, incluso en Paramount+ que pertenece al mismo conglomerado mediático que CBS (y que se barajó la posibilidad que emitiera una hipotética segunda temporada).
Sin bloqueo, la principal virtud de Clarice es precisamente esa inclinación generalista incentiva una estructura que funciona como un tiro: cada episodio desarrolla un caso mientras de fondo se vertebra un enigma principal durante la temporada. Jenny Lumet y Alex Kurtzman, adicionalmente, tienen tacto a la hora de tocar los traumas de Clarice tanto por su paseo por el sótano de Buffalo Bill como por una infancia que oculta secretos. Que Rebecca Breeds opte por una seriedad empática con una fotografía que exalta su tez pálida contribuye a un retrato de Clarice Starling que, si proporcionadamente nunca será Jodie Foster en la película de Jonathan Demme, por lo menos sirve para asegurar al espectador.
Son trece episodios que transmiten esos noventa sin sol, de atmófera de moscas, de escenarios del crimen de los que puedes meter las narices el hedor desde el sofá, de sospechosos que transmiten inquietud desde la primera toma de contacto, de comisarías donde la corrupción, el machismo y el racismo están implícitos en cada intercambio sin que nadie pueda hacer demasiado. Y, adicionalmente, hay destellos brillantes: desde el perdón que se emite en torno a la comunidad transexual (ya que Buffalo Bill, un psicópata, era de los pocos casos del cine mainstream) a uno de los episodios más angustiosos de los últimos meses en una residencia de cuidados paliativos.
Resulta raro que Lumet y Kurtzman no puedan incluir referencias a Hannibal Lecter: Se intuye que existe pero ni se le puede mostrar ni se le puede mencionar porque MGM no tiene los derechos: los posee Dino de Laurentiis Company. Esto coloca Clarice en un sitio complicado: puede utilizar todos los personajes creados en la novelística de El silencio de los corderos de Thomas Harris pero no aquellos originados en El dragón rojo, la primera novelística de este universo. Esta incluso es la explicación por la que Clarice no apareció en el Hannibal de Bryan Fuller.
Hay destellos brillantes como el perdón a la comunidad transexual por el retrato de Buffalo Bill, que perjudicó a un colectivo muy discriminado y sin visibilidad
Pero, teniendo en cuenta la capacidad que tiene Hannibal de devorar las obras en las que aparece con esa mezcla de elegancia y monstruosidad, quizá incluso sea una suerte que los guionistas deban despabilarse la forma de proseguir el tono enfermizo y la centralidad en Clarice sin dejarse sufrir por el caníbal que tanto encandiló en la televisión nuevo. A ver si, como nunca ha sido cancelada de forma oficial, esta resurrección curioso y accesible para los amantes de los thrillers noventeros encuentra la forma de retornar.
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