Arolsen, el archivo del Holocausto

Bad Arolsen es una población pequeña, en la parte central de Alemania. Pertenece al estado federado de Hesse y su pasado como residencia de los príncipes de Waldeck hace que cuente con espectaculares castillos. Sin bloqueo, el edificio que la ha puesto en el carta es una construcción moderna, compuesta por una serie de bloques de cemento y tesela, que alberga el archivo más completo del mundo sobre víctimas del nazismo: información de diecisiete millones y medio de personas que fueron asesinadas, perseguidas o explotadas por el régimen de Hitler.

El origen de los que hoy se conoce como el Archivo Arolsen-Centro Internacional sobre la Persecución Facha se remonta con destino a el final de la Segunda Hostilidades Mundial. En 1943 el caos reinaba en el continente europeo: el conflicto había provocado la dispersión de cientos de miles de familias y la crimen o desaparición de millones de individuos.

Los máximos responsables de las fuerzas aliadas solicitaron a la sección internacional de la Cruz Roja británica que pusiera en marcha un registro para averiguar a los desaparecidos durante el conflicto.

Esta primera estructura se llamó Central Tracing Bureau (oficina central de lugar) y, en sus inicios, tuvo su almohadilla en Londres. Sin bloqueo, a medida que la erradicación avanzaba, fue trasladando su sede: primero a Versalles, posteriormente a Frankfurt y, finamente, a Bad Arolsen.

Entrada a los archivos Arolsen.

Entrada a los archivos Arolsen.

Archivo Arolsen. © Foto: Richard Ehrlich

La sufragio de este oficio tuvo varias razones: estaba, aproximadamente, en el centro de las cuatro zonas de ocupación que, tras la derrota del nazismo, los aliados habían traumatizado en Alemania. Adicionalmente, la mayoría de sus edificios seguían en pie y sus sistemas de teléfono y telégrafos funcionaban.

En 1948 la estructura cambió el nombre por el de International Tracing Service, o ITS (servicio internacional de lugar). En aquellos primaveras, ya se conocía la magnitud de la tragedia perpetrada por el nazismo: en peculiar, la barbarie sistemática cometida contra los judíos. Desde sus inicios, la principal tarea del ITS fue clarificar la suerte de los desaparecidos e informar a los familiares. Sin olvidar ayudar en la gobierno de las compensaciones económicas a las víctimas, establecidas una vez acabó el conflicto.

Los rostros tras los números

El trabajo no fue mínimo obvio: entre 1933 y 1945, varios millones de personas –en su gran mayoría de origen avaro– fueron secuestradas, apresadas y/o asesinadas por el régimen nazi. Hombres, mujeres y niños exterminados sistemáticamente; encerrados en campos de concentración o de trabajo a causa de su procedencia, ideología u orientación sexual. Las cifras del Holocausto son tan enormes que aún hoy cuesta aprovechar su envergadura.

Por ello, revisar los números del archivo de Arolsen sirve de ayuda: en su interior se ordenan treinta millones de expedientes y listas referentes a víctimas del Holocausto, prisioneros de los campos de concentración y trabajadores forzosos. Solo el llamado Índice Central de Nombres, el corazón del archivo, suma más de cincuenta millones de fichas.

El contenido se divide en tres temáticas: encarcelación, trabajos forzosos y migración. Bajo la primera se guardia información sobre los campos de concentración y de trabajo dirigidos por las SS, por otra parte de documentos de la Gestapo y material relacionado con ejecuciones y experimentos médicos.

Bajo el paraguas de “trabajos forzosos” se incluye información sobre personas –en su mayoría, extranjeras– que vivían en Alemania y que sufrieron todo tipo de abusos en estos lugares. En la parte dedicada a la migración, finalmente, se almacenan informes sobre supervivientes de la persecución fascista y de desplazados. Toneladas de papeles, rigurosamente ordenados en veintiséis kilómetros de pasillos y estanterías.

Estanterías en las que se almacenan documentos originales de prisioneros judíos.

Estanterías en las que se almacenan documentos originales de prisioneros judíos.

Archivo Arolsen. © Foto: Richard Ehrlich

Pero ¿cómo se logró reunir tanta información, partiendo prácticamente de cero? El presente Arolsen fue posible gracias a la competencia de los trabajadores en los primeros primaveras del archivo. Ya en 1948, todavía muy recientes las barbaries del nazismo, los archivistas se preocuparon en documentar las llamadas “marchas de la crimen”: los movimientos masivos de prisioneros –se cifran en hasta quince millones de desplazados– realizados por los nazis al final de la erradicación, con el objetivo de tratar de borrar lo perpetrado en los campos.

Para ello, los primeros archivistas enviaron centenares de cuestionarios a las autoridades locales alemanas –entonces ya dispuestas a colaborar– y a exprisioneros, supervivientes de aquella pesadilla. El resultado fue una resumen de miles de testimonios que arrojaron luz sobre lo que ocurrió en los centros de detención. Aquellos relatos del horror fueron la primera piedra para la construcción de este archivo histórico, que forma parte del Patrimonio de la Unesco, y es fundamental para entender la magnitud del Holocausto.

La letanía de Schindler

A principio de la período de los cincuenta, Arolsen se convirtió asimismo en repositorio de una vasta colección de materiales procedente de los campos de concentración de Buchenwald, Dachau y Mauthausen, entre otros. Esta documentación fue incautada por las fuerzas aliadas o rescatada por los propios prisioneros.

Es el caso de la famosa letanía de Schindler: mil doscientos nombres de hombres y mujeres que Oskar Schindler reclutó desde Cracovia para trabajar en su manufactura de armas, un secuaz del campo de concentración fascista de Gross-Rosen, en la presente Polonia.

Oskar Schindler salvó a 1.200 judíos

Oskar Schindler. 

Propias

La letanía de aquellos trabajadores forzosos las mecanografió Mieczyslaw Pemper, contable en la manufactura de Schindler, quien se la llevó cuando el campo fue libertino, en 1945. La entregó en persona a aquellos primeros archivistas, próximo a una exposición jurada que confirmaba la autenticidad del documento.

El embajador que se custodia en Arolsen comprende un vasto afirmación de abusos y crímenes cometidos durante la erradicación e inventariados por los perpetradores. La eficiencia del nazismo es registro en el meticuloso registro que se realizó de todo lo que acontecía: desde aspectos banales (como la cantidad de piojos sacados de los prisioneros) al número de prisioneros de ascendencia gitana y las listas de niños que fueron separados de sus padres.

Estas últimas suman doscientos cincuenta mil nombres y componen una mecanismo propia interiormente del archivo, dedicada a atender las peticiones de búsqueda de padres e hijos. Incluso se conservan doscientos vigésimo mil certificados de partida de bebés nacidos en campos de trabajo durante la erradicación.

Objetos que hablan

Los campos de trabajo eran otro cruel software del nazismo: aunque no se practicaba el exterminio sistemático, la crimen era asimismo una constante en estos lugares. En Arolsen se conservan los registros de muertos diarios en campos de este tipo, como Buchenwald.

Se indican los nombres y apellidos de la víctima, por otra parte de su oficio de origen y hora y el motivo de su fallecimiento. Las causas más frecuentes eran las paradas cardíacas, el mengua físico generalizado y la tuberculosis. Este tipo de decesos indican que los prisioneros eran maltratados y obligados a trabajar en exceso hasta perecer por motivos que, con una atención adecuada, no hubieran sido fatales.

El campo de Buchenwald el día de su liberación, el 16 de abril de 1945.

El campo de Buchenwald el día de su permiso, el 16 de abril de 1945.

Jules Rouard / CC BY-SA 3.0

El archivo asimismo custodia numerosas pertenencias de los prisioneros: objetos que eran obligados a entregar a los guardias al conservarse a los campos, con la esperanza de que les fueran devueltos algún día. Se guardaban en las llamadas “cámaras de pertenencias”, identificados con etiquetas, lo que ha servido para poder catalogarlos. En los campos de exterminio, sin bloqueo, este trámite no se mantenía: los nazis confiscaban los objetos personales de sus víctimas y los convertían en mercancía, generando billete para avalar su maquinaria de erradicación.

En Arolsen se conservan las pertenencias de unos dos mil quinientos prisioneros, en su mayoría procedentes de los campos de Neuengamme y de Dachau. Objetos como carteras, fotos de seres queridos, alianzas, joyas, cartas y documentos: el único patrimonio de las víctimas al conservarse a aquellos lugares de desolación.

Víctimas con nombres y apellidos, como Neonella Doboitschina: una estudiante rusa, nacida el 11 de octubre de 1923, que fue una de las miles de mujeres forzadas a trabajar para abastecer la peculio alemana. En mayo de 1944, Neonella fue enviada al campo de mujeres de Ravensbrück y, luego, trasladada al de Neuengamme. Nadie más se supo de ella, pero en el archivo se guardan “algunas joyas y varias fotos con inscripciones” que le pertenecieron. Saludos de tiempos felices de una novicio a la que sus amigos llamaban Nelly, a la demora de que algún los reclame.

Este tipo de objetos, explican desde la web del archivo, tienen un gran valencia sentimental para las familias. “Son un repositorio de memorias únicos, ya que fueron las últimas pertenencias de sus familiares”. En muchos casos, esas personas “murieron cabal ayer de la permiso e, incluso, poco posteriormente, conveniente a las catastróficas condiciones en los campos y a las marchas de la crimen; los últimos crímenes masivos perpetrados por los nazis”.

Un bebé robado

Otro pilar de Arolsen son los archivos donde se conserva la correspondencia entre esta institución y los que indagan sobre la suerte de sus familiares o ciudadanos. Cientos de miles de peticiones hechas tanto a nivel oficial como a nivel personal. Como el caso que aún recuerda con emoción una archivista de Arolsen, Malgorzata Przybyla, de un hombre, nacido en Austria en 1945, que buscaba a sus padres biológicos.

Siendo tan solo un bebé los nazis lo separaron de sus padres; fue llevado a Polonia, próximo a otros centenares de criaturas. Lo rescató una tribu polaca, con la que se crió, y no se enteró de su definitivo origen hasta la crimen de sus padres. Entonces, empezó a indagar y escribió al archivo, en investigación de información.

Su petición llegó casi en paralelo a la de una pareja que les contactaba desde Australia: un bodorrio de origen bielorruso, que, durante la erradicación, fue condenado a trabajos forzosos en Austria, donde nació su hijo, en 1945. Los nazis, explicaron, les arrebataron el bebé dos semanas posteriormente de venir al mundo y les dijeron que el gurí había muerto. Querían enterarse si en Arolsen había algún registro del pequeño.

Lo había. Los documentos demostraron que el bebé robado era el hombre que preguntaba desde Polonia por sus padres, que, tras la erradicación, habían emigrado a Australia. Hasta allí fue a conocerlos, sesenta primaveras posteriormente. La reunión no fue completa, ya que el padre había fallecido.

Lista de tránsito al campo de concentración de Westerbork, donde aparece el nombre de Anna Frank (Annelies M. Frank, hacia la mitad de la lista).

Relación de tránsito al campo de concentración de Westerbork, donde aparece el nombre de Anna Frank (Annelies M. Frank, con destino a la parte de la letanía).

Archivo Arolsen. © Foto: Richard Ehrlich

Desde el archivo se informa que se ha podido contestar de forma positiva al 54% de las peticiones, aunque, con el paso del tiempo, este porcentaje ha disminuido sutilmente. No todos los casos tienen un final tan claro como el previo: “A veces solo podemos ofrecer pedazos de información, aunque, en otras ocasiones, sí es posible reparar la historia de la víctima de principio a fin”, indican.

En muchos casos, sin bloqueo, los nombres ya no existen, porque en los campos de exterminio, y en el contexto de las ejecuciones masivas perpetradas durante las marchas en el este de Europa, los asesinos ni se tomaron la molestia de anotar los nombres de los muertos.

Al envergadura de todos

El contenido del Archivo Arolsen está ventilado por una comisión internacional integrada por merienda naciones. Entre ellas, Alemania, Estados Unidos, Israel, Polonia, el Reino Unido y Francia. De este final país es su presente directora, la experta en derechos humanos Floriane Azoulay.

Ella dirige una plantilla de más de trescientos empleados, que tarda normalmente dos meses en contestar a cada petición de información. Estas suman unas vigésimo mil al año. La digitalización (que ya alcanza el 90% del archivo) ha hecho mucho más fluidas las labores de investigación y búsqueda.

En 2007, posteriormente de un tira y afloja entre diferentes instituciones, el archivo se abrió al sabido. Hasta entonces se consideraba que su contenido era de carácter privado y que solo podía ser consultado por víctimas, familiares de estas y supervivientes. Ese año se registraron 61.272 peticiones de información, procedentes de setenta países, destacando Alemania, Israel, Polonia, Estados Unidos, Rusia y Ucrania.

Esta transigencia ha acelerado la resolución de casos y la devolución de pertenencias, dos de los objetivos de Arolsen desde su fundación. Pero, especialmente, el archivo sirve para continuar dando voz a todos aquellos que fueron víctimas de un régimen de barbarie, pese a que no pudieran estar para contarlo.

El fotógrafo del horror

Richard Ehrlich fue el primer fotógrafo que tuvo ataque a Arolsen, tras su transigencia al sabido en 2007. Sus imágenes, que ilustran este reportaje, son fruto de varias jornadas de trabajo en la sede. Se han recopilado en un compendio, The Arolsen Holocaust Archive (Steidl), en el que el autor asimismo cuenta lo que sintió entre aquellas filas interminables de documentos.

Ehrlich cree que el contenido de Arolsen (como las invitaciones a la conferencia sobre la “Opción Final”, con la anotación “Se servirá desayuno”) desafía “la moralidad, racionalidad y percepción humanas”.

Para Ehrlich, que es asimismo médico, es urgente no olvidar. En peculiar, “en unos tiempos en los que existe un inquietante aumento del antisemitismo en el mundo”.

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