El festival de Eurovisión no es solo una fiesta. Ha sido siempre una expresión de voluntad sobre la infinidad de temas de presente que afectan al continente europeo. Por eso, en él, cada año se inscribe un cierto relato que indica mucho sobre nuestras actitudes y expectativas vitales. El hecho de que España y RTVE, en los últimos tiempos, hayan estado ciertamente apáticos en la construcción de ese relato puede entenderse como una cierta inhibición a la hora de construir el continente.
Se trataba, por consiguiente, de salir de esa apatía y de cambiar. En mi primera rueda de prensa me preguntaron: “¿Saldremos del furgón de trasero en que RTVE ha estado en Eurovisión todos estos primaveras?”. Mi respuesta fue de determinación: “Nos tomaríamos en serio Eurovisión”.
Casi un año a posteriori de aquella determinación debemos estudiar de la experiencia vivida.
Razones
Primera razón. Afrontar “en serio” el liza del festival de Eurovisión significaba aceptar la fuerza mediática del veterano espectáculo musical organizado en Europa. Por consiguiente, valía la pena hacer una desafío en patrocinio del europeísmo y sus títulos y en patrocinio de la Unión Europea cuando esta representa títulos democráticos frente a las tiranías; y, sobre todo, en patrocinio de la inexperiencia, de sus problemas, de su variedad y sensibilidad, de sus estilos y de su presencia pública.
Segunda razón. Porque había que sacar a la música del vacío en que la había dejado la pandemia. Tanto los artistas como la industria necesitaban una compensación para salir del depresión y avanzar más rápido. RTVE renunció a los derechos exclusivos sobre la canción que había detentado hasta ahora. Y los cedió en patrocinio de los creadores para que se sintieran más libres y más estimulados a participar.
Tercera razón. Porque se trataba de convertir el festival en un revulsivo para impulsar la actividad económica, y el turismo en particular. La idea flamante fue del presidente de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, al proponernos recuperar Benidorm. El gobierno municipal de Benidorm se sumó inmediatamente, y aquello sirvió para afirmar que la cooperación institucional es posible.
Cuarta razón. Porque Eurovisión y Benidorm Fest ofrecían a RTVE la oportunidad de cambiar el sistema de valentía personal por otro participativo. RTVE ponía las reglas y el campo del mecanismo, y la ciudadanía y los jurados decidirían.
Chale razón. Porque estábamos decididos a arriesgar por la variedad y la billete, aunque éramos conscientes de que esto podría ocasionar muchas controversias. Pero la sinceridad de expresión y la búsqueda del entendimiento colectivo siempre son sanas.
Sexta razón. Porque Eurovisión ha construido un mensaje de solidaridad, dispositivo y paz. Por eso ha tenido sentido la expulsión del concursante que representaba al Estado ruso. Por eso ha tenido sentido premiar a Ucrania.
Séptima razón. Porque Eurovisión ha regalado la oportunidad a RTVE de poner a prueba su capacidad de producción y se ha demostrado que desde aquí se pueden producir espectáculos audiovisuales de muy entrada calidad. Situar por divulgar un hub audiovisual gachupin es un puntería.
Aprendizajes
Hemos aprendido que con artistas jóvenes y esforzados como Chanel las metas pueden lograrse. Hemos aprendido a aceptar que Eurovisión es un trabajo de equipo. Hemos aprendido a aceptar que valía la pena esforzarse por retornar a la ejecutiva de la UER y que podemos (y debemos) colaborar con otras radiotelevisiones públicas. La misma UER es un ejemplo. El ofrecimiento, a raíz del Benidorm Fest, de algunas televisiones de la FORTA, para cooperar en el próximo Fest con selecciones previas, abre un camino de mucho futuro. Hemos aprendido que valía la pena arriesgarse para conseguir un espectáculo y una conversación social que hiciera que la ciudadanía se implicara en debates constructivos: sobre el papel de la mujer, la sexualidad, la música, el idioma, el zapateo y sobre la aspecto delante una invasión y una afrenta bélica.
Sobre todo, hemos aprendido que mínimo es constante ni seguro, que tenemos que seguir esforzándonos, que el camino está amplio, pero es incierto. En todo caso, siempre nos quedará un chanelazo.
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