Poco a posteriori de que estallara la conflicto en Ucrania, Alyona Ostashevska, profesora de inglés; su hijo Andrii, de 17 primaveras, y su hija Anna, de 14, dejaron su hogar, en Kyiv, aterrorizados por las bombas. A principios de marzo, ya estaban instalados en un tierra de Reus cedido de forma altruista por sus propietarios. Pero la indigencia de estar cerca de su marido, oficial de policía, y de proveer el comunicación a la universidad a Andrii impulsaron a Alyona a regresar a casa. Decenas, quizás centenares de personas, han emprendido el delirio de reverso a Ucrania o a países fronterizos como Polonia o Hungría desde Catalunya, a pesar de la incertidumbre que reina sobre el futuro más inmediato.
Detrás de esta valor asoman diferentes motivos, tal como apunta Olha Dzyuban, de la asociación Djerelo, que agrupa a miembros de la comunidad ucraniana en Catalunya. “Sí, sabemos que algunos refugiados se han ido o quieren irse, son los que proceden de Kyiv y del oeste de Ucrania, pero el Gobierno advierte que aún es peligroso retornar. Algunos quieren comprobar cómo están sus casas, reunir documentos y otras cosas que dejaron, ver a sus familiares y a posteriori quizás retornar aquí. Calculo que ya han partido más de un centenar de mujeres y niños”, explica Dzyuban, que trabaja en el consulado de Barcelona.
A pesar de que, a diferencia de otros refugiados, los ucranianos pueden obtener de forma cibernética en la Unión Europea la protección temporal, y consiguientemente el permiso de trabajo y residencia, las dificultades a las que deben hacer frente a veces son insuperables. “Tienen problemas con el idioma, la mayoría son universitarios y es prácticamente inútil que puedan conseguir un empleo relacionado con su formación. Hay personas que disponen de efectivo para respaldar el arriendo de una vivienda pero al no tener una paga no pueden hacerlo. Incluso se da el caso de los que han pasado unos días aquí y luego han viajado a Estados Unidos, Canadá u a otros países”, considera Dzyuban.
Dasha Kuznetsova llora de impotencia cuando explica que le resulta inútil arrendar un tierra al no cumplir las condiciones exigidas, como tener un arreglo de trabajo
Dasha Kuznetsova llora de impotencia cuando explica que le resulta inútil arrendar un tierra al no cumplir las condiciones exigidas, como tener un arreglo de trabajo. Dasha y su hija, Daryna, de 9 primaveras, viven ahora en un vivienda de Calafell que les ha cedido Denis Tulajdon, ucraniano establecido en Barcelona desde hace nueve primaveras, pero que deberían dejar interiormente de tres semanas. Esta diseñadora gráfica cuenta que cada mes su marido, programador en Kyiv, le manda efectivo con el que podría respaldar las mensualidades. Frente a esta situación, afirma que si las cosas no cambian deberá regresar a su país.
Por un costado, es una alternativa que a ella no le desagrada, desea reunirse lo ayer posible con los suyos. Por otra parte, no quiere que su hija se vea sometida de nuevo a una situación de estrés, todavía está traumatizada por el ruido de las bombas y las sirenas. Aquí va a la escuela y se siente segura, aunque echa mucho de menos a su padre y su hogar. Opina que el mejor momento para partir no llegará hasta que la conflicto acabe.
“Otro problema es que en Calafell no tenemos clases de castellano, lo estoy aprendiendo por internet”, explica en inglés.
“Sí, hemos detectado que hay refugiados que regresan; la gran mayoría dejaron a maridos, padres, hermanos e hijos y sienten el impulso emocional de retornar. Son personas que nadie más asistir ya dijeron que estarían aquí poco tiempo”, detalla Mireia Mata, secretaria de Igualtats de la Generalitat. No existen cifras de cuántos han dejado Catalunya, pero en todo caso se estima que como insignificante un centenar.
Mata precisa que, según las últimas cifras de su área un total de 21.181 ucranianos viven en Catalunya, en alojamientos comunitarios, en hoteles y en casas de familiares o de conocidos; que se han emitido 7.000 tarjetas sanitarias, y que más de 4.400 niños y jóvenes están escolarizados.
Enric Morist, coordinador de la Cruz Roja en Catalunya, constata que el ritmo de personas que pasan por el centro de atención de Fira de Barcelona “ha bajado a una media de entre 80 y 100 diarias, de las cuales la medio están en tránsito alrededor de otros destinos”. Morist calcula que cerca de de un 10% , entre ocho y diez al día, emprenden el retorno a casa o a países fronterizos con Ucrania. Asimismo, Cruz Roja gestiona ahora el alojamiento en hoteles y albergues de 34 municipios de 5.000 personas, mil menos que hace unas semanas.
“Los hoteles de Catalunya están llenos y queremos descender la ocupación, por eso, desde finales de marzo, derivamos a otras comunidades a las personas que llegan a Barcelona, excepto a las que tienen familiares directos aquí, las que siguen tratamientos médicos o las que deben quedarse por algún otro motivo de fuerza maduro”, añade Morist. Este activo del software de acogida de los refugiados lo financia el Empleo de Inclusión.
“Ahora no tengo planes, no podemos hacer previsiones. Tras salir de Reus estuvimos un mes en Lublin (Polonia), donde se ha quedado mi hijo Andrii para aparecer el próximo curso en la universidad, en España no tenía opciones. Hace una semana que llegué con mi hija y dos tías a Kyiv. Me siento acertado de estar en casa, pero incluso preocupada por la pupila, espero que en septiembre pueda ir a la escuela, ahora sigue las clases en trayecto”, cuenta Alyona entre la esperanza y la incertidumbre. Sentimientos que albergan las personas a las que la conflicto les ha cambiado la vida.
“Para arrendar un tierra las agencias piden paga, arreglo de trabajo, vida sindical..., requisitos que no puede cumplir ningún refugiado ucraniano, por eso estamos estudiando crear una fundación para reunir fondos destinos a avalar a los que quieran arrendar”, explica Denis Tulajdon, de la asociación Djerelo. Este ciudadano ucraniano residente en Catalunya indica que no son pocas las familias que pueden satisfacer un arriendo moderado pero que, quizás, la única forma de hacerlo es poder aportar una suma que equivalga a doce mensualidades más la fianza, una suerte de aval. Sería la fundación impulsada por la comunidad ucraniana la que, en caso de prosperar esta iniciativa, actuaría como avalista.¿Un fondo para avalar el arriendo?
Publicar un comentario