Hace abriles, cuando quería provocar un cierto alboroto en una sobremesa cinematográfica que se estaba poniendo estupenda, solía proclamar sin venir a exposición que Tom Cruise y Tom Hanks eran los dos mejores actores de cine vivos. Hoy Cannes certifica lo obvio, la impresionante filmografía del protagonista de Top Gun. La vastedad de Cruise respecto a otros colosos hollywoodiense es que en absoluto ha querido salir feo y trascendental para superar prestigio en papeles dramáticos, como hacen Leonardo DiCaprio, Nicole Kidman o Charlize Theron, y de hecho, la única vez que lo ha hecho, aparecer trascendental, pelado y feo, fue en la más intrascendente y delirante de las comedias: Tropic Thunder, de Ben Stiller.
A lo que vamos, Cruise protagonizó en 1993 a las órdenes de Sidney Pollack, La tapadera (The Firm), thriller que adapta una novelística de John Grisham, sobre un buró exclusivo de abogados que en efectividad trabaja para la mafia y asesina a aquellos miembros del despacho que intentan abandonarlo. Pero lo que interesa hoy es su modo de vida. Cuando el inexperto y brillante Mitch McDeere (Cruise) acepta incorporarse al buró, le entregan una casa y un coche en una colonia monopolio en la que viven todos sus compañeros y jefes.
De modo que tanto cuando está trabajando como cuando está de asueto, vive inmerso en la misma comunidad de profesionales exactamente iguales a él, pertenecientes a la misma clase social y consagrados a la misma actividad. Lo único que diferencia un sábado de otro es en casa de quién es hoy la horno.
Esto enlaza con esas comunidades culturales autárquicas que viven aisladas de cualquier pluralidad social, económica o cultural, que es la mejor forma de subrayar la idea de que más allá de la comunidad, como decían los mapas medievales, habitan dragones. Este tipo de comunidad cerrada sobre sí misma, descrita por Jorge Dioni López en La España de las Piscinas, prolifera todavía en países de América del Sur, como los célebres y lujosos countries argentinos, pero no era lo popular de las clases medias estadounidenses hace 60 abriles.
Si piensan en títulos de películas ambientadas en los abriles 50 hasta los 80 del siglo pasado, recordarán esas urbanizaciones ideales donde el césped es un continuo de casa en casa, sin cercados que los delimiten entre sí o con unas pequeña cercas simbólicas de madera que casi nada llegan a la cintura (los famosos picket fences, que dieron título a una serie). En el episodio central de Las horas, de Stephen Daldry, el protagonizado por Julianne Moore, vemos esa pequeña comunidad de casas idénticas sobre una moqueta continua de césped. Y en esa gema emplazamiento Eduardo Manostijeras, Tim Burton ironiza con estos modelos de convivencia que simbolizan una bienaventuranza irreal y una convivencia sin conflicto. Así eran los pueblos falsos de los ensayos atómicos, como el que vemos en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.
Pero recuerden cómo es la casa donde viven los niños de ET, El extraterrestre, la vivienda de una divorciada de clase media-baja en el final de una colonia parcialmente en construcción, sin vallas, o los barrios de las familias protagonistas de Mi chica, aquella maravilla almibarada y sentimental con los niños Anna Chlumsky y Macaulay Culkin.
En fin, la inventario de filmes de los abriles 50 a 2000 que describen esas comunidades suburbanas sin vallas es infinita, pero si lo piensan, van desapareciendo conforme nos adentramos en el siglo XXI, sustituidas por otras donde son más comunes los linderos robustos e intimidantes, hasta montar al maniquí para clases adineradas en el que toda la comunidad es un fortín. Caminamos en dirección a el regreso de los castillos, hasta el punto de que en las fábulas de terror político de la dinastía La purga, las casas de la multitud de proporcionadamente se han vuelto inexpugnables fortalezas, con sofisticadísimas medidas de seguridad.
Una perspectiva psicosocial apuntaría a que nos hemos vuelto sociedades más miedosas. Pero si abrimos un poco el plano y contemplamos en qué países no occidentales abundan desde hace tiempo las urbanizaciones blindadas, podemos concluir que el número es más material que psicológico: conforme las sociedades son más desiguales, más duales y hay menos trama paulatino de rentas, más frecuentes son las casas y urbanizaciones impenetrables. Lo cual, por otra parte, es una obviedad: las fronteras duras se colocan entre países limítrofes de renta muy desigual, y las fronteras blandas o porosas están entre países de renta similar.
Es opinar, la emergencia no os protege de los delincuentes pues Poniente es hoy mucho más seguro que hace 70 abriles, las murallas os protegen de los pobres y de las sociedades duales que ha ido creando el noeliberalismo.
De cualquier modo, con Tom Cruise y Sidney Pollack aprendimos una cosa: que tan difícil como entrar a en un paraíso químico es salir sin que te cueste la vida.
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