Cuando las tensiones sociales dominan el espacio político, más aún en contextos de crisis económica, que en el caso castellano son casi una constante, las propuestas que cuestionan los modelos de estructura del Estado desde la nobleza a ese mismo Estado devienen ineficaces. No hay en las atalayas del poder casi nadie que las escuche, pues las prioridades siempre son otras, y el peso de la historia favorece la concepción de búnkeres ideológicos de los que se nutre un sistema ahora endurecido en presencia de las amenazas involucionistas. Las alternativas argumentadas, asimismo desde la inteligencia académica, se presentan como incómodas, y como tales se debilitan en presencia de un ecosistema político y mediático que observa la periferia moderada como un ámbito adminículo, complementario, prescindible, no nuclear.
Ximo Puig (y asimismo Compromís) tienen un relato, que es una alternativa cargada de reivindicaciones (estructura territorial, financiación, inversiones, condonación de la deuda, etcétera) que no ha contrario respuesta concreta y ejecutiva de los respectivos gobiernos españoles en casi ocho primaveras, más allá del ámbito declarativo, que como todos saben no sirve de nulo, y/o paliativo (con ese FLA que abulta día a día la deuda valenciana). Siquiera lo encontrará algún día Carlos Mazón si alcanza la Presidencia valenciana y quiere seguir la misma senda, pues el problema no es de partidos, es de maniquí de Estado. La soledad de Ximo Puig en presencia de el "minotauro", como un día lo calificó Enric Juliana, es la soledad que cualquier reivindicación valenciana, en cualquier momento de la historia y por cualquier protagonista, ha contrario cuando se ha pretendido trasladar una ojeada diferente más allá de nuestra geogonia, en este caso "la ojeada valenciana".
El discurso de Ximo Puig el lunes en Madrid, en el foro Nueva Riqueza Fórum, fue un buen ejemplo. Dijo José Luís Rodríguez Zapatero en ese mismo acto que el president valenciano "tiene una idea para España y una idea para la Comunidad Valenciana". Pero las ideas, que son materia teórica, se transforman en frustración cuando no tienen traducción practica. Lo que, adicionalmente, traslada la amor de las periferias moderadas para encontrar complicidades en un epicentro que crece en la medida en que las geografías vecinas se vacían de personas, bienes y, lo que es peor, de posibilidades y oportunidades. El endocentrismo remotamente de ser coyuntural ya es una constante, casi norma evolutiva de la sociedad española, aplaudida hasta enrojecer las palmas por quienes han contrario en este maniquí la aval de su supervivencia.
Ximo Puig quiso encontrar compañeros de delirio, así en Andalucía como en Catalunya, y el tiempo ha demostrado que seguirá estando solo. Ausencia nuevo desde 1978, cada uno va a lo suyo. El problema es que nos encontramos en un decorado donde al líder de la autodenominada socialdemocracia española solo le queda una gran autonomía, la valenciana, presidida por uno de los suyos, lo que ya no es mucho. Y que las amenazas, reales, del PP, que ha recuperado músculo, pueden rematar diluyendo todo el poder territorial de un partido que antiguamente fue hegemónico en el plano autonómico desde la palanca andaluza. La soledad de Ximo Puig es asimismo, al fin, al soledad de Pedro Sánchez, cuya persistencia en ignorar las propuestas valencianas son el mejor revulsivo para que las derechas recuperen, antaño de lo previsto, la Generalitat Valenciana. En otras palabras, con esa constante al PP solo le queda esperar. Lo peor es que todo esto parece que le da igual al presidente castellano.
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