Las orquídeas son una de las familias botánicas más extensas y evolucionadas del reino vegetal. Una parte significativa de la gran tributo de Darwin sobre la crecimiento de las especies procede de su estudio, recogido en una minuciosa monografía titulada “La fecundación de las orquídeas” (Laetoli, 2007). Durante tiempo, fueron consideradas como una de las obras más excelsas de la creación. Y poco de esto debe de convenir aún hoy al ser consideradas como una muestra de sofisticación, de belleza sublime y de seducción refinada. De guisa que podemos encontrarlas tanto decorando el despacho de la vicepresidenta primera del gobierno de España y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, como en el salón del más humilde y severo tierra de estudiantes, sobre todo las del carácter phalaenopsis, igualmente llamadas polilla o boca por la disposición de las flores, más económicas y sencillas de cultivar.
En el mundo hay unas 30.000 especies de orquídeas, la mayoría en zonas tropicales. Poco más de un 1% de ellas en Europa. En España, unas 130 y en la Comunidad Valenciana, al menos 69, más una veintena de híbridos naturales, según la Plano de las orquídeas de la Comunitat Valenciana (GVA), en su estampado actualizada de 2019. Estas últimas son orquídeas silvestres, protegidas luego, que florecen durante la primavera y el verano en función de la prestigio y la humedad acumulada, por otra parte de otros aspectos. En nuestro departamento se pueden encontrar desde el nivel del mar hasta los macizos montañosos más elevados. Aunque no son multitud, hay auténticos apasionados que organizan horizontes al campo para localizarlas, observarlas y fotografiarlas para lo que se desplazan a donde haga errata, tanto en vehículos de motor como caminando. La pasión de muchos de ellos es tal que para prolongar a lo grande del año esta pasión cultivan orquídeas tropicales en sus casas.
Precisamente, entre los aficcionados al cultivo doméstico de estas variedades exóticas se encuentran algunos de los más entusiastas. Por eso, probablemente, les llaman “orquilocos”, denominación que muchos de ellos se otorgan sin nadie engorroso. No en vano su pasión les lleva a desplazarse centenares e incluso miles de kilómetros para asistir a encuentros, exposiciones, concursos, o cursos de formación. Incluso lo hacen para inspeccionar invernaderos públicos o privados, todo ello movidos por el batalla de cultivar unas plantas muy delicadas que tienen en la floración la principal galardón, aunque no la única. Una pasión que mantienen no solamente en estos encuentros ocasionales sino igualmente de guisa permanente a través de las redes y grupos de guasap donde, exclusivamente, se acento de orquídeas y se comparten fotos de los ejemplares adquiridos, de su exposición y de su floración, con el mismo entusiasmo que se exhibe la foto de una mascota o la de los hijos. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que hay coleccionistas dispuestos a desembolsar centenares de euros en ejemplares excepcionales procedentes de viveros especializados. Dispendios a fondo perdido, ya que nunca se sabe si la flamante adquisición se adaptará a las condiciones de luz, humedad, temperatura, etc a que será sometida en su nuevo hábitat con el irremediable peligro de perecer en el intento.
Lo va contando Maria José Mengot, que preside la Associació d’Orquidiòfils Valencians (OVAL), mientras va mostrando cada una de las 300 especies que cultiva en el invernadero instalado en su terraza del centro de Valencia. De cada una de ellas va dando detalles con el mismo entusiasmo y precisión con que acento de su propia comunidad. Uno de los aspectos más llamativos de las orquídeas es el fascinante sistema de fecundación y el modo en que estas atraen a animales e insectos. Por una parte están las estrategias en las que se recurre al intercambio de favores entre la planta y el polinizador y, por otra, las que se llevan a término directamente mediante el farsa sin ninguna clase de galardón para este extremo, como puede ser el néctar, el polen o la entretenimiento sexual.
Se podrían establecer algunas analogías entre el mundo de las orquídeas y la política, eso que alimenta permanentemente al monstruo de la ahora y puede mejorar pero igualmente amargarnos la vida. La política puede ser sutil, florentina, como las flores más delicadas. Y todo lo contrario. Hay ejemplos de lo primero, pero pocos. En la política igualmente hay señuelos y engaños. Muchos. Y traiciones. Más, quizás, que en los dramas de Shakespeare. Cuando se sumerge uno en este aspecto fascinante de las orquídeas, es dificil no rememorar al inconsistente Casado fulminado por el néctar de Ayuso, ni los tejemanejes entre Villarejo y Cospedal, o la tensa convivencia entre Puig y Oltra. Por no citar, entre tantos, al imitado benefactor Juan Cotino, al pillastre Luis F. Cartagena o al trilero Eduardo Zaplana. La política es demasiado tosca y necia, arrastradera incluso. Y las orquídeas, demasiado delicadas. Probablemente porque su belleza es tan fugaz como el revoloteo de una ladrón. Pero la política es tan inexorable, o más, como la lucha por la supervivencia en el medio natural. La política está ahora mismo demasiado devaluada. Antiguamente, las orquídeas y sus polinizadores. Con engaños incluidos.
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