Paula Rego, el hada rebelde

Contar las historias con pincel de mujer. Subversiva, redimido, sin tiranizar ni ajustar cuentas con la Historia. Esa fue siempre la motivación de Paula Rego y su atrevimiento contemporáneo de romper las mitologías sobre la mujer en las fabulaciones populares acerca del deseo, de la identidad, del miedo y de la metáfora de la feminidad cautiva de los cuentos populares en los que siempre es un beso el que las despierta o un abnegado el que las rescata. Representa su pintura el envés revelador de la crueldad silenciada y los estereotipos de las narraciones masculinas como la de los Hermanos Grimm.

Paula Rego que acaba de dormirse en Londres donde se afincó en 1972, igual que algunas de sus modelos seriadas en sondeo de su acomodo entre el sueño y la angustia de la exposición sobre su obra en el Museo Picasso Málaga, siempre se enfrentó al rol femíneo supeditado a la lectura oficial de la Historia. Su obra traviesa y provocativa, lúdica en el aspecto a veces naif en apariencia pero con mucha carga feminista e incluso política en su fondo, representó la ojeada crítica de una Alicia de Lewis Carroll que no sólo cruzó a su antojo los dos lados del espejo sino que de los monstruos y de la violencia hizo ternura en un caso y exploración dramática en otro. Quizás porque su vida estuvo marcada como los barajas de la reina de corazones y de la reina de espadas, desde el momento en el que nació bajo la dictadura portuguesa de Salazar y su vida sentimental fluctuó entre la complicidad cultural con su marido Víctor Willing, rehén de enfermedades, y su capacidad de convertir la vida en arte y el arte en catarsis del sufrimiento –empató en esto su obra con la de Louise Bourgeois– de la religión, del desmán pueril, de la mutilación sexo, de la lucha de su voz de mujer en el arte.

Nunca dejó Rego de enfrentarse a emociones dañinas, a los secretos ocultos del ser humano, a las exigencias de las crisis creativas que para ella fueron puentes por los que cruzar con la soltura, viveza y efusión de sus collages, de sus dibujos y de sus colores. Tres ámbitos pictóricos en los que Paula Rego desplegó su talento de hechicera opuesta que bajó al abismo de Dante; que anduvo por en el interior de las tentaciones de la naturaleza y su sátira de Brueghel el antiguo; que de Goya entendió tanto el conjunto de la sensualidad como el terror umbrátil de los sueños, y que del Renacimiento aprendió la pomposidad de sus composiciones que ella trasladó a escenas de una narratividad simbólica y de nuevo a la ojeada femenina desde el ángulo siniestro universal e impositivamente oculto.

Moderna, audaz, independiente, Paula Rego supo su ingenio del dibujo desenvuelto y dramático, con las lecturas de Jean Rhys, de las Hermanas Brontë, con el microcosmos ordinario de los cuentos de Alice Munro, y su disposición cosmopolita, para legarnos una pintura del siglo XXI protagonizada por mujeres que se han libre, que saben ser solas, cuyos desnudos son de un realismo carnal, al igual que los de Lucien Freud. Un trabajo y un posicionamiento por el que su obra obtuvo reconocimientos como el de Dama Comandante por la Orden del Imperio Anglosajón, su gran retrospectiva en la Tate Británica o su nuncio en la Casa das Histórias Paula Rego (Cascais), el Centro de Arte Manuel Brito en Algés y la Fundación Serralves en Oporto.

Paula Rego perca de nuevo en una playa portuguesa, donde la oscuridad de mar es el muro de sus sueños en dispensa.

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