Tenía 27 primaveras cuando dejé de competir en serio.
La renuncia era innegociable.
Disfrutaba sintiendo aquella sortilegio, y para prolongarla me enfrasqué en un vocerío fisiológico
Debía centrarme en el trabajo y se me habían disipado las ilusiones. Había captado el mensaje: ni sería atleta descarado ni sería atleta profesional. A los 27 primaveras dejé de valer los 800 m, mi prueba,
Lo que pasa es que las piernas todavía daban de sí. Aun retirado, seguía entrenándome con regularidad (no doblaba sesiones, eso ya lo había dejado detrás, en la era pseudoprofesional ). Aun retirado, podía valer deprisa: conservaba cierta sortilegio. De vez en cuando aparecía por las pistas de tartán, me daba un achuchón y me llevaba sorpresas. Podía valer 400 m en 52s o 53s.
Pas mal .
Y disfrutaba sintiendo aquello, aquella sortilegio, y me negaba a perderla, y para prolongar aquella historia me fui enfrascando en un extraño vocerío fisiológico.
Me dije:
–A partir de ahora, cada año, para mi cumpleaños, afinaré la forma y correré un kilómetro a todo lo que me dé el motor.
Y así fue, al lío.
Y todo fue perfectamente al principio. No tenía problemas en valer por debajo de los 2m40s. A veces incluso me acercaba al 2m30s.
Pero claro: la etapa...
La etapa me fue cayendo a plomo, golpeándome donde más duele: en la resistor a la velocidad. Cada vez me costaba más sostener una tensión de crucero. Y el desvanecimiento de un kilómetro a degüello empezaba a ser agobiante. A los 40 primaveras corrí en 2m39s. Fue mi postrero mil. Pasé tanto miedo y tanto dolor que me civilicé . Decidí recortar la distancia. Pasé a prepararme para valer la parte de la distancia: 500m. Con 43 primaveras andaba sobre 1m13s; con 45, sobre 1m15s; y así, más o menos, iba aguantando el tipo.
Así, hasta el año pasado.
Al cumplir los 51 marqué de nuevo 1m15s, pero entonces reculé aún más: me parecía un esfuerzo excesivo, demasiado prolongado en el tiempo, demasiado angustioso. Cuando afrontaba la última recta, sentía la impotencia de la etapa. Por mucho que me jaleasen mis compañeros del UNI, por mucho que mi preparador, el gran Vidal, me echase encima todo su conocimiento, aquella última recta era un circo. Se me desmontaba el chasis y acababa haciendo todo lo que no se debe hacer: hombros hacia lo alto, culo al suelo, rodillas y tobillos abiertos. La vida es así.
Desnortado y asustado, reconvertí el esquema. Cobarde, reduje la distancia. Ahora corro un 300 m. Hoy cumplo 52 aunque ayer me anticipé. Me enfrasqué en mi 300. El gran Vidal me cronometró en 42s75 (y su cronometraje va a ceremonia).
Mientras escribo esta columna me duelen el alma y las patas, pero oye, mola, chaval. Ya soy un remoto con una mochila repleta de ilusión (espero sus felicitaciones, me puede el ego).
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