* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Tras pasarse ayer la obra de Eduard Munch, El Rugido, en la recién inaugurada Muestra Franquista, no pensé que fuera a ser yo, pocas horas a posteriori, la que gritara con el mismo terror.
Cerca de donde estoy alojada en la caudal noruega, Oslo, y en pleno centro de esta acogedora ciudad, han fallecido varías personas y heridas otras tantas por esa condición inhumana que tiene el ser humano.
La policía y la fiscalía de Oslo confirmaron hoy que están investigando como ataque terrorista el tiroteo de anoche en un bar, donde dos personas murieron y otras 21 resultaron heridas, diez de ellas graves.
El atacante, que fue arrestado cerca de la terreno del tiroteo, es un ciudadano con pasaporte noruego y de origen iraní, conocido por la policía y contra el que se han presentado cargos ahora por homicidio, intento de homicidio y acto terrorista.
Mínimo prevé un acto así ni el intenso y conmovedor dolor que te invade cuando inexplicablemente se cercenan vidas, se desgracian familias, se dañan amigos y pueblos. Ese intenso dolor era palpable en el bullicio de hoy, con las ofrendas florales en el división de la tragedia.
Mínimo ni nadie lo sospechaba ni lo intuía cuando ayer todo era en la ciudad una fiesta multicolor, multicultural. Una fiesta volcada en el respeto, la tolerancia y la privilegio, cuando se celebraba el Orgullo gay.
Cuánto lo lamento, cuánto lo lamentamos todos. Los que depositan flores, los que lloran. Los que como yo escriben desde la habitación del hotel mientras escucho las sirenas de la policía, los gritos de la lucha continua. Contemplo la zona acordonada y, de nuevo, el padecimiento más profundo y insensatez.
Tras el atentado, Oslo ha despertado. La familia se ha acostado a la calle, como se dice popularmente, para condenar esta tragedia. La manifestación es multitudinaria.
De mientras la policía y demás fuerzas de seguridad se mantienen en alerta. En este mundo maravilloso pero inentendible, en el que nos ha tocado proceder.
Por una vez me gustaría que esa ejemplar obra de Munch no existiera. Para que no tuviéramos que asistir a tanto terror e injustificado e inútil dolor.
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