El robo más chapucero de la historia: así empezó el caso Watergate

Al principio, Frank no le dio mucha importancia: algún había bloqueado con cinta aislante la cerradura de una de las puertas de emergencia del edificio Watergate para mantenerla abierta. El vigilante de seguridad quitó la cinta y siguió con su ronda. Sin retención, cuando unos minutos posteriormente se encontró otra vez la misma puerta bloqueada de la misma forma, lo tuvo claro y avisó a la Policía. Hoy hace cincuenta primaveras de esa convocatoria que cambió para siempre la historia de EE. UU.

Tres policías de Washington acudieron a la convocatoria y pillaron a los cinco ladrones con las manos en la masa. Estaban en las oficinas del Partido Demócrata, y no era difícil aprender que no eran rateros comunes: iban perfectamente vestidos, tenían aparatos de incorporación tecnología para hacer pinchazos telefónicos y fotos, y llevaban encima el equivalente a unos quince mil euros en efectivo. No habían sido muy discretos: se alojaban en el mismo hotel que ocupaba parte del edificio y se habían entregado un festín de langosta en el restaurante antaño de la operación.

Un policía explica la entrada de los intrusos en las oficinas del Partido Demócrata en el comité del Senado sobre el escándalo Watergate.

Un policía explica la entrada de los intrusos en las oficinas del Partido Demócrata en el comité del Senado sobre el escándalo Watergate.

© Wally McNamee/CORBIS/Corbis vía Getty Images

Lo que casi nadie sabía entonces es que era la segunda vez que los “ladrones” entraban a la sede demócrata, donde ya habían colocado micrófonos un mes antaño, y que habían tenido que retornar porque los dispositivos no funcionaban perfectamente. Siquiera se sabía que tres miembros de la costado habían huido: los dos jefes, que supervisaban cómodamente la operación desde otra habitación, y el hombre que vigilaba desde el otro banda de la calle (de forma no muy efectiva) por si llegaba la Policía. Por supuesto, siquiera se conocían los vínculos de los “ladrones” con el presidente Nixon.

Varios de los acusados de allanar las oficinas del Partido Demócrata en el edificio Watergate. De izqda. a dcha.: Virgilio González, Frank Sturgis, el abogado Henry Rothblatt, Bernard Barker y Eugenio Martínez.

Varios acusados del caso Watergate. De izqda. a dcha.: Virgilio González, Frank Sturgis, el abogado Henry Rothblatt, Bernard Barker y Eugenio Martínez.

© Wally McNamee/CORBIS/Corbis vía Getty Images

Los “fontaneros”

El domingo 18 de junio de 1972, la informe apareció en la portada del Washington Post, aunque no era la principal. El titular rezaba: “5 detenidos por intentar poner micrófonos en la sede demócrata”. Pero el primer párrafo daba el circunstancia más importante para entender lo que iba a venir posteriormente: uno de los detenidos “decía” que antaño trabajaba en la CIA, la agencia de espionaje estadounidense.

James McCord es escoltado por policías tras su acusación en el caso Watergate, junio de 1972.

James McCord es escoltado por policías tras su denuncia en el caso Watergate, junio de 1972.

© Wally McNamee/CORBIS/Corbis vía Getty Images

Ese hombre era James McCord, y, aunque los periodistas todavía no lo sabían, por otra parte de exespía, era además el coordinador de seguridad del comité para la reelección del presidente Nixon. Otro de los detenidos, por otra parte, le contó al magistrado que eran “anticomunistas”, aunque sería más preciso sostener que todos los “ladrones” estaban relacionados con el anticastrismo. Al menos tres eran exiliados cubanos de Miami, y todos habían participado en diferentes operaciones patrocinadas por la CIA para derrocar a Fidel Castro, como el desembarco de Bahía de Cochinos. De hecho, parte del equipo de espionaje que llevaban cuando fueron detenidos era, en ingenuidad, propiedad de la CIA.

Howard Hunt, antiguo empleado de la Casa Blanca acusado de participar en el caso Watergate, llega al juzgado en septiembre de 1972.

Howard Hunt, antiguo empleado de la Casa Blanca destacado de participar en el caso Watergate, llega al curia en septiembre de 1972.

Bettmann Archive/Getty Images

Por si fuera poco, los ladrones llevaban encima las pruebas de su relación con el círculo íntimo de Nixon. La Policía se hizo con las agendas telefónicas de dos de ellos, en las que aparecía el número de un tal Howard Hunt, yuxtapuesto a una anotación que decía “W. H.”. A un periodista del Washington Post le llamó la atención que fueran las iniciales de la Casa Blanca en inglés, y decidió gritar a la centralita de la mansión presidencial pidiendo que le pusieran con Hunt: la operadora le pasó directamente con la oficina del abogado del presidente.

Gordon Liddy, otro de los acusados en el caso Watergate, camino del juzgado en septiembre de 1972.

Gordon Liddy, otro de los acusados en el caso Watergate, camino del curia en septiembre de 1972.

Bettmann Archive/Getty Images

Ya era congruo incriminatorio que al coordinador de seguridad de una campaña política le pillaran poniendo micrófonos en la sede de la campaña rival, pero en escasamente unas horas la fealdad de los asaltantes dejó claras las otras vinculaciones políticas del caso. La Policía detuvo a Hunt, el exagente de la CIA que trabajaba en la Casa Blanca, y además a Gordon Liddy, un corrido del FBI que, a la sazón, se hallaba en paga de la campaña para la reelección de Nixon. Eran los dos personajes que dirigían la operación desde otra habitación de hotel.

Tapando sus huellas

Con su arresto, solo quedaba expedito una de las personas que participaron directamente en el asalto a la sede demócrata del edificio Watergate. Era Alfred Baldwin, otro exagente del FBI cuyo trabajo era avisar a los “ladrones” si veía salir a la Policía. Hay quien le acusa de no sobrevenir entregado la susto porque estaba distraído viendo una serie de terror en la televisión, pero él siempre lo negó. En cualquier caso, además caería poco posteriormente y se convertiría en uno de los testigos secreto para condenar a sus compañeros.

El antiguo agente del FBI Alfred Baldwin testifica en el Senado por su papel en las escuchas ilegales al Partido Demócrata del Watergate. Washington D. C., mayo de 1973.

El antiguo agente del FBI Alfred Baldwin testifica en el Senado por su papel en las escuchas ilegales al Partido Demócrata del Watergate. Washington D. C., mayo de 1973.

Bettmann Archive/Getty Images

El entorno del presidente Nixon intentó comprar el silencio del comando sin éxito. La primera gran monopolio de Bob Woodward y Carl Bernstein sobre el caso Watergate en el Washington Post fue la aparición de un cheque en la cuenta bancaria de uno de los “ladrones”, que pertenecía al comité para la reelección del presidente. Era por un valía equivalente a unos ciento setenta mil euros de hoy en día.

Aunque la Casa Blanca se negara a susurrar del asunto diciendo que no iba a comentar “un intento de robo de tercera categoría”, los errores cometidos por el comando aquella incertidumbre marcaron el destino de Nixon. Sus intentos repetidos de cortar la investigación acabarían por hacerle dimitir dos primaveras posteriormente, a pesar de que en el momento ni autorizó ni conocía la operación. Un robo de lo más chapucero que cambió para siempre la historia de EE. UU.

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