* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Para iniciar cualquier negocio es necesario por los menos tres fundamentos para que pueda triunfar: Primero, la persona que invierte el caudal; Segundo, la persona que realiza el tesina y, por extremo, la persona que debe de sufrir a promontorio el mantenimiento y conservación del mismo.
Cuando las dos últimas, por algún motivo fallan, por mucho caudal que haya invertido la primera, el negocio acaba por ser un fracaso. Pero, si menos, las circunstancias van en contra de los tres, es muy difícil que salga airoso.
Esto es en principio lo que sucedió con el temático restaurante La Cala, que tuvo sus días de esplendor y fracaso en la Plaza de Catalunya número 7. Su inauguración tuvo motivo el viernes 20 de diciembre de 1935.
Rápidamente consiguió la veneración de los clientes por su engalanamiento y servicio, que le hizo conseguir uno de los tres premios de honor del concurso de escaparates y establecimientos comerciales en la Fiesta de La República de abril de 1936.
Pero, los acontecimiento provocados por el salida de estado del universal Franco en julio del mismo año, los tres primaveras de cruenta disputa y la posterior dictadura hicieron tambalear el negocio.
Una vez acabada la disputa, el particular fue requisado por las fuerzas franquistas
El día 2 de febrero se anuncia la conversión del antiguo restaurante La Cala en el Hogar del Combatiente, por la delegación de Burgos y Navarra. El particular que, según ellos, había sido un refugio de separatistas y rojos, ahora, convenientemente redimido y desinfectado, podía tener a los salvadores de la estado.
El sábado 16 de noviembre de 1940, es reabierto como Restaurante Acuarium Arcade. Sorprende ahora que en aquellos tiempos en que muchos establecimientos fueron obligados a castellanizar sus nombres, se le consintiera utilizar este nombre.
El restaurante, que recibía los mejores mariscos gallegos, pronto fue un punto de reunión tanto de los antiguos clientes como de las autoridades franquistas.
No obstante, a principio de 1944, una vez recuperado el particular por los por la Empresa Cafés de Cataluña, S.A. y bajo la gobierno de Armand Caraben, cerró durante unos meses para realizar una reforma profunda. El sábado 28 de octubre de 1944 volvía a inaugurar sus puertas con su primitivo nombre.
No obstante, la vida de esta segunda etapa de La Cala no fue muy larga, ya que, cuatro primaveras más tarde, en 1948, el edificio fue adquirido para instalar los almacenes de Casa Balta.
Las pinturas
No obstante, volvamos al principio. José Bachs y Joan Amills i Carnè, propietarios del particular, querían inaugurar un bar que aunque no recordara a los antiguos restaurantes de la plaza tuviera una personalidad propia y que, menos de ofrecer un servicio esmerado, tuviera la potestad de que por sí solo fuera un referente de la ciudad.
El particular ya lo tenían faltaba la persona que desarrollara el tesina
Lo encontraron en Francesc Fàbregas i Pujadas, mancebo barcelonés, comediante interiorista que había realizado innumerables trabajos en residencias, comercios y estands publicitarios y que había participado en la creación y realización de varios eventos, entre ellos, un sello de la Exposición Internacional de Barcelona y otro en el cartel de las Exposiciones de Sevilla y Barcelona de 1929. Lo contrataron para que desarrollara una engalanamiento apacible en un circunstancia marino.
Fàbregas, que había regresado a Barcelona en 1932, luego de una ampliación de estudios en Madrid y París, en 1927 se había trasladado a Buenos Aires.
Desarrolló un tesina basado en el circunstancia de la Costa Brava, realizando un trabajo que fue la veneración de todos, ya que los clientes, a parte de degustar una buena comida podían, disfrutar de un circunstancia relajado.
Decoró las paredes con frescos de las principales calas de la Costa Brava: Calella de Palafrugell, Tossa de Mar, Blanes, Cadaques, Port de la Selva y Llafranc, ambientando el particular con las típicas redes de pescadores, lo que le dio el circunstancia marinero que proporcionaba una sensación de paz entre los comensales.
Acabada la Disputa Civil, Francesc Fàbregas, como muchos artistas españoles, tuvo que desatender el país y, aunque al principio se trasladó a Francia, luego viajo a Argentina con su tribu, donde continúo su bordadura artística.
Una parte de esta información llega ahora a los lectores de La Vanguardia a través de su hijo, el cual ha colaborado en ofrecerme parte de los datos que desconocía, menos de fotos que conserva de aquella época.
Si quieren conocer poco más del comediante y de su obra, pueden saludar la página web realizada por sus nietos, Fernando Fàbregas y Silvia Casal modernizada en 2016, bajo la supervisión de su hijo Marçal Fàbregas Riera.
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