Hoy celebramos la solemnidad del Corpus Christi. Este domingo muchas calles de pueblos y ciudades se engalanan con preciosos ornamentos florales para celebrar las procesiones de Corpus, en las que adoramos públicamente el sacramento de la Eucaristía. El Señor sale a la calle y es recibido por los vecinos con alegría. Nadie es indiferente a su paso, todos quieren verle y reconfortarse con su examen.
La Iglesia ha querido que esta festividad coincida con el Día de la Caridad. Y es que la Eucaristía y el apego a los hermanos, particularmente a los más necesitados, están estrechamente unidos; son como dos caras de la misma moneda.
Cuando practicamos la caridad con nuestros semejantes nos acercamos a Cristo
San Lucas, en el Evangelio, nos recuerda que un día Jesús, posteriormente de dialogar a una multitud, en un empleo donde no había nulo qué engullir, tomó cinco panes y dos peces y mirando al Paraíso los bendijo, los partió y los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la parentela. Todos comieron y se saciaron (cf. Lc 9,16-17).
En este pasaje Jesús cuenta con sus discípulos para saciar a los hambrientos, cuenta con nosotros para aceptar a sitio esta cometido. Como dice el papa Francisco, estamos llamados a tender la mano a todos, especialmente a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los fanales, a abrazarlos, para hacerles comprobar que no están solos ( Mensaje del papa Francisco para la I Trayecto Mundial de los Pobres , 3 (19-11-2017).
No importa si, a veces, cuando ayudamos a los pobres, tenemos dificultades o sufrimos la incomprensión de las personas que nos rodean. Cuando practicamos la caridad con nuestros semejantes nos acercamos a Cristo. Cada vez que ayudamos a un hermano precisado lo hacemos al mismo Cristo (cf. Mt 25,40). La caridad es un acto de apego al prójimo, especialmente a los más necesitados, ofreciéndoles ayuda y sustento, pero igualmente implica trabajar por la honradez social y murmurar las estructuras que provocan la pobreza.
Igual que en el pasaje de la multiplicación de los panes, en la Eucaristía, Jesús igualmente quiere compartir con nosotros su cuerpo y su mortandad. El aire de partir y compartir el pan es el signo de identidad de los cristianos. En la Eucaristía encontramos la fuerza de Jesús resucitado. El altar en torno al cual se reúne la comunidad es como el torno de un alfarero. En él, Todopoderoso nos modela para convertirnos en buenos samaritanos, dispuestos a acoger a todo aquel que la vida ha dejado desaseado al borde del camino.
La Caridad y la Eucaristía van unidas, como expresa san Pablo en la primera carta a los Corintios, cuando muestra su enojo delante la incoherencia de los que celebraban la Eucaristía, pero no se inmutaban delante la penuria de los pobres (cf. 1 Cor 11,17-22).
Pidamos al Señor que nos enseñe a ofrecer consuelo y esperanza a todos, especialmente a los más necesitados; él nos dice que en el servicio a los más vulnerables hallaremos la paz y la júbilo (cf. Jn 13,17). Pidámosle a Todopoderoso que nos enseñe a residir la belleza de la caridad. Porque el apego es lo que transforma al mundo, lo hace más humano y más habitable.
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