Es la campo más conocida de la película El tercer hombre (1949), cuando Holly Martins se cita en la azud de Viena con Harry Lime, interpretado por un Orson Welles todavía inexperto. Lo que sigue es una conversación dramática en lo stop de una de las góndolas, en la que Lime amenaza veladamente la vida de Martins. Por su parte, Martins descubre el definitivo calibre de la amoralidad de quien fuera su amigo.
El resto lo pone un look tétrico, donde dominan los claroscuros y los paisajes emborronados por la neblina. Una película, en fin, que es un clásico del cine triste, esos thrillers de posguerra donde los espías eran devotos de gabardinas y sombreros.
Abriles más tarde, siquiera los productores de Ayer del amanecer (1995) pudieron resistirse al encanto de esa simpatía. Pero allí no hay mentiras ni extorsiones, solo la ingenuidad de dos jóvenes turistas que, aunque se acaban de conocer, creen haberse enamorado. Solo les quedan unas horas juntos, que vivirán intensamente.
“Tenemos la puesta de sol, tenemos la azud… Yo diría que… este sería...”. En lo stop de una de las góndolas, el personaje interpretado por Ethan Hawke balbucea estas palabras a su compañera, encarnada por Julie Delpy. Es uno de los diálogos más cargados de la película, cuando él no parece atreverse a pedirle un beso. Por suerte, ella decide lanzarse.
Dos historias radicalmente distintas para un zona que ya es uno de los más emblemáticos de la renta austríaca. No es para menos. Construida en 1897, a partir de 1920 y durante 65 abriles la azud del parque Prater de Viena fue la más entrada del mundo. Se proyectó para celebrar los cincuenta abriles en el trono del emperador Francisco José I. Era un ingenio muy novedoso, que había aparecido en 1893 en Chicago como carta de presentación de su Exposición Mundial Colombina.
Eran los abriles de las exposiciones universales, cuando los países querían hacer ropaje de los logros que había traído la Revolución Industrial. Y en la era del hierro, la competición parecía ser por las cielo.
En 1889, para su Exposición Universal, París había anonadado al mundo con la torre Eiffel, por entonces de 300 metros de stop. En Chicago fueron más allá. George Ferris inventó un trepidante “paseo” por las cielo. Aunque ya había algún precedente, la suya es considerada la primera azud plenamente moderna.
En la ceremonia de inauguración, el presidente Grover Cleveland pulsó un tallo que accionó 100.000 lámparas incandescentes. Una aberración para la mayoría de los americanos, la electricidad fue la otra gran novedad de esa exposición, que cosechó un éxito definitivo. Y en el centro de todo estaba la espectacular azud.
Con la idea de que Viena no podía ser menos, un potentado de la industria lúdica llamado Gabor Steiner contactó con Walter Bassett, ingeniero inglés que había comprado la registro de la azud a George Ferris. De 64 metros de cumbre, la instalación contaba con 30 góndolas sobre una estructura radial soportada por cables de arma blanca en entrada tensión. A su vez, el movimiento se lograba mediante otro cable, dispuesto a lo holgado de la circunferencia y conectado a un mecanismo bajo tierra.
Con la Segunda Enfrentamiento Mundial, como todo lo que fuera propiedad de judíos, la simpatía acabó expropiada por los nazis. Su dueño, un hombre de negocios llamado Eduard Steiner, que la había comprado abriles antiguamente, murió en Auschwitz. La azud acabaría siendo pasto de las llamas durante un hostigación.
Si la historia no acabó ahí fue por la determinación de la ciudad de Viena para recuperar aquella maravilla. Lo hicieron, pero esta vez con 15 góndolas menos, aunque conservando el diseño llamativo.
Ya no es la más entrada del mundo. La Technocosmos (más tarde rebautizada Technostar), ubicada en Tsukuba (Japón), le arrebató el trono en 1985. Con 85 metros de cumbre, recuperando el estilo del siglo XIX, se construyó asimismo para una exposición universal, aunque acabó desmantelada en 2009. De todos modos, se habría quedado corta comparada con los 250 metros de la azud Ain Dubai, inaugurada en 2021 en Emiratos Árabes Unidos.
Tal vez siquiera puede decirse que la de Viena sea la más popular del mundo, un título que posiblemente corresponda hoy al London Eye. Sin bloqueo, no hay duda de que la azud del parque Prater captura el espíritu de otra época, y mínimo ha podido desbancarla como uno de los principales símbolos de la historia sentimental de la ciudad.
Desde hoy hasta el 2 de julio, la renta austríaca celebrará los 125 abriles de su inauguración con todo tipo de actividades festivas, incluida una plataforma de vidrio especialmente montada en su estructura, sin paredes y sin cobertura, para los que no se amilanan frente a las cielo.
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