Con la flamante reconocimiento de Emmanuel Macron a Ucrania, la primera desde la invasión rusa, el Elíseo quiso levantar la imagen del presidente como jefe de Estado, a pocos días de unos comicios legislativos muy difíciles en casa. Pero, como contrapartida, Macron se ha hecho pasivo a los ataques de la examen –y a las ironías de la prensa– sobre la instrumentalización electoralista del alucinación a una zona de hostilidades.
A veces un chiste puede ser más hiriente que un sesudo editorial. El humorista de Le Parisien publicó ayer unas caricaturas de Emmanuel Macron y de Volodímir Zelenski en las que el primero, trajeado, exclama: “¡Ganaremos, ganaremos!” “Gracias por los ánimos”, contesta el líder ucraniano, que luce su camiseta caqui. “No estoy hablando de ti”, le corrige el presidente francés.
El término peyorativo ‘macronear’, usado en Polonia, Ucrania y Rusia, ya ha llegado a los medios franceses
Es difícil evitar la sensación de que Macron ha abusado de su tendencia a la mise en scène, a la teatralización excesiva de todo lo que hace, a los golpes de imagen demasiado estudiados. Lo han criticado los representantes de la coalición de izquierdas, así como la líder de la ultraderecha, Marine Le Pen, y el presidente de Los Republicanos (LR, derecha), Christian Jacob. Todos lo han marcado de instrumentalizar la situación.
El colmo de la mise en scène fue su dramática disertación del martes, desde la pista del aeropuerto de Orly, con el Airbus oficial a su espalda, motores en marcha, ayer de partir cerca de Rumania y Moldavia, escalas previas a su desplazamiento a Kyiv conexo a Scholz y Draghi. Macron mezcló sin rubor la crisis internacional con las elecciones francesas y pidió “una mayoría sólida” para no añadir un “desorden francés” al “desorden mundial”.
La sobreexposición mediática de Macron es un armamento de doble filo. Quizás se traduce en votos pero asimismo desgasta. Nadie ha efectuado tantas llamadas a Vladímir Putin desde que empezó la hostilidades, con magros resultados. En Francia se están haciendo eco ya de un término peyorativo, macronear , que se inventaron polacos y ucranianos y asimismo lo usan en Rusia para mofarse del presidente francés. Macronear significa, para quienes introdujeron el neologismo, un blablablá diplomático esterilizado, susurrar mucho sin que se traduzca en poco tangible.
El propio presidente francés, que concedió una entrevista al primer canal de la televisión pública (TF1) –otra valor criticada–, justificó su alucinación por su deber de “proteger nuestro país” en presencia de una crisis que provoca alzas de precios y desestabiliza mercados vitales como el de la energía, los cereales y los fertilizantes.
El líder de la coalición de izquierdas, Jean-Luc Mélenchon, asimismo trató de sacar partido de la coyuntura, en su caso de la ola de calor que azota Francia y que ha colocado a gran parte del país en alerta. Al frente de una alianza que incluye a los ecologistas, Mélenchon advirtió de que “si Macron apetencia, será catastrófico para el cambio climático”. Según el candidato a primer ministro de la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (Nupes), problemas como la presente canícula –se prevé 40 grados centígrados en París hoy– “no los arregla el mercado ni la proposición y la demanda”. Es urgente, por consiguiente, “planificar la ramal (social y ecológica) de nuestro maniquí financiero”.
En la segunda reverso de las legislativas, que se celebran este domingo, deben renovarse los 577 escaños de la Asamblea Doméstico. Los resultados de la primera reverso y las proyecciones de las empresas de sondeos anticipan que la coalición Ensemble (Juntos), que apoya a Macron, tendrá el decano número de diputados, por delante de Nupes, pero está en el corriente la mayoría absoluta.
El problema de Macron es que, incluso si Ensemble obtuviera una mayoría absoluta ajustada, la estabilidad de la asamblea no estará garantizada. El profuso agrupación parlamentario de Nupes puede poner muchos obstáculos procedimentales a las reformas del Gobierno, y los socios de Macron en Ensemble no querrán siquiera darle un cheque en blanco porque algunos de sus líderes tienen sus propias ambiciones políticas de cara al futuro.
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