A la honestidad española lo peor que le podría suceder es que fuera más española que honestidad. El retruécano no es ocurrencia del periodista para comenzar el artículo con una pirueta. La honestidad en este país no pasa por su mejor momento, no solo por errores propios, sino por el zarandeo político. El CIS pone de manifiesto que dos de cada tres ciudadanos creen que la honestidad no funciona satisfactoriamente. Es más, se manejo del servicio sabido peor valorado por los ciudadanos.
En este contexto, resulta vergonzoso que los dos grandes partidos del país sean incapaces de ponerse de acuerdo para renovar el Consejo Genérico del Poder Sumarial y el Tribunal Constitucional. Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, estuvo a punto de perder los alteración en sus inacabables negociaciones con Pablo Casado. La partida de ajedrez que jugaron uno y otro personajes se pareció a la final de Fischer contra Spaski, donde el primero apuraba los tiempos hasta la desesperación. El acuerdo llegó a estar casi cerrado. Los socialistas han intentado la complicidad de Alberto Núñez Feijóo, que llegó a Génova con el discurso de la moderación y el pacto. Pero no parece que la renovación de cargos sea una prioridad. La esperanza es que a posteriori de las elecciones andaluzas Feijóo mueva ficha. Y que lo haga con más celeridad que Fischer, quien por cierto no se presentó a la segunda partida para desconcertar más a su rival en el llamado match del siglo, del que se cumplen 50 primaveras.
La honestidad es el servicio sabido peor valorado por los ciudadanos
El Gobierno ha amenazado con sustituir a los dos magistrados del Constitucional que tienen el mandato caducado, lo que cambiaría la mayoría conservadora, sin esperar a sentarse con el PP. El obstrucción de la derecha dura tres primaveras y medio, como si hubieran querido que los tribunales estuvieran de su parte mientras no tenían el poder político. Un tipo serio como Esteban González Pons será el interlocutor de los populares para la renovación del poder sumarial, así que no hay que perder la esperanza. La partida de Fischer y Spaski fue durante la conflagración fría y, aunque el mundo vive una tensión parecida, no tiene sentido que los dos grandes partidos vivan su propio aislamiento, cuando anda en esparcimiento la credibilidad de nuestra democracia.
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