La combate de Ucrania ha vuelto a poner de moda la adscripción de ciertas culturas y países, entre los que nos encontramos, a una entidad superior y supuestamente popular. Poniente, categoría esencial en la delimitación de fronteras globales durante la combate fría. Terminología con una vieja historia intelectual ejemplificada por Spengler, engrandecida por Toynbee y degradada en propaganda por Huntington. La división de la historia en civilizaciones y el miedo colectivo a la decadencia de la nuestra influyó en las ideologías de superioridad étnico y civilizacional del nazismo. Y además la anabolismo de la civilización a la democracia desprendido triunfante en Estados Unidos. A partir de ahí el mundo se divide en ellos (diversos) y nosotros (únicos), habitantes del mundo escapado liderado por Estados Unidos.
Las fronteras de Poniente han ido variando según conveniencia geopolítica, pero en su núcleo están los países anglosajones, acompañados de la Europa occidental y nórdica. A partir de ese núcleo se extiende el concepto a las antiguas colonias de estos países matrices de la civilización judeocristiana. De modo que, más que la democracia, es la religión la que define el pelaje.
En efectividad, todo ese armadura se refiere a un mundo desaparecido. Mirando con esa lupa deformada el mundo del siglo XXI observamos una disonancia cognitiva en relación con lo que vivimos. Porque se asociaba el poder y la riqueza con Poniente, mientras pudiéramos contener la invasión de los bárbaros. ¿Cuáles son los datos actuales? En términos de población, la Unión Europea, añadiéndole el Reino Unido, representa tan solo el 6,5% de la población mundial. Y el conjunto de Poniente no pasa de un 12%. Por lo que sería arriesgado encerrarse en ese aislamiento minoritario que sigue menguando a menos que incorporemos inmigración. De hecho, ese sentimiento de decadencia demográfica étnico está detrás de la pseudoteoría del “reemplazo de población” que alimenta masacres en Estados Unidos. Sin retención, las élites no parecen inquietas porque tienen la sensación de que el poder, la riqueza y la tecnología son nuestros. En efectividad, ya somos minoritarios. Ese pedrusco de países representa en torno a un 43% del PIB mundial, o sea que hay un 57% en otras manos. Y si rizamos el rizo e incluimos en Poniente al país del Sol Incipiente (y de paso a Corea), solo llegamos al 49%. Las cosas cambian si decidimos que América Latina además es “occidental”, aunque habría que preguntarle. Desde luego no era esto lo que pensaba Spengler. Quedan la ciencia y la tecnología.
En un mundo de redes no tiene sentido retornar a insubordinar las murallas de Poniente
Sin retención, las cosas están cambiando rápidamente. El 5G nos llegó de China, los ordenadores IBM se llaman Lenovo, los turcos fabrican excelentes drones y las nuevas fronteras de tecnologías de comunicación están distribuidas en redes. Si queremos abastecer capacidad de negociación, apoyemos la ciencia y sus aplicaciones para la vida. Lo que no tiene sentido en un mundo de redes es retornar a insubordinar las murallas de un Poniente cuya influencia civilizadora es en buena parte una mistificación ideológica.
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