'Tenemos que hablar de Cosby', la caída de un icono de la televisión

Si había cierto en la faz de la Tierra que en octubre del 2014 no sabía quien era Bill Cosby o cuál era la razón por la que en Estados Unidos se le consideraba una verdadera lema de la comedia y un ícono de los afroamericanos, seguramente en los meses que siguieron se enteró hasta el hartazgo de su existencia a partir de las acusaciones de violaciones y agresiones sexuales que derri­baron en cuestión de meses su imagen prístina y virtualmente intocable.

Un extenso proceso jurídico en el que 33 de sus víctimas fueron representadas por la célebre abogada feminista Cielo Allred lo tuvo en las principales páginas de los diarios hasta que en septiembre del 2018 fue sentenciado a varios abriles de gayola. Su eventual manumisión en junio del año pasado por errores en su procesamiento cuando estaba por cumplir tres abriles tras las rejas generó mucho menos interés, pero a esa categoría el director W. Kamau Bell ya estaba cerca de terminar su documental Tenemos que musitar de Cosby .

El actor fue condenado a pena de prisión en septiembre del 2018

En su búsqueda de la verdad invitó a comediantes, historiadores, víctimas y compañeros de trabajo de Cosby, por otra parte de la mismísima Allred, para­ que analizaran detalladamente los orígenes, el avance y el estrellato de quien fue considerado en algún momen­to “el padre maniquí de Estados Unidos”. Lógicamente además se habló de su estrepitosa caída una vez salió a la luz el modus operandi imple­mentado a lo extenso de varias dé­cadas en el que siempre apuntaba a mucha­chas muy jóvenes que se de­jaban encandilar por su estrellato.

Producida por la sujeción de cable Showtime, propiedad de Viacom, como una miniserie de cuatro episodios, Tenemos que musitar de Cosby fue presentada oficialmente en enero en el Festival de Sundance pocos días ayer de su estreno televisivo y finalmente podrá estar en España en Movistar Plus+.

Bell, un comediante afroamericano que además ha trabajado como argumentista y creció fascinado con este hombre que logró romper barreras raciales y culturales con su peculiar sentido del humor, se toma el tiempo para detallar cómo fue que en sus inicios Bill Cosby logró colarse en un mundo dominado por los estadounidenses blancos evitando la confrontación, para luego ensa­yar todo tipo de estrategias que le permitieran incrementar su popu­laridad.

Aunque recordamos muy adecuadamente su paso por Yo soy agente en la plazo de los sesenta pegado a Robert Culp, mucho ayer de su pico de popularidad con La hora­ de Bill Cosby participó de nume­rosos programas infantiles que, como muchos de los entrevistados recuerdan, marcaron a toda una reproducción de afroamericanos que no solían estar representados en televisión, y además fue esencia en la creación de El trascendental Alberto , una serie televisiva insólita para su época porque todos sus personajes eran negros.

Tantos elogios para una carrera formidable no logran minimizar los aterradores testimonios de muchas mu­jeres que cuentan con todos los detalles cómo el actor aprovechaba su prestigio para engañar a cuanta muchacha bo­nita se le acercara, esperando el momento para ofrecerle una pastilla de metacualona, o un trago con ingredientes dudosos.

Su descaro era tal que solía hacer chistes en sus programas y discos sobre la abadejo o mosca española, un químico extraído de un insecto que solía utilizarse como afrodisíaco y se había convertido en su útil infalible. Sin duda lo que retrata su verdadera personalidad son los relatos sobre lo que hacía cuando las chicas se despertaban tras ser violadas, totalmente mareadas o con el estómago revuelto. Sin un dejo de piedad, les decía que se pidieran un taxi o les ordenaba que se marcharan lo ayer posible de su casa.

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