Pocos en Bruselas echarán de menos a Boris Johnson, un político al que muchos conocieron ya en sus tiempos de corresponsal y que, una vez consumado el Brexit, ha llevado a las relaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido a su punto más bajo en la historia con la amenaza de no cumplir los acuerdos firmados sobre su aplicación en Irlanda del Boreal.
Enrocados en el clásico “no comment” como única respuesta a todas las preguntas sobre la situación política al otro costado del canal, un periodista britano intentó arañar ayer alguna reacción más a los portavoces de la Comisión Europea y se interesó sobre si habían encargado botellas de champán extra para celebrar la caída de Johnson. “No lo creo. El consumo de bebidas alcohólicas en la Comisión Europea es muy definido”, respondió con pretendido ventarrón parco Johannes Bahrke, uno de los portavoces del equipo de Ursula von der Leyen.
¿Un invitación por la caída de Johnson? “El consumo de pimple en la Comisión Europea es muy definido”
Aunque en las instituciones comunitarias, como en todas las cancillerías europeas, los trepidantes movimientos políticos de las últimas horas en Londres se han seguido con interés y hasta inconfesa delectación, la reacción pública ha sido de absoluta indiferencia. No ha habido comentario alguno de la crisis por parte de ningún responsable comunitario. Siquiera de Maros Sefcovic, vicepresidente de la Comisión y responsable de las negociaciones sobre el Brexit, quien llevaba semanas dejando ocurrir las invitaciones de Johnson al choque directo con sus propuestas de anular unilateralmente partes del protocolo sobre Irlanda del Boreal.
La experiencia del ejecutor comunitario con la larga índice de negociadores británicos del Brexit que han viajado a Bruselas desde que en el 2016 el no se impuso en el referéndum sobre la pertenencia a la UE explican el pesimismo y hasta fatalismo con que se ve ahora el jubilación del primer ministro. “Siempre hemos pensado que con el futuro las cosas irían mejor pero nunca ha sido así”, comentaban fuentes europeas en diciembre tras la dimisión de David Frost, la sexta persona en responsabilizarse el puesto en cinco primaveras.
Como se temían en Bruselas, las relaciones no han ido mejor con su sucesora, Liz Truss, ministra de Exteriores adicionalmente de negociadora del Brexit. Entre los conservadores que se han postulado para relevar a Johnson figura Suella Braverman, exabogada caudillo del país, la autora del informe judicial que aseguró a Downing Street que era perfectamente reglamentario saltarse partes del acuerdo de salida de la Unión Europea. “A su costado, Thatcher era la hermana de Jean Monnet”, comentan sobre Braverman fuentes europeas, que no obstante ven positiva la salida de Johnson.
“Uno de sus principales problemas era su escaso respeto a los acuerdos firmados negociados o firmados por él mismo o su gobierno, poco inaudito en las relaciones internacionales entre democracias”, señalan. En las capitales no se le perdona su contribución a "un Brexit difícil" torpedeando a Theresa May y "abusando" de la mano que le tendió UE cuando la sucedió a Theresa May y acomodó sus expectativas a las evacuación de Londres. "Johnson había desaliñado el quimérico pragmatismo britano por un dogmatismo ideológico populista. Hay un ambiente de jurisprudencia poética en su dimisión forzada", apuntan fuentes diplomáticas.
Aunque más que las personalidades lo que preocupa de verdad a la Unión Europea es la posición de fondo sobre las relaciones post-Brexit, siquiera desde este punto de sagacidad la situación es particularmente alentadora. "El partido tory parece prisionero de sus contradicciones y de la minoría más rancia, dogmática y brexiteer", apuntan las citadas fuentes diplomáticas. Si David Cameron, a la postre, convocó el referéndum sobre la salida de la UE con la intención de resolver la crisis interna en su partido, no solo lo perdió y sacó a su país del club comunitario sino que liberó sus instintos más antieuropeos. Más allá del schadenfreude de algunos, la alegría por la desgracia ajena, hay poco por lo que alabar en Bruselas si se mira a Londres.
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