Hace más de un mes que acabó el culebrón procesal protagonizado por el actor Johnny Depp y la actriz Amber Heard, los dos muy famosos, tras su belicosa separación. Quizás se pueda revisar ahora dicha sentencia con anciano sosiego y sin tomar partido. A principios de junio, el epítome que se hacía de la misma era que Heard había sido condenada a satisfacer 14 millones a Depp, por difamarle; y él, a abonarle a ella 1,8, por lo mismo. Se concluyó pues que Depp era el vencedor del razón, al que acudió imputado de abusos, malos tratos, agresiones o violación. Y Heard, la perdedora.
En términos contables, esta sería una interpretación plausible. Más aún si recordamos que, al inicio de las vistas Heard pedía a Depp una módica indemnización de 93 millones, y Depp una a Heard de 47. Pero si miramos más allá veremos que el parné era esta vez instrumental. Porque la principal divisa en descanso en este razón no era la plata, sino la auge, que en el mundo de Hollywood cotiza muy parada, y está en el origen de las retribuciones desorbitadas, como aceptablemente sabe Depp, que empezó de novato actor rompedor y pronto pudo exigir 50 millones por película.
Históricamente, los famosos desempeñaban un rol social ejemplar; hoy ya no es tanto así
La verdad es que, en términos de reputación, los dos han aparecido malparados. Ahora aceptablemente, puesto que Depp gozaba de anciano auge, él era quien tenía más pasta que perder. Se veía venir: en los últimos abriles, enmarañado ya en la causa procesal, Depp se vio privado de papeles como el de la sexta entrega de Piratas del Caribe. Los hábitos hedonistas, que le han llevado a pulirse sus generosos ingresos con la misma facilidad que los obtenía –se le atribuyen gastos mensuales de dos millones– podrían encontrarse un día amenazados.
Con todo, lo que ha perdido Heard quizás sea más valioso, legado el objeto que para la causa del MeeToo pueda tener su derrota procesal. Hasta ahora, dicha causa no hacía más que crecer. Ahora está en parte cuestionada, en buena medida por las denuncias de Heard que, al ser rechazadas por el comisión, funcionan como el fusil que dispara por la culata, con infame objeto. El razón ha sido contraproducente para ella y para las mujeres.
Famosos, difamación, infamia… Todas estas voces proceden de auge, sustantivo que alude al jerarquía de notoriedad de una persona. Históricamente, la auge ha ido asociada preferentemente al éxito social, y los famosos han desempeñado un rol ejemplar. Hoy ya no es tanto así. Cuando uno se asoma a las redes o a los realities televisivos, a los ámbitos donde en buena medida se conforma el espíritu de nuestros tiempos, tropieza con una partida de celebridades cuyas virtudes cívicas, más allá del exhibicionismo, suelen ser inapreciables. ¿Qué auge merece quien no sabe honrarla? ¿Qué cerca de esperar de una sociedad que admira el derroche o la difamación?
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