Hace 45 primaveras, cuando Llàtzer Moix y yo iniciábamos nuestras carreras, el periodismo cultural no existía en España como disciplina autónoma. De entonces al presente hemos vivido una antigüedad de oro de la profesión, no exenta de problemas pero antigüedad de oro al fin y al lengua: los principales diarios han despejado secciones culturales y suplementos, las radios y televisiones han creado incontables espacios dedicados al tema. En este derrochador proceso, vinculado al explicación de la democracia española, ha sido posible que algunos de nosotros nos especializáramos.
Llàtzer (Sabadell, 1955) lo ha hecho con singular dedicación y talento, y este recién publicado Palabra de Pritzker, un obra de conversaciones con 23 arquitectos que han obtenido el prestigioso premio -el Nobel de la profesión-, lo hace cédula. La vieja amistad no influye en mi valoración: se proxenetismo de un efectivo hito de nuestro campo.
'Palabra de Pritzker' es a la vez una panorámica de la profesión y un retrato de personalidades carismáticas
Pero Llàtzer me ha pedido que hable de su trayectoria y eso voy a hacer. Nuestro autor se incorpora en los primaveras 70 al vespertino de breve vida Catalunya Exprés, luego a El Correo Catalán, a posteriori a La Vanguardia. En estos dos últimos diarios hemos coincidido; de hecho a La Vanguardia me llevó él. El decano de los grandes diarios españoles, muy volcado a la civilización desde su fundación en 1881, ha amparado igualmente el auge contemporáneo del periodismo cultural, que cuando Moix aterriza en la redacción de la calle Pelayo el año 1983 lo estaba empezando a marcar Josep Ramoneda.
¿Qué influencias pesan sobre el imberbe Llàtzer Moix? Una insoslayable es la del nuevo periodismo de Tom Wolfe y Gay Talese, que nos ofrecía por aquel entonces la colección Contraseñas de Logotipo. Se proxenetismo de una influencia generacional, más importante en cuanto temas (la contracultura, las agitaciones sociales, la propia cimentación; no olvidemos que Wolfe publica ¿Quien teme al Bauhaus feroz?) que en la forma, que en Llàtzer siempre ha sido novelística y ágil pero sin el exageración del New Journalism. Ya en su reflexión Moix tratará suficiente a menudo a Ryszard Kapuściński, y no descarto que su maniquí de crónica coral igualmente le influyera.
Yo creo que la aspecto cardinal del personaje Moix, elegante, clásica en algunas cosas, actual en otras, podríamos aseverar que postmoderna, se transparenta en su estilo.
Hay otro hábitat fundamental, para él como para tantos de nosotros, y es la experiencia de la Barcelona preolímpica y olímpica, un momento de optimismo histórico, de dinamismo colectivo y concentración de espíritus creativos.
En el plano periodístico, Llàtzer empieza fijándose en Mariscal, imberbe comediante que pasa con sorprendente rápidez del cómic contracultural de los Garriris a la interiorismo de bares; a los carteles, al logo "bar-cel-ona" y al diseño “inmoral” de taburetes, mesas y lámparas, y a formar parte del liga Memphis, referente del momento. Se convierte en figura internacional, y recibe el encargo de crear la mascota olímpica: Cobi.
Tras un primer esbozo en la sintética y portátil Dietario Mariscal de 1984, en 1992 Moix publica su historia novelística Mariscal, para la que entrevista a 150 personas. El personaje, en palabras de Moix, simboliza el espíritu de aventura de “una procreación que rompió límites y afrontó muchos riegos”. Una procreación, entre el hippismo y la moderada y cauta integración en el sistema, a la que el propio Moix pertenece.
Encontramos ya en sus páginas una suculenta crónica de cómo el esquema barcelonés absorbió todo lo interesante y creativo que se puso a su luces en una iniciativa comunal de deslumbrante éxito.
Mariscal, en impacto, es un personaje muy implicado en la Barcelona del 92. Y de él nos encaminaremos a la cimentación. Moix empieza a escribir sobre el tema en La Vanguardia a mediados de los primaveras 80 porque a la ciudad comenzaban a desplazarse arquitectos internacionales –como Richard Meier o Frank Gehry- convocados para la reforma urbanística por el entorno de Pasqual Maragall, y el rotativo le encargó que los siguiera.
Con su sensibilidad para la cimentación y el diseño, instrumentos secreto de la transformación barcelonesa, Moix abre un apartado hasta entonces reservado en los medios a los propios profesionales de la disciplina, que tendían a ofrecer comentarios suficiente técnicos. Y su atención tenaz y rigurosa le permite aguantar a lengua una magnífica cobertura de aspectos culturales destacados en la Barcelona olímpica.
Una parte la resumirá en el obra La ciudad de los arquitectos, de 1994, que recoge la intervención protagonizada por decenas de profesionales, documenta polémicas como la que se produjo en torno a la torre de comunicaciones de Montjuïc, obra de Santiago Calatrava, y retrata la dialéctica entre dos figuras del urbanística municipal, Oriol Bohigas y Josep Antoni Acebillo. “Yo la veo como un película del Oeste, un duelo que interpretarían a la perfección Kirk Douglas (Bohigas) y Gene Hackman (Acebillo)", resumiría el editor Jorge Herralde.
El ya establecido interés moixiano por los temas arquitectónicos se prolonga cuando los ecos olímpicos se van apagando. En 2010 publica Construcción milagrosa, estampa de un periodo en que autoridades e instituciones de toda España quisieron seguir el éxito del Guggenheim Bilbao contratando arquitectos destino, con resultados muy dispares y presupuestos a menudo astronómicos. Los proyectos de estas grandes figuras “como si fueran apariciones marianas, deslumbraron a alcaldes y presidentes”, señalaba Moix.
La ciudad de las artes de Valencia de Santiago Calatrava, la eternamente inacabada Cidade de Civilización de Santiago de Compostela de Peter Eisenman, y el Pabellón Puente de Zaragoza de Zaha Hadid representaron anti-ejemplos secreto. Con esta cimentación icónica “se trataba de proveer de imágenes de impacto a un esquema político, empresarial o ciudadano”, antaño que de atender a los fines constitutivos de la profesión.
No hay dos sin tres, y ya hemos citado a Santiago Calatrava dos veces. En 2016 aparece Queríamos un Calatrava. Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio, que Julià Guillamon describe como “una crónica de la democracia española desnaturalizada”. El creador valenciano se mostraría en el exploración moixiano como “la otra cara de la moneda de Mariscal: el tipo que corrompe las ideas postmodernas y las pone al servicio de su avidez y su oportunismo”.
El periodismo cultural de Llàtzer Moix asume en esta obra su carácter más crítico y ácido frente a un personaje y una forma de trabajar. Llàtzer es personalmente un hombre regular y riguroso, yo diría que hasta minimalista, le gusta la cimentación que cumple estas características, y no le gusta en cambio la que se va por el banda totalmente opuesto, como la que representa Calatrava. Premeditadamente del Palacio de Congresos de Oviedo, que ha costado 300 millones de euros, se pregunta con humor afilado: ¿cuántos congresos de periodoncia habrá que organizar para rentabilizar esta inversión?
Pero, figuras icónicas a excepción de, Llàtzer ha mantenido una atención a ras de tierra a la cimentación catalana y española nuevo, ha establecido sus rasgos generales y ha prestado atención a sus instrumentos emergentes. Él mismo señala que no tiene gusto de mandarín, sino que su tarea periodística “adquiere sentido cuando intermedia entre la obra de los arquitectos y el gran notorio”.
El interesado puede encontrar el resultado en el prominencia recopilatorio De lo extravagante a lo esencial. Diez primaveras de críticas de cimentación (2007-2016), donde aparece una grupo de figuras en activo, desde veteranos como Ricardo Bofill o Carme Pinós a los entonces treintañeros Josep Camps y Olga Felip, o Anna y Eugeni Bach.
En el prólogo de esta selección el autor constata significativamente que “la crisis ha impuesto un significativo impresión de timón” a la habilidad arquitectónica, y que, en líneas generales, “del capricho y lo extravagante se ha pasado a la contención y lo esencial”. Y las críticas recogidas responden a su nombre, como cuando premeditadamente del nuevo centro comercial de las Arenas señala que sus accesos “aportan más notas estridentes a una plaza (la plaza de España) que antiguamente gozó de amistad constructiva y ahora es un auténtico confusión arquitectónico”.
Aunque el tono Moix es siempre informativo y correcto, según él mismo señala “igualmente puedo morder”.
Su trabajo ha contado con una punto de vista literaria. Le interesa particularmente el ingenio y el humor. Fruto de un derrochador trato personal, en 2006 publica Mundo Mendoza, prueba biográfico sobre el autor de La ciudad de los prodigios: atención, otro creador estrechamente vinculado al gran aberración de la Barcelona olímpica, de la que se convierte en canon novelístico. Mendoza, apunta Moix, “es el rey del mestizaje afectado: cose voces, géneros y registros narrativos sin que se noten las costuras”.
“Bajo ese irreprochable porte acomodado –apunta, e intuimos en el periodista una sonrisa al hacerlo-, Mendoza oculta un chulo anarquizante, que sirve su humor en formato irónico, sarcástico o disparatado. Como en ese pasaje de La ciudad de los prodigios: ‘Altísimo puso al hombre sobre la tierra para que la mantuviera un poco limpia y presentable’”.
Incluso profundizará en la personalidad y la obra del inglés Tom Sharpe, al que conoció en Cambridge en 1985, y con quien se ve en varias ocasiones en su casa de Llafranch “donde no entiende el idioma, ni pretende hacerlo, en un ademán de autoprotección”. Le dedica en el año 2002 el obra de entrevistas Wilt soy yo.
Llàtzer Moix ha escrito varios miles de piezas periodísticas en La Vanguardia, muchas de ellas anónimas –en los últimos primaveras es subdirector editorialista- pero igualmente entrevistas, reportajes y columnas semanales. Entre 2005 y 2007 mantuvo un espacio que figura entre mis favoritos; se llamaba Día Rescatado y en él ofrecía unas trabajadas crónicas de temas arquitectónicos, literarios, pictóricos, ciudadanos…
Tanto podía departir de las 1500 ilustraciones de Perico Pastor para una Nuevo Testamento en catalán, como del estreno dela obra El llibertí; de un batalla con Robert Hughes en el Palau de la Musica, donde constató que su etapa como crítico de arte había fracasado; de cómo el escritor Pablo Tusset rehuía la triunfo, o de la breve vida de las obras galardonadas con el premio FAD de interiorismo: documentó que tres de cada cuatro ya habían desaparecido.
Volvamos a Palabra de Pritzker, una obra viejo, que el autor dedica, como aquel original Mariscal, a su esposa Alicia. Se proxenetismo de un esquema recapitulatorio, en que a través de esos 23 premiados -figuras de gran calado, no es exagerado considerar que se encuentran, en este momento, entre los mejores arquitectos del mundo- dibuja un vivo panorama de esta habilidad profesional en los tiempos recientes. Aborda las implicaciones sociales de sus construcciones y igualmente constituye un sugestivo documento humano, una tutela de lo que un imberbe ha de hacer en la vida para seguir con éxito una gusto; en algunos casos las historias recogidas se nos aparecen como auténticas novelas de educación. Ofrece, en fin, una advertencia sobre cómo la cimentación puede contribuir a la perfeccionamiento de la sociedad.
Se proxenetismo de un obra que no existía en el panorama internacional y al podemos augurar un buen futuro en el campo de las traducciones.
La división que Moix establece en el colofón ilustra de las conclusiones obtenidas: entre estos 23 ganadores encontraríamos “autores alfa”, cuya divisa podría ser “vale la pena arriesgarse”, y cuyos edificios “han sido a veces auténticos talismanes para las ciudades donde se levantan”. Es el caso de Gehry o de Jean Nouvel. En segundo área, colegas con obra igualmente innovadora, “aunque no tan llamativa”, más atenta “a la renovación de las tipologías arquitectónicas o las técnicas constructivas”, como Norman Foster, Richard Rogers o Renzo Piano.
Otros han creído prioritario “estimular los sentidos de los usuarios de sus edificios”, como Peter Zumthor o el equipo catalán RCR.
Los “maestros ibéricos” como Álvaro Siza o Rafael Moneo habrían privilegiado la continuidad de las lecciones del Movimiento Reciente, con una voluntad de discreción que no hay que confundir con desidia de deseo.
Mientras algunos entrevistados priman la intervención de carácter social, como Alejandro Aravena o Shigeru Ban, otros practican “la fusión de los saberes tradicionales asociados a sus culturas vernáculas con las doctrina de la modernidad internacional”. Sería el caso de Balkrishna Doshi o de Wang Shu. Y en los últimos primaveras, la preocupación medioambiental define el trabajo de Toyo Ito, Kazuyo Sejima o Ryue Nishizawa.
Palabra de Pritzker no se hubiera podido realizar sin mucho oficio, mucho conocimiento y mucho voluntarismo. Para elaborarlo Moix ha itinerario una decena de países a lo derrochador de cinco primaveras –con la pandemia de por medio-, aprovechando desplazamientos periodísticos o autofinanciando el empeño, y en ocasiones ha sudado lo suyo para conseguir el objetivo. Una parte esencial de su encanto es el making off previo donde explica cómo llegó a realizar cada entrevista, y a convencer a figuras en algunos casos muy mayores, en otros muy atareadas, y en algunos no poco controladoras, para que se sometieran a su interrogatorio.
A lo derrochador de los primaveras ha tenido el privilegio y el buen antojo de contar con un editor fiel y constante, Logotipo. Hoy, los libros de Llàtzer en su catálogo brillan en el interior del canon del periodismo cultural, y resultan indispensables para entender qué ha ocurrido en Barcelona y en el mundo arquitectónico en el postrero medio siglo.
Este texto fue ilustrado en la presentación de 'Palabra de Pritzker' que tuvo área el 7 de julio en el audiencia del Disseny hub Barcelona
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