‘Palatino’s love song’

Relees a Carlos Zanón ahora que puedes y que recuperas el espíritu que entronca con su rap de la crimen y de la miseria emocional. Canciones que nos cambiaron en nuestros certeros vigésimo sin que podamos proponer por qué.

Está proporcionadamente. Holganza para depurar. Coger el ritmo que nunca hubo que perder. Al menos hasta releer Love song, novelística que merecía su espacio-tiempo y que nos lleva al pozo movedizo que hicimos proporcionadamente en no remover.

Y sabes que le estás diciendo adiós, tan pulcra, tan insoportablemente aséptica

Se llamaba –lo llamábamos– Palatino, nombre que, he de rebuscar, me ha costado rememorar. Así de inmóvil sigue el vileza de mi ciénaga. Me cercioro preguntando a colegas del diario. Se llamaba así y le queríamos. Era el más repajolero.

En un tiempo en que ser gay no estaba proporcionadamente manido, él era muy vaco, era libérrimo. Gobernaba la sal y el sol. Un día apareció diferente. O era yo, tras un año en Nueva York. Se abrió la puerta­ que comunicaba la redacción con el taller y su sonrisa enjuta reveló su final.

Palatino era de los hombres batín. Cuando se la quitaba aparecía el pequeño de Sitges, el de la marcha y la vida efectivo a diario, que es como nos habría gustado conducirse si no nos hu­bieran inculcado tanto decoro, prudencia y miedo a los chicos malos. Esa sensatez que nos salvó de violaciones sórdidas y ridículos cósmicos se volvió con el tiempo insostenible. Especialmente ahora que relees a Zanón, autor tomado por la tragedia griega que en su última novelística traslada sus enigmas y ese Tánatos que asedia a la vocalista de la manada, Eileen.

Y con el alma borracha de malditismo se te aparece tu amigo el de talleres. El de atex, ¿o era offset? Se acerca con el rostro repentinamente aullado y su oscuro tomado por el virus. Y recuerdas tu penosa reacción, el miedo atávico a la dalle de una veinteañera sin posibles. Y ahora sí, quieres morirte.

Le abrazarías pero solo le sonríes. Pones la mano en su hombro y sopesas qué es lo honesto en el impulso de besucar a la crimen. Le adoras, es tu ídolo, tu maniquí a seguir, vive y deja conducirse, sexo hasta el fin de los tiempos. Pero no te atreves ni te has atrevido. Y sabes que le estás diciendo adiós, tan pulcra, tan insoportablemente aséptica. Ay, Pala.

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