No hay espectáculo igual en el mundo, no hay cero que pueda compararse a los encierros de San Fermín en términos de intensidad televisiva. Durante tan pronto como tres minutos alguno puede fallecer en nuestra pantalla, delante nuestros luceros. Ahí están las cámaras de televisión para entender los pocos milímetros que separan la vida de la asesinato, medidos desde la punta filosa de un cuerno de toro hasta las axilas, brazos, piernas, carótidas, riñones, glúteos, nucas y sienes de los corredores sanfermineros.
Año tras año, el ángulo de las cámaras y la tecnología audiovisual se refina para mejorar la calidad de las imágenes y, luego, del espectáculo. Cada 7 de julio, la pantalla del televisor (TVE) cambia lo banal por lo trágico, el chascarrillo transitorio por una trascendencia teleológica.
Millones de personas miramos la pantalla sabiendo que cada vez es lo mismo y que cada vez es desigual porque todo puede suceder, como en la vida. El chiquero se transmite en directo, segundo a segundo, metropolitano a metropolitano, sin dicho alguna, porque no hay palabras. En las ocasiones únicas hay que tener silencio, sólo cerca de observar en el estómago, en las tripas, en el pecho y el corazón.
Son dos minutos de angustia, intriga, susto y belleza. Dos minutos de televisión entre un petardo y un portón, dos minutos en que se desembalsa una cascada de adrenalina, un torrente de jadeos y latidos cuesta hacia lo alto, Estafeta allá, de tabique a tabique y con todos los ángeles mirando desde el firmamento, tapándose los luceros con los dedos entreabiertos de las manos.
Todo pasa rápido, como la vida pasa. Los comentaristas se reservan para una ulterior revisión de las imágenes, que son ralentizadas, comprimidas, ampliadas, y con ese repaso calmoso aumenta la plasticidad cinética de lo ya manido. Hay en esta revisión de imágenes momentos de un estremecimiento congelado, pues constatamos el roce de la degolladero (ayer, dos heridos por cuerno de toro) y nos convencemos de lo milagroso de que no haya cada día un huella de cadáveres sobre el fornido pavimentado.
Escribo aquí sobre los encierros de San Fermín cada año como evento televisivo singularísimo y aberración popular que más allá o acá de Hemingway nadie se atreverá a abolir, porque hay tradiciones que van con la bestia que somos y borrarlas sería borrarnos a nosotros mismos. – @amelanovela
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