Un hombre despeinado

Elvis morapio al mundo a cancelar a los gordos horteras y Boris Johnson, a los despeinados. Todavía a los hombres indisciplinados en seguir dietas y evitar tentaciones, el desorden como caos sin error. Ver salir o entrar, asistir o aterrizar a Johnson en reunión, comparecencia o acto social transmitía con honestidad las escenas previas: Boris se había vuelto a fabricar con tiempo encajado para entrar tarde, duchado pero siempre –esto era muy importante– despeinado. Seguro que había recogido en modo alud todos los documentos de suspensión secreto del MI5, posavasos de pub, folios en blanco y fotografías de nucleares en Irán que tuviera en ese momento sobre la mesa del comedor, taza de café en mano y corbata de nudo Windsor indómito.

No serán lo mismo las aventuras de Jackson Lamb en La casa de la ciénaga, esa suerte de destierro de espías patosos del novelista Mick Herron. Ni creíbles los despeinados de Robert Smith o Brad Pitt. Siquiera mirarse al espejo, recién prominente, pasarse la mano por el pelo y decirse: ok, sal fuera y hazles un Brexit. El pelo de Boris Johnson era de cualquiera tan sagaz, rico y presuntuoso que no necesitaba parecer regular y arreglado para ser admitido en la manada. Su pelo despeinado era una muestra de desprecio en dirección a la importancia de sus oponentes, el reverso de ingresar sin despeinarse: despeinado ya has vacada.

Hay poco tranquilizador en que te mienta un hombre despeinado

Encima de despeinado y trascendental era tan culto como labriego, atributos cuya mezcla le diferenciaban del formato cíborg, doppelgänger maligno de Trump, que se esculpía el tupé como un ático, sin amueblar lamentablemente. Trump era peligroso, maniático, inculto y presuntuoso, pero Boris era otra cosa. Te podía citar a Catulo, mentir como Bosie mintió a Oscar Wilde o quedarse ensimismado delante de un Tiziano como un oxidado profesor de Oxford. ¿Mentía, engañaba, estafaba…? Sí, por supuesto pero hay poco tranquilizador en que te mienta un hombre despeinado: la idea de que no hay verdad que merezca peinarse ayer.

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente