Cuando la escuela de la Bauhaus abrió sus puertas hace poco más de cien primaveras, se vanaglorió de su política de igualdad de sexos, pero no fue exactamente así: las alumnas eran dirigidas a los talleres de tejido o cerámica aunque hubieran expresado su inclinación por la metalurgia o la cimentación. Lo de tejer era cosa de mujeres, y si eso y de paso, arte, pero menos. Y sin retención nadie cuestionaba, entonces ni ahora, que el conjunto de tapices de La dama y el unicornio , conservado en el museo de Cluny, constituye una de las grandes obras de la existencia media.
Los textiles han formado parte de la vida social desde siempre, a su función de dar oquedad pronto se añadió la ornamental y en todas las culturas, desde las alfombras y tapices tejidos peruanos de la tradición quechua, al trabajo de la seda en China, mientras que en Japón o en el imperio turco estos tejidos eran un distintivo social. Las tejedoras gozaban de un gratitud al que no era visible el hecho de que tanto los hilos como los tejidos se fabricaran a mano, poco que cambió con la revolución industrial, y con ello la consideración de su ejercicio, ahora escasa al espacio doméstico y, por ende, a las mujeres.
De la costura a la instalación1VANESSA BARRAGÃO, PORTUGAL, 1992. Interesada en la ecología y especialmente en los temas marinos, quizás porque nació en la Albufera, la actor portuguesa utiliza hilos, crochet y lanas para crear sus alfombras y tejidos con los que reivindica los océanos, como este ‘Coral garden’, partiendo de una de las industrias más contaminantes y productora de residuos, la textil.
2ULLA STINA-WIKANDER, SUECIA, 1957. Luego de primaveras coleccionando tejidos de punto de cruz encontrados en mercadillos, la creadora comenzó en el 2012 a cubrir con ellos objetos además desechados, dando una nueva vida a unos y otros como reivindicación del reciclaje y la reparación.
3BISA BUTLER, ESTADOS UNIDOS, 1973.
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En la tradición del ‘quilt’, Butler realiza un meticuloso trabajo juntando retazos de telas para crear piezas que llegan a valorar varios metros y en las que invierte más de 200 horas de trabajo, como esta ‘Dear mama’, 2019. Una reivindicación de la comunidad negra, mediante la recuperación de vidas anónimas.TANYA AGUIÑIGA, ESTADOS UNIDOS, 1978.
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Su ascendiencia mexicana, unida a su formación estadounidense, ofrecen un carácter mestizo a sus piezas, instalaciones y proyectos comunitarios en yute, algodón, seda y guataBILLIE ZANGEWA, MALAWI, 1973. Hija de una trabajadora textil sudafricana, aprendió a coser con su mamá y pronto comenzó a producir collages cosidos a mano básicamente en seda, composiciones figurativas que se centran en la cosificación del cuerpo de la mujer negra
Desde la Bauhaus precisamente, Anni Albers dio un trastorno al f iber art , lo reformuló con sus investigaciones sobre motivos y telas, técnicas de impresión y la figura del diseñador, convertido en actor. Albers abrió camino, pero no fue hasta los movimientos feministas de los 60 y 70 que el arte textil no fue agradecido como tal. La desaparecida actor barcelonesa Aurèlia Muñoz fue una de las figuras imprescindibles de esta renovación, formó parte en los 60 de los movimientos de renovación La Nouvelle Tapisserie y Fiber Sculptures y sus trabajos comprenden desde grandes instalaciones a esculturas tridimensionales en pequeño y mediano formato.
En Estados Unidos Faith Ringgold (1930) retomó la tradición del ‘quilt’ o acolchados patchwork de la comunidad negra para hacerlos narrativos y a través de sus escenas denunciar la violencia étnico. Convertida Ringgold en un icono, esta sarta de ‘quilt’ documental ha sido adoptada por Bisa Butler, quien recrea en sus colchas fotografías, a veces de personas anónimas, a veces de su propia tribu. Todavía la sudafricana Billie Zangewa ha tomado esta dirección, centrada en la maternidad y la situación de las mujeres negras.
En una sarta radicalmente distinta, la norteamericana Sheila Hicks (1934), alumna de Anni Albers cuando esta se estableció en Yale con su consorte Josef, ha explorado las fronteras entre el tejido y la escultura en sus grandes instalaciones, tapices y columnas tejidas que van desde el techo hasta el suelo, en vibrantes colores.
A partir de los primaveras 80 las artes textiles desarrollan nuevas formas y exploran lenguajes próximos al conceptual mientras se experimenta con técnicas y materiales; al mismo tiempo se recuperan procedimientos como el croché, el acolchado o el bordado, ahora utilizados con nuevos enfoques críticos desde el feminismo y las políticas de mercancías e identidad. La portuguesa Joana Vasconcelos incorpora ganchillos para tratar la feminidad, la alemana Alexandra Bircken ensambla tejidos con otros materiales, como maderas y objetos encontrados, Judith Scott (EE.UU.) es conocida por sus complejas obras escultóricas, al igual que Sarah Zapata, quien utiliza las prácticas de la tradición andina, de donde es originaria, para crear alfombras que se elevan como esculturas. Y en nuestro país Nacimiento Rodríguez (Valladolid, 1981) utiliza hilos y tejidos en instalaciones y en muy particulares esculturas, Nora Aurrekoetxea (Bilbao, 1989), residente en Holanda, o Sonia Nvarro (Puerto Lumbreras, 1975).
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