Agárrense que vienen curvas

Este fin de semana una parte de la sociedad empezará sus receso de verano. No todos podrán tomarse unos días de alivio, pero entre quienes lo hagan parece dominar el deseo de recuperar la normalidad que la covid reprimió los últimos veranos. Se sumergirán en la nueva normalidad , como concepto acuñado para describir las nuevas condiciones en el ámbito del comportamiento social tras la pandemia. Una nueva normalidad que habrá que hacer extensiva a las nuevas condiciones climáticas. La propia Ordenamiento Meteorológica Mundial (OMM) ha destacado que el episodio de temperaturas que ahora mismo se considera histórico es, en existencia, la nueva normalidad a la que tenemos que ir acostumbrándonos.

No quisiera abortar la fiesta a aquellos amables lectores que en su meritorio alivio están dispuestos a darlo todo, pero me temo que a la envés de receso nos esperan intensas turbulencias que obligarán a abrocharnos los cinturones. Ojalá me equivoque en el pronóstico y tenga que refugiarme en aquella especie de chiste que Umberto Eco contaba ayer de hacer predicciones: aquel que una persona fuego a la puerta en la que aparece el rótulo de Adivino , y desde adentro preguntan: ¿quién es? No obstante, este presentimiento viene avalado por tan múltiples realidades que me temo que actualizan a Paul Valéry, cuando a mediados del pasado siglo expresaba que la esperanza era vaga mientras que el temor era preciso.

Tras el intenso calor del verano, Europa temblequeará de frío el próximo invierno

Ni los más optimistas parecen desmentir que tras el intenso calor del verano, Europa temblequeará de frío el próximo invierno. Será una de las salpicaduras de la refriega de Putin y la mejor muestra de que la Unión Europea no ha calibrado adecuadamente las consecuencias del conflicto con Rusia. Los rusos están acostumbrados al frío y al racionamiento, pero los europeos no. La crisis del gas provocará grandes brechas en el seno de la UE y la solidaridad con Ucrania perderá la intensidad de los primeros meses de la refriega. A Putin no le van tan mal las cosas como a veces deseamos y necesitamos creer. Solo un improbable alto el fuego que albergue esperanzas de paz puede evitar lo peor.

Y cuanto más dure la refriega, más perdurará la inflación y nuestras previsiones de crecimiento (que no son malas para la que está cayendo) irán deslizándose por la irresoluto de la desaceleración hasta demorar a la recesión. Los precios energéticos (que ayer de la refriega ya tuvieron el impacto de los costes de la transición energética “a la europea”) irán desbordando las previsiones inflacionistas. La remisión de la globalización será todavía inflacionaria. La propia devaluación del euro frente al dólar es importadora de inflación. Los tipos de interés subirán sí o sí en paralelo a la subida inflacionista. Y, con ello, se incrementará la nota del cuota de nuestra deuda pública, a pesar del Utensilio de Protección diseñado por el BCE para evitar la fragmentación y una crisis del euro. Por cierto, qué educados somos los europeos del sur. ¿Se acuerdan de las acusaciones de los frugales del ártico y de la impuesta rigor para retribuir la fiesta de los del sur? ¿Quién pagará ahora el coste de la fiesta de la dependencia energética de Rusia de los países del ártico?

En fin, un entorno ideal para excitar los instintos irresponsables que despierta el populismo. Draghi acaba de percibirlos. Los meses que vienen serán óptimos para el caldo populista. Y para hacer populismo no es necesario formar parte de la internacional populista. Se puede hacer desde cualquier gobierno… y desde cualquier competición.

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