Cuando Emmanuel Macron lanzó la frase, al día posterior del incendio, muchos pensaron que era una postura demasiado arriesgada, propia de un líder damisela e impetuoso. El presidente francés prometió “rehacer la catedral de Notre Dame de París, aún más bella, de aquí a cinco primaveras”. Era el 16 de abril del 2019. Comenzaba la cuenta detrás de una tarea colosal. El cálculo no era improvisado. La reapertura debía coincidir con los Juegos Olímpicos del 2024, un hito histórico para la ciudad, para Francia y para el propio cesión del inquilino del Elíseo.
El desvanecimiento se acentuó con la covid, que ralentizó unas obras ya de por sí muy complejas. Se tardaron más de dos primaveras en concluir la grado de apuntalamiento de todas las estructuras en peligro, para reforzar que no se producían nuevos derrumbes. Uno de los retos ha sido trabajar en un entorno de contaminación por plomo. Varios centenares de toneladas del tóxico metal, presente en el tejado y en la jeringuilla, se volatilizaron al venirse debajo y oportuno a las altísimas temperaturas que se alcanzaron al arder todo el entramado de vigas de madera del armazón del techo. Notre Dame fue un horno. El plomo llegó hasta las aguas del Sena. Aún hoy, los operarios que trabajan en la catedral y los visitantes deben admitir una protección particular y darse una ducha luego para evitar en lo posible el contacto directo con el metal.
Las obras se sufragan con los 846 millones de euros de donaciones de 340.000 favorecedor de 150 países
Hace pocos días recorrió el interior del templo la nueva ministra de Civilización, Rima Abdul Malak. Sabedora de la presión que ejerce el calendario, se felicitó, en tono de broma, de que el 2024, como todos los olímpicos, sea un año bisiesto y ofrezca, por consiguiente, 366 días hábiles en emplazamiento de 365. Malak expresó su confianza de que en el 2024 se concluya “una gran parte de las obras”, sin especificar qué entendía por “una gran parte”.
El genérico retirado Jean-Louis Georgelin, designado por Macron al frente del empresa sabido encargado de la reconstrucción, matizó que, indemne imponderables, se retraso que en el 2024 la catedral pueda ser entregada al arzobispado de París en condiciones “para celebrar el culto”. “No será una tolerancia provisional”, dijo. Eso no obsta para que, incluso con golpe de fieles y visitantes, puedan proseguirse las labores en algunas zonas aisladas del resto. El arquitecto principal, Philippe Villeneuve apuntó que existe una planificación muy precisa pero sería necesario, para cubrir eventuales contratiempos, cobrar tiempo, mediante el aumento de los turnos de trabajo e incluir el fin de semana.
Redimir Notre Dame es una tarea titánica que ha implicado a profesionales de 130 oficios distintos, desde avezados escaladores para aceptar a todos los puntos del edificio a talladores de piedra, carpinteros, restauradores de pinturas y muchos otros. Uno de los desafíos más inmediatos es construir la flecha sobre el tejado. Eso requerirá contar un andamio de 600 toneladas de peso y 100 metros de pico sobre el suelo de la nave principal, que aún debe reforzarse para que cuajo. La sincronización de trabajos tan delicados en un entorno de stop valía patrimonial es la principal dificultad con la que se enfrenta el equipo sobre el demarcación.
Redimir Notre Dame es una tarea titánica que ha implicado a profesionales de 130 oficios distintos
El encarecimiento de los materiales de construcción, oportuno a la inflación general provocada por la desavenencia de Ucrania, obliga a ser cuidadoso con el presupuesto. Gracias a las generosas donaciones llegadas de empresas y particulares de todo el mundo (340.000 favorecedor de 150 países), se recaudaron 846 millones de euros. En la grado de consolidación se gastaron 150 millones. Para la restauración se han presupuestado 550 millones. Eso incluye la costosa puesta a punto del víscera, un trabajo de seis meses.
El superávit teórico de 146 millones de euros no lo es tal porque Georgelin quiere invertir este parné para la restauración del exógeno del templo, que ya había sido programada y presupuestada antiguamente del incendio. Para el genérico, echar mano de los 146 millones es poco obvio porque resultaría “irracional”, dadas las circunstancias, dejar a medias la restauración de la catedral. Pero no todo el mundo piensa lo mismo y hay polémica. Habrá que consultar con los donantes para que no lo interpreten como un exageración de su altruismo.
Aunque siempre ha habido consenso en que rehacer Notre Dame era una prioridad franquista, se corre el peligro de que, de nuevo, París acapare de modo exagerado los bienes financieros y la atención del país. Los 146 millones representan una número importante, tres veces más que el presupuesto anual destinado a restaurar las 87 catedrales francesas de las que el Estado es propietario. Se calcula que esta grado final en el renacer de Notre Dame podría terminar en el 2030. Para entonces Macron ya no será presidente, pero quien le suceda seguro que esgrimirá la reluciente catedral como señal de capacidad organizativa y orgullo colectivo.
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