El secreto que oculta en su interior el famoso busto de Nefertiti

No hay ninguna reina de Egipto cuyo rostro sea tan conocido como el de Nefertiti. Ni tan siquiera el de la poderosa Hathsepsut, que reinó como faraón; ni el de la bella esposa Nefertari del gran Ramsés II, retratada en la tumba más espléndida del Valle de las Reinas; por no departir de Cleopatra VII, más relacionada con la fisonomía de Elisabeth Taylor que con la suya propia.

Nefertiti, que participó como consorte en la revolución religiosa de su marido Akenatón, llamado el heresiarca, logró la inmortalidad y la triunfo mundial gracias, no obstante, a una obra de arte, la del cincelador Tutmosis, recuperada de la arena del desierto en 1912. El descubrimiento, por parte de la labor arqueológica del teutónico Ludwig Borchardt en el inmenso depósito de Tell-el-Amarna, levantó polémica desde el inicio. Por aquel entonces, las excavaciones, financiadas esencialmente por países europeos, se repartían por un igual los hallazgos con el país de origen, Egipto. 

El busto de Nefertiti en el taller de Tutmosis

El imagen de Nefertiti en el taller de Tutmosis

Y fue así como el distinguido imagen acabó viajando a Berlín, no sin cierto simulación, ya que Borchart, consciente de la importancia de la cámara, se apresuró a envolverla y mostrar solo una mala fotografía al Profesión de Antigüedades egipcio, que pecó de ingenuidad a la hora de dar su manido bueno al reparto propuesto por el avispado arqueólogo.

El imagen de la reina se expuso por primera vez en 1924, en el Neues Museum, causando gran afán y donde permanece a pesar de los reclamos insistentes de Egipto para que regrese a su hogar. Difícil lo tiene. Cada año recibe la visitante de un millón de personas, muchas de las cuales se dirigen a la Sala de la Cúpula Septentrión del museo berlinés solo para verla a ella. Una aseguradora tasó la obra hace un par de primaveras en más de 300 millones de euros.

Visitantes contemplando el Busto de Nefertiti en Berlín, en el año 1963.

Visitantes contemplando el Tórax de Nefertiti en Berlín, en el año 1963.

Bundesarchiv, B 145 Bild-F014916-0034 / Wegmann, Ludwig / CC-BY-SA 3.0

Convertida desde un inicio en un icono de belleza del antiguo Egipto, la obra fue sometida a un detallado estudio de dos primaveras por parte de un equipo de investigadores del Imaging Science Institute de Berlín liderados por Alexandre Huppertz. Los resultados, publicados en 2009 en la revista científica ‘Radiology’, fueron sorprendentes.

El descubrimiento

Una tomografía computerizada mostró lo que no había sido capaz de detectar otra practicada en 1992, cuando esta tecnología no estaba tan descubierta. Casi como si se tratara de un descanso de matrioskas, en el interior del delicado rostro de la reina había otra escultura. Concretamente, un primer imagen modelado en piedra caliza que representa asimismo el rostro de Nefertiti. Ahora acertadamente, este primer retrato resulta mucho más fidedigno con la verdad. Muestra a una mujer igualmente bella, pero con arrugas en la comisura de los labios y en las mejillas, pómulos no tan prominentes y una pequeña elevación en el tabique nasal. Es sostener, la Nefertiti vivo, humana e imperfecta.

Horizontal

El distinguido imagen de Nefertiti en su vitrina del Neues Museum de Berlín

Terceros

El cincelador Tutmosis utilizó un extraño sistema de elaboración para modelar el rostro de la reina. Por encima de la cámara tallada sobre la piedra añadió una serie de capas de estuco de diverso espesor hasta obtener el resultado final que todos conocemos y cuya imagen resulta más idealizada de lo que se creía. Se podría sostener que el propio creador practicó una cirugía estética a su obra innovador, creada aproximadamente unos 3.400 primaveras antes, con el objetivo de obtener un ideal de belleza, un canon estilístico, que todavía hoy admiramos, una Nefertiti que hace honor al significado de su nombre: “la bella ha llegado”.

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