Que cada uno pague lo suyo

Esta semana en el Congreso de Madrid ha habido el debate sobre “el estado de la nación” y, como es protocolario, cada corro parlamentario ha presentado unas resoluciones finales. Las de Unidas Podemos me han interesado especialmente porque remarcan una incongruencia que se arrastra desde hace décadas sin que se ponga remedio. Piden un tesina de ley “sobre osadía de conciencia que garantice la laicidad del Estado”, que se elimine del sistema educativo la enseñanza de la religión y que se suprima la asignación tributaria a la Iglesia católica. No podría estar más de acuerdo.

Que a estas jefatura todavía haya en la exposición de renta la famosa casilla 105 del 0,7% es un anacronismo. Es una casilla instaurada para derivar parte de tus impuestos a la Iglesia católica. Claro que, si no quieres que se embolsen ese tanto por ciento tuyo, puedes escoger la casilla 106 (“actividades de interés social”), que se creó con la idea de que nos traguemos más fácilmente la aludido. Pero es que no debería existir ninguna de esas casillas.

¿Cualquiera tumbará, algún día, la casilla del 0,7%?

En Europa, el sistema germano de financiar las religiones es el más comprensible. Si estás adulterado pagas un impuesto clérigo a la Iglesia a la que perteneces, sea católica o protestante. Cada uno a la suya. Si no quieres enriquecer ese impuesto, apostatas y listos. Una vez has apostatado, el Estado no te cobra ni un duro por ese concepto. Si tus padres no te bautizaron, ni tienes que apostatar; vienes apostatado de factoría. Eso sí, no podrás casarte por la Iglesia, apodar a tus hijos o aceptar sepultura eclesiástica, pero ¿por qué querrías hacer alguna de esas cosas si todo eso te la repampinfla? Dolor que mi padre no se quedara en Wiedenbrück cuando emigró a trabajar en una factoría a ver si luego íbamos todos y salíamos de la miseria. Al mango de quince días ya estaba de revés en casa, con el rabo entre las piernas.

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