Un mundo desquiciado

Permítanme que les pase la película de horror de los últimos cuatro abriles, porque hay que partir de esa pesadilla para despertarnos a una nueva vida. Cuando escasamente salíamos de una crisis financiera total agravada por políticas socialmente injustas, llegó la pandemia que ha segado millones de vidas, 100.000 en nuestro país. Sobrevivimos, aunque el virus sigue ahí, gracias al esfuerzo del sistema de sanidad pública y sus profesionales. Y porque las medidas de confina­miento nos dieron tiempo para que la ciencia descubriera vacunas eficaces en un tiempo­ récord. Volvieron la crisis econó­mica, la destrucción de empresas y de empleo. En España tuvimos mejor protección que la mayoría de países, pero aun así fue muy duro.

El cambio climático empezó a hacerse apreciar en catástrofes naturales por doquier. La desigualdad social aumentó extraordinariamente. La ruptura de la solidaridad conllevó un incremento del racismo y la chovinismo. La afirmación de los derechos de las mujeres y la emergencia del movimiento LGTB tuvieron que confrontar una ola de violencia machista. Los progresos de la digitalización fueron sesgados por la invasión de la privacidad y la reserva de una parte de la población, en particular los mayores. 

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Luis Acosta / AFP

Y en esto llegó a Europa una guerrilla absurda y destructiva que nos retrotrae a los peores momentos de nuestra historia. Con el potencial de tenderse y de nuclearizarse. La guerrilla provocó una crisis energética y una inflación destructiva. Mientras las instituciones perdían licitud y los ciudadanos se sumían en la desconfianza y el miedo, exasperados por unas redes sociales que siembran animadversión. Al tiempo que demagogos de extrema derecha, Trump, Johnson, Le Pen, Meloni y tantos más, espoleaban los bajos instintos del nacionalismo y polarizaban a la sociedad en trincheras de intolerancia. De las que surgieron masacres en serie. Y hasta asesinatos políticos en el pacífico Japón. El orden demócrata se tambaleó en Estados Unidos.

No nos enfrentamos a una maldición, sino a nosotros mismos, a la incapacidad de coexistir en paz

¿Cómo fue posible una tal concatenación destructiva en tan poco tiempo? En un periodo precientífico se hubiera pensado que los espíritus malignos nos han invadido. Pero si nos atenemos a una visión racional de la irracionalidad humana habrá que establecer conexiones factuales como paso previo para detener los vientos de destrucción. Por ejemplo, entre el cambio climático y las pandemias. Entre un maniquí energético, expresión de nuestros modelos de producción y consumo, y el cambio climático. O entre el individualismo extremo de una pertenencias basada en la competición y la destrucción de los vínculos entre las personas. Entre las fake news , el odio y su derivada, la violencia. Y entre la política mediática, la política del escándalo y la desconfianza de los ciudadanos.

Es la estructura social de los humanos lo que induce múltiples procesos destructivos entrelazados. No nos enfrentamos a una maldición, sino a nosotros mismos, a nuestra incapacidad de coexistir en paz. Tiempo de retornar a la raíz: rebuscar nuestra humanidad global y gestionarla desde lo divulgado.

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