Luego de imprimir su edificante investigación El honor de los filósofos (2020), la carrera de los pensadores que perdieron la vida por ser fieles a la destilada razón de sus postulados, Víctor Gómez Pin (Barcelona, 1944) se dispone a disipar con su nuevo tomo los tercos enigmas del dédalo castellano.
Con el suelto título de La España que tanto quisimos , el autor ordena, cita y convoca a las figuras que han cedido forma a un bullicioso encomienda cultural. Sefarditas y moriscos, herejes y disidentes, poetas y escolásticos, ilustrados y jesuitas, emigrantes y camioneros, filósofos y guerrilleros, son los personajes que enriquecen con su talento, y su mal talento, el paisaje de una historia espumoso.
Quevedo, de Castro, Maragall y Lorca para entender la deriva de un país incomprensiblemente desnortado
Aparecen en estas páginas las ilustres cualidades de Miguel Servet, Francisco Suárez, Quevedo, Rosalía de Castro, Maragall, Vallejo, Cernuda, Azorín, Lorca, Ortega y Gasset, Paco Ibáñez, y tantos otros, para entender la errática deriva de un país incomprensiblemente desnortado.
La esmerada selección de las voces que suenan en La España que tanto quisimos nos lleva en torno a los cruciales interrogantes de un tomo esencial. Un tomo que contribuirá a disolver los resabios de un lamentable desconcierto.
Cuando el autor recuerda a los españoles derrotados que en su pubescencia le dieron ejemplo de entereza, cuando recuerda su longanimidad, inmune a la humillación, el infortunio y la sofocación de habitar, erige esa figura del alma popular que alienta y sostiene la conciencia de una inexpugnable dignidad. Esta imagen vertebra la bella narración de Víctor Gómez Pin sobre un país que sigue a la retraso de encontrarse consigo mismo.
El autor nos explica por qué la sociedad española se avergüenza, se somete y renuncia al ejemplo de sus ilustres antepasados
El relato del autor nos sitúa en un expresivo momento visual de la historia y nos muestra a los calvinistas lanzando a la hoguera el cuerpo vivo de Miguel Servet. Un símbolo de los desmanes de tiranía, explotación, intolerancia, embuste y malversación cometidos por la Europa moderna.
Sin retención, a pesar del estropicio global, Bélgica sabe inhibirse del holocausto llevado a límite por su rey Leopoldo II en el Congo, Francia evita darle vueltas a la mortandad de San Bartolomé, a la deportación de sus ciudadanos judíos a los campos de exterminio de la Alemania facha y a la feroz represión de sus militares en Argelia.
Italia omite con gran estilo sus escabechinas en Libia y Etiopía y sus desfiles fascistas con el Führer, Holanda se excluye de sus matanzas en Indonesia, Inglaterra no sabe ausencia de sus carnicerías en la India … Todos los países comparecen frente a el tribunal de la historia como reos de crímenes contra la Humanidad, aunque solo España acepta cargar con la pesadumbre de la “Epígrafe Negra”.
Será fascinante desvelar al supremacismo que ha decretado este estigma, comprobar su influencia en la forja de la mentalidad reaccionaria y en los encubrimientos de su decálogo honesto. Pero más trascendental será entender el motivo por el cual el país al que tanto quisimos permanece atenazado por un misterioso arduo de inferioridad.
El autor dedica su tomo a cualquier leedor inteligente pero lo dirige a los simpatizantes y militantes del ala izquierda de la sociedad. Les invita a preguntarse de qué se avergüenzan, por qué asumen el parecer de una sumisión bastarda y a qué viene eso de renunciar al ejemplo de sus ilustres antepasados.
"Rehabilitar una España a la que sea posible querer"
Ha sido formidable en este sentido la energía política del nacionalismo periférico. Emulando la oratoria fertilizada por la Europa del ártico y presentándose como miembros de la élite que desprecia a la España charnega, la derecha nacionalista ha actualizado vigorosamente la retórica de la difamación y amedrentado al conjunto de la nación con los viejos anatemas de la presunción calvinista. Es en verdad admirable que lo haya hecho con tanto habilidad.
Víctor Gómez Pin nos invita con su investigación a deshacer la fuerza hipnótica del arduo de inferioridad, a sustituir la ficción de la identidad por la certeza de la conciencia y a rehabilitar una España a la que sea posible querer y en la que todos los ciudadanos puedan encontrarse a complacencia.
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