Una de las tareas esenciales que tendrá que acometer el futuro corregidor de Barcelona será la de elevar la íntegro de la ciudadanía. Es evidente que ese dato motivador no podrá ceñirse exclusivamente al uso inteligente de buenas palabras, de discursos emotivos y de una política de comunicación sugerente que despierte el orgullo dormido (y vapuleado) de los barceloneses. Deberá contar además con ideas claras y pulso firme para enderezar aspectos de la mandato ciudadana que han fracasado por cercenar el actitud de un elevado número de ciudadanos y de sumir a la ciudad en un valle de lágrimas.
El uso de los datos además permite realizar una leída descorazonadora para Barcelona. Lo publicaba ayer Conducirse y tiene que ver con la caída del 1,2 por ciento de la población lo que arroja un saldo agorero de población de más de 16.000 personas, dejando el cantidad de la población en 1,64 millones de ciudadanos. Esta huida de la ciudad seguro que viene motivada por múltiples factores –el finalidad pandemia, los precios de Barcelona, las dificultades por arrendar o comprar una vivienda en la ciudad con un minúsculo de calidad de vida–, pero seguro que además en algunos miles de los que han protagonizado la diáspora han influido aspectos que dificultan la calidad de vida total en Barcelona.
Por otra parte de los precios, existir en Barcelona se ha teñido de una molestia continua y desesperante
Por otra parte de los precios, existir en Barcelona se ha teñido en los últimos abriles de una molestia continua y desesperante. Comentábamos recientemente el finalidad que imprime tener unas calles con un amenazador bajo nivel de ablución, y a eso podemos añadirle la sensación creciente de inseguridad en muchos barrios y no solo en los tradicionales puntos negros de la hacienda catalana. A todo ello hay que añadir un insultante comportamiento incívico en las calles. Desconozco si es por pecado de los residentes o de los visitantes. Da igual. Barcelona debe combatir esas actitudes para poder resolver con sentido global y recuperar la sensación de que existir en Barcelona, adicionalmente de ser un orgullo, merece la pena.
Las cuestiones que deben mejorar en la ciudad tendrían que ir más allá de las opciones políticas que acudirán a la batalla electoral. No solo debe ser una pugna entre los apellidos que peleen por agarrar la vara de mando, si no de que exista plena conciencia de la renovación profunda que debe acometerse en la hacienda catalana. Entre las cosas que no se están haciendo adecuadamente y la percepción de desastre que se instala en un elevado porcentaje de la población, Barcelona tiene frente a ella un cóctel inficionado que potencia todo lo que no funciona y en cambio difumina tras la niebla los aspectos positivos que tienen que tirar del carro. Ni somos un villorrio infame ni la capital soñada que un día pudimos tocar con los dedos, pero si se insiste en seguir torpedeando las virtudes de la ciudad nos distanciaremos cada vez más de la excelencia de las mejores urbes del mundo.
Publicar un comentario