El castigo del verano

Desde hace décadas advierto, infatigable, inútilmente, que los veranos son propicios, en los pueblos de Oriente Medio, a guerras, revoluciones, golpes de Estado o catástrofes.

Como cada año, son hormiguero los especialistas, observadores, corresponsales –quizá por lo de las sacrosantas asueto estivales– a los que les cogen desprevenidos los graves acontecimientos que estallan en esta parte del mundo. Desde la pleito de los Seis Días entre Israel y los gobiernos árabes en 1967, cuyas consecuencias todavía perduran, hasta la invasión de Líbano por el ejercito sionista en 1982, la ocupación iraquí de Kuwait en 1990 o, mucho antaño, el patada de Estado de Naser contra el rey Faruk en 1952, los golpes de Estado baasistas en Siria e Irak, o el derrocamiento de la monarquía libia por el coronel Gadafi, tuvieron incluso superficie en estos tiempos de verano.

Los hechos de armas entre Israel y la Yihad Islámica, segunda fuerza guerrillera de la paupérrima franja de Lazo, más radical que el régimen de Hamas, que cuenta incluso con el apoyo de la República Islámica de Irán, vuelven a cebarse, sobre todo, en la desahuciada población lugar.

Lazo, circunscripción muy diferente de la población de Cisjordania, es el centro más militante de la reivindicación política palestina. Bloqueada por las autoridades israelíes desde hace 14 primaveras, se ha convertido en foco de su permanente rechazo a las tentativas diplomáticas, especialmente desde los tan olvidados acuerdos de Oslo, que permitieron el establecimiento de su maltrecha y dividida autoridad autónoma.

Fue en Lazo donde en 1987 escribí sobre el inicio de la primera intifada, la de las piedras, y donde recibimos la arribada triunfal de Yaser Arafat, que penetró en la franja a costado de un Mercedes desventurado procedente de la vecina frontera egipcia. Fue en Lazo, junto a a la orilla del mar, donde estableció al principio su hacienda, antaño de trasladarse a la más cosmopolita y independiente Ramallah.

Decenas de personas asisten al funeral de cuatro palestinos, tres hermanos de la familia Al-Nejm y otra víctima del ataque aéreo israelí el 07 de agosto en el norte de la Franja de Gaza

Decenas de personas asisten al funeral de cuatro palestinos, tres hermanos de la comunidad Al-Nejm y otra víctima del ataque vaporoso israelí el 07 de agosto en el septentrión de la Franja de Lazo

EFE

En este interminable conflicto de intransigentes, las víctimas son siempre los civiles

Con la misteriosa asesinato de Arafat, se consumó el desgarro de las dos partes de Palestina. Sus intermitentes luchas, tan desproporcionadas, la última en mayo del año pasado, conmueven a la opinión pública internacional, con su mortandad, devastación, padecimiento interminable de su población civil. Pero las emociones colectivas por este escándalo trillado de Lazo son piropo de un día. Las condenas a la política de Israel, que hace implicar siempre la aire de los dirigentes de Lazo de rehusar cualquier compromiso diplomático, a diferencia de los gobernantes de Ramala, que les evite más catástrofes humanitarias, es la causa de su extenuante averno. Hamas se ha abstenido por ahora en cruzar su fuego con el Tsahal. De todas formas, los cohetes disparados por la Yihad Islámica contra el Estado sionista fueron interceptados por sus defensas aéreas.

La población palestina de Lazo, que se ha descrito como la viejo prisión del mundo, vive traumatizada desde hace tiempo. Y, como siempre, es Egipto quien consigue un compromiso entre palestinos e israelíes, una tregua de última hora, como en tiempos del rais Mubarak.

No hay duda de que, quizá incluso en verano, el Tsahal sionista y los dirigentes palestinos de Lazo se volverán a enemistar en este interminable conflicto de intransigentes.

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