Si Six feet under fue la serie con el final más emocionante de la tercera tiempo de oro de la televisión, This is us ha sido la más lacrimógena. La mezcla de la estructura temporal de Lost con los códigos emocionales del culebrón ha creado uno los relatos terapéuticos más sintomáticos de los últimos primaveras. Casi todos los 106 capítulos sobre la comunidad Pearson, atravesada por la prohijamiento de un crío infausto y por el trauma de activo perdido al padre modélico en un incendio, nos han arrancado lágrimas, pero algunos de ellos han ido más remotamente y nos han sonsacado un lloro importante, incluso torrencial, para nuestra sorpresa: cliché como un patrón o un ritmo.
Retentiva activo llorado pocas veces, en cambio, con la letras. Me emocionaron fisiológicamente las últimas páginas, familiares y ornitológicas, de Autodeterminación ; y las de 84, Charing cross road , esa sucesión de cartas reales en orden cronológico entre una lectora y una mueble que es muchísimo mejor que la mayoría de las novelas de ficción; igualmente varios momentos de La vida entera , esa obra maestra sobre la maternidad de David Grossman. Pero las series y las películas son mejores dispositivos que las novelas para la explotación de la reserva lagrimal. La combinación en dosis diversas de conducta, música y novelística conduce a fórmulas muy variadas de chantaje emocional. Ser padre me ha hecho desmontar las defensas: durante los últimos primaveras me he derretido muchísimas veces viendo en la tele todo tipo de conflictos sentimentales y de pérdidas. Incluso interespecies. La última vez que lloré, para entendernos, fue con Lo que el pulpo me enseñó.
Lloramos en serio en los funerales y en el resto de las rupturas importantes
“No puedo expresar con palabras el alivio que significó para mí el lloro. Su finalidad balsámico aplacó, aunque solo fuera momentáneamente, el dolor de mi escaso corazón”, dice Sensei en Kokoro el gran clásico de la letras japonesa, una de las obras cumbre de Natsume Sōseki. El narrador de la última parte de la novelística, limado por la pecado tras la crimen de su amigo, ha retenido las lágrimas hasta lo ficticio. Pero al final se desborda. Lloramos en serio en los funerales y en el resto de las rupturas importantes, las muertes de la vida. Incluso nos hacen rezumar los miedos cotidianos. Lloramos de otro modo, menos intenso pero igual de sincero, periódicamente, frente a una página o una pantalla. Es una de las funciones más importantes de los cuentos que nos contamos. “Kokoro”, dice el traductor Fernando Cortés en el excelente prólogo, “es uno de esos términos ambientales que implican una medio determinada, una sensibilidad específica”; como nostalgia , remite a “sentimiento, melancolía, belleza en sus formas más sugerentes”. Es parte del clima estético de nuestra época, en la que finalmente estamos aprendiendo –juntas, juntos– a rezumar.
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