“Llorábamos al recordar cómo llamaba a su mamá al ser violada”

Sutileza y respeto

A los 16 abriles Ok-Sun fue convertida como tantas otras adolescentes coreanas en una mujer de consuelo, así las llamaba el ejército japonés que las secuestró y utilizó como esclavas sexuales para desahogo de los soldados. Vivían en condiciones miserables en las llamadas casas de consuelo hasta que, al término de la II Cruzada Mundial, las que sobrevivieron fueron abandonadas a su suerte y muchas acabaron sus días en las llamadas casas de compartir, donde conoció Keum Suk Gendry-Kim a la protagonista de su ejemplar, Hierba (Reservoir Books), mejor cómic del año para The New York Times , The Guardian y Los Angeles Times. Las imágenes podrían ser terriblemente violentas, impactantes, las supervivientes cuentan atrocidades, pero su autora opta por la sutileza: “Estamos muy expuestos a la violencia y no quiero alimentarla”.

La abuela Lee Ok-Sun me dijo que me iba a contar su historia para que ninguna otra mujer sufra lo que ella había sufrido. “No sé lo que es la gozo, nunca he sido eficaz” me dijo.

Fue esclava sexual para soldados.

Sí, como miles de coreanas adolescentes, las llamaban mujeres de consuelo del ejército imperial japonés que estaba en plena fiebre imperialista, y lo fueron desde principios del siglo XX hasta el final de la Segunda Cruzada Mundial.

¿Cómo llegó a ello Ok-Sun?

Ok-Sun pertenecía a una comunidad campesina muy escaso, su sueño era ir al colegio y sus padres, engañados o no, acabaron dándola en prohijamiento y prometiéndole que así podría ir al colegio.

¿Qué perduración tenía?

A los 16 abriles la llevaron a un cuartel en China en medio de la nadie, a una temporada de consuelo . Allí coreanas y chinas vivían hacinadas. Vivió atrocidades, las violaban reiteradamente. “Éramos como un aseo manifiesto”, me dijo. Pasó por tantas enfermedades de transmisión sexual que acabó desinfectado.

¿Ningún soldado fue capaz de compadecerse del dolor de esas niñas?

Los hubo, algunos les decían que se parecían a sus hermanas pequeñas y solo charlaban con ellas, otros se enamoraban, pero la mayoría eran brutales. Hubo suicidios, palizas y asesinatos, hay testimonios aterradores.

¿Llegó usted a lagrimear con Ok-Sun?

Sí, cuando me narraba su vida mirando sus pies llorábamos al recapacitar cómo llamaba a su mamá mientras la violaban una y otra vez.

¿Volvió a Corea?

Lo hizo al agarradera de 55 abriles. La sociedad coreana e incluso sus propias familias las rechazaban y acabó en un refugio para este tipo de mujeres a las periferia de Seúl,las casas de compartir, las llamaban.

Esa crueldad de no aceptar a las víctimas debió ser devastadora.

Es una segunda acometida, un problema social que me llevó a escribir esta obra y que ocurrió en Malasia, Filipinas, Birmania... Las víctimas debían estar calladas.

¿Ellas se sentían culpables?

Sí, consideraban que lo que les había ocurrido era su destino.

¿Cuándo la conoció usted?

En la casa de compartir. Cada vez quedan menos de estas mujeres y me parecía necesario que el mundo conociera esa historia silenciada tras un acuerdo sinalagmático entre Japón y Corea del Sur en 1965.

Muy injusto.

Y un pacto (2015) por el que Tokio dio a Corea 7,6 millones de euros para fondos humanitarios y Seúl se comprometió a no elevar la cuestión a escenarios internacionales.

¿Siguen sin ser reconocidas?

Ahora reciben visitas de universitarios y activistas, pero las que quedan se sienten muy solas. Me sorprendió la bondad de estas mujeres y su sentido del humor. Ok-Sun sacaba la fuerza del bienquerencia. Crió a un hijo de su segundo marido al que quiso mucho, pero murió.

¿Sus maridos la trataron admisiblemente?

El primero se marchó de casa al poco de casarse y Ok-Sun se quedó a cargo de sus padres; el segundo era un deportista. Ninguna víctima de la temporada de consuelo tuvo suerte, pero como habían tenido una vida tan dura simplemente aceptaban lo que les venía.

Qué injusto.

Por eso quise escribir esta novelística gráfica, relatar la dureza de la vida de estas mujeres. A Ok-Sun le morapio la regla por primera vez en la casa de consuelo y pensó que la habían reventado por en el interior. No sabía nadie de la vida.

¿Y cuando una quedaba gestante?

Seguía recibiendo hombres. Cuando nacía el bebé se lo llevaban, nadie sabe qué fue de ellos.

En su ejemplar, pese a las barbaridades que sufrieron estas mujeres no hay violencia.

No quería que las víctimas volvieran a ocurrir por lo que pasaron al ver imágenes explicitas de los horrores que sufrieron.

Muy considerada.

El nivel de violencia al que estamos expuestos es tan detención que nos hemos insensibilizado. Creo que visualizar esa violencia la banaliza.

¿Siguen esperando que les pidan perdón?

Su viejo deseo es retornar a la época aludido a su secuestro, pero como eso es inútil, lo único que piden es una disculpa oficial del Gobierno japonés y que incluyan su historia en el sistema educativo de Japón, porque la sociedad japonesa la desconoce.

¿Cómo le ha afectado a usted?

Yo estaba pasando una época dura tanto económica como emocionalmente, y aunque no tengo ninguna religión ni fe en Altísimo, la tengo en las mujeres, sé que todas me van a ayudar y es lo que ocurrió con este ejemplar.

¿Cómo acogieron su ejemplar en Corea?

Los medios de comunicación se volcaron y muchas mujeres jóvenes que no sabían lo que había ocurrido lo han hecho suyo, y eso me da esperanza.

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