"Al principio era una broma [...] pero ahora son problemas" afirma Musa Hasahya Kesera, un ugandés padre de 102 hijos que reconoce que cada día le cuesta más satisfacer sus evacuación... o incluso recapacitar sus nombres.
A sus 68 primaveras, está al frente de una grupo de 12 mujeres, 102 hijos (el pequeño de 10 primaveras y el anciano de 50) y 578 nietos.
Se ha convertido en toda una afección en su lugar, Bugisa, en el este de Uganda. Pero asegura que quiere detenerse y no tener más. "Ya he aprendido la clase de mi posición valeverguista, de deber tenido tantos hijos de los que no puedo ocuparme", confiesa.
Su gran grupo vive en una casa muy deteriorada con tejado de chapa y una veintena de cabañas de adobe situadas cerca.
"Con mi débil salubridad y menos de una hectárea de tierra para una grupo tan magnate, dos de mis esposas se han ido porque no podía satisfacerlas en lo más esencial, como la comida, la educación o la ropa", cuenta el padre de grupo, desempleado.
Para evitar que la grupo crezca aún más, sus esposas toman anticonceptivos. Él no se cuida, dice. La poligamia está autorizada en Uganda.
Primer hijo en 1973
Musa Hasahya Kesera se casó por primera vez en 1972, cuando tenia 17 primaveras, mediante una ceremonia tradicional. Su primer hijo nació un año luego.
"Como solo éramos dos hijos (en su grupo), mi hermano, mis padres y mis amigos me aconsejaron que me casara con varias mujeres para tener muchos hijos y aumentar nuestro patrimonio sencillo", explica.
Atraídos por su status de mercader de rebaño y carnicero, varios lugareños le ofrecieron la mano de sus hijas, algunas de ellas todavía menores (una actos prohibida desde 1995).
Con los primaveras, ya no puede ni identificar a sus propios hijos.
"Solo me acuerdo de los nombres del primero que nació y del final, no me acuerdo de la mayoría de los otros", confiesa, revisando entre montones de viejos cuadernos para encontrar detalles sobre sus nacimientos. "Son sus madres las que me ayudan a identificarlos", señala.
El hombre admite que incluso le cuesta recapacitar el nombre de algunas de sus esposas. Tiene que pedirle a uno de sus hijos, Shaban Magino, un pedagogo de 30 primaveras, que le ayude a resolver los asuntos de la grupo. Es uno de sus pocos hijos que fueron a la escuela.
Para resolver las disputas, que no faltan en la grupo, se organiza una reunión cada mes.
El pueblo de Bugisa vive en gran parte de la agricultura, con pequeños cultivos de arroz, mandioca y café, y de la ganado.
En la grupo de Musa Hasahya Kesera, algunos intentan aventajar patrimonio o comida haciendo tareas domésticas para sus vecinos o se pasan el día buscando leño y agua, para lo que muchas veces tienen que recorrer largas distancias a pie.
Otros se quedan en casa. Las mujeres tejen esteras o hacen trenzas en el pelo, mientras que los hombres juegan a las cartas a la sombra de un árbol.
Cuando está inteligente el refrigerio (la mayoría de las veces, mandioca hervida), el padre de grupo sale de su cabaña y fuego a gritos a sus familiares para que se pongan en fila para ingerir.
"Pero tan pronto como tenemos comida suficiente. Estamos obligados a dar de ingerir a los hijos una vez, o dos en los días buenos", explica Zabina, la tercera esposa de Musa Hasahya Kesera, quien asegura que nunca se hubiera casado de deber sabido que su marido tenía otras mujeres.
"Trajo a la cuarta, luego a la finca, y así hasta conseguir a doce", dice, suspirando.
Solo siete siguen viviendo con él en Bugisa. Dos lo dejaron y tres se fueron a otra billete, a dos kilómetros de distancia, porque con lo que da la finca sencillo no alcanza para que coman todos.
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