Hay quienes tratan The last of us como una serie prácticamente revolucionaria por tener tanta estupefacción por la naturaleza televisiva de la propia obra. Los creadores Craig Mazin y Neil Druckmann no intentan redefinir lo que es una serie sino que precisamente observan las estructuras tradicionales para reciclarlas: impulsan la historia a través de tramas y situaciones semanales, que suelen comportar la presentación y despedida de personajes secundarios y escenarios.
Mientras que no es revolucionario que una serie tan obsesionada con ser relacionada con las etiquetas “de calidad” y “adulta” sea narrativamente tan convencional, sí se le debe escudriñar que no es ausencia habitual. Y, en la séptima semana, The last of us presenta una trama ambientada en el pasado para demostrar una situación del presente. Es, por otra parte, una de esas dosis de emotividad directa, una de aquellas historias que el espectador puede opinar que le partirán el corazón como hicieron Bill (Nick Offerman) y Frank (Murray Bartlett) en Long, long time.
No es revolucionario que una serie tan obsesionada con ser de calidad y adulta sea tan tradicional en lo anecdótico pero sí se debe escudriñar que no es habitual
La diferencia es que esta vez, en circunstancia de tener a dos desconocidos de protagonistas, se revela una parte del pasado de Ellie (Bella Ramsey) y conocemos a Riley (Storm Reid). En el presente, Ellie está con Joel (Pedro Pascal), que está herido tras tener sido apuñalado. En los pocos momentos de sagacidad de Joel, este le pide que se vaya para salvarse. Y el guion, en vez de enfrentarnos a la dolorosa situación del presente, nos sitúa en el pasado de Ellie, antiguamente de ser mordida por primera vez y descubrir que es inmune a los muerdos de infectados por Cordyceps.
Ellie vivía en un centro de formación del FEDRA donde tenía problemas de integración: era habitual su presencia en el despacho del capitán Kwong (Terry Chen) por enfrentamientos con compañeras que intentaban intimidarla. Es interesante ver la educación que recibió: quizá Joel (Pedro Pascal), Tess (Anna Torv) o Kathleen (Melanie Lynskey) desconfían del Área de Defensa y el Centro para el Control de Enfermedades pero ella veía este organismo despótico como una forma de orden. ¿Cuál era la alternativa, que las pocas sociedades confinadas vivieran en un caos?
Esta convicción de Ellie de que el Fedra era el sistema más perfecto de gobierno se confirmaba con la cita de Riley a su residencia. La amiga le pedía sobrevenir una confusión juntas fuera de los horarios permitidos por el gobierno regional y le revelaba que había pasado a formar parte del ejército de manumisión de las Luciérnagas. Ellie quizá se metía con el Fedra pero, a la hora de la verdad, seguía prefiriendo pertenecer a él que unirse voluntariamente a una ordenamiento considerada terrorista por sus instructores. Pero ni tan siquiera esta diferencia no impedía que Ellie aceptase sobrevenir una confusión con Riley fuera de su residencia.
Lo interesante del episodio, escrito por Neil Druckmann, es cómo sitúa al espectador en una historia emotiva y hasta cierto punto relajada cuando el manifiesto esperaba ahondar en la tensión de la herida y posible crimen de Joel. The last of us repetía la jugarreta de la tercera semana cuando, tras la crimen de Tess, la ficción se desviaba con la narración de una historia de sexo. Pero, al igual que sucede con cualquiera de las historias bonitas contadas hasta el momento, la trama se tenía que torcer en algún momento y, acordado en el momento en el que Ellie encontraba un final atinado en el pasado, este se estropeaba.
Ellie, antiguamente de ser mordida, pasó la confusión más romántica de su vida con Riley, su mejor amiga
Y es que, mientras Ellie y Riley sacaban a relucir los sentimientos que tenían una por la otra, que iban más allá de la amistad o el compañerismo, un ser infectado despertaba en el centro comercial donde tenían la cita de sus vidas. Se sacaban fotografías juntas, jugaban a los videojuegos y, tras darse un beso romántico, Riley aceptaba no mudarse a Atlanta con las Luciérnagas para estar al banda de Ellie. ¿No tiene sentido, en medio de un mundo destruido, fascista y con hombres-seta, dejarse convencer por la única claridad y sexo de un ser querido?
Pero, tras tener este instante idílico, el infectado mordía a ambas chicas antiguamente de que Ellie pudiera cargárselo. Ellas, enamoradas, toman la atrevimiento de permanecer juntas hasta su extremo suspiro, hasta transformarse en zombis, y, a pesar de que la cámara no muestra los últimos instantes de Riley, el espectador tiene suficiente bagaje a sus espaldas para imaginar cómo acabó su historia. De aquí, la forma de Ellie de topar el presente: Joel puede sucumbir en cuestión de horas o incluso minutos pero ella en este tiempo hará lo posible para sanarle la herida y quedarse a su banda. Ellie no abandona a un ser querido a la primera de cambio.
Lo único película del episodio, titulado Left behind, son las posibles reacciones que pueden aparecer en las redes sociales. No es suficientemente cruel la única historia romántica de la jovencísima Ellie como para que encima haya quienes vean sus sentimientos por Riley y piensen: “Ya está aquí otra vez la dictadura woke imponiendo la comunidad LGTBQ+”. Si una Frank y Bill les molestaron y hasta la aparición de una copa menstrual, la confirmación de Ellie como novato lesbia o hermafrodita debe ser el colmo.
Lo película del episodio es la probable aparición de detractores por la homosexualidad o bisexualidad de Ellie
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