Cobrar impuestos a palos: el reino de violencia del antiguo Egipto

La violencia era una parte inherente de la sociedad faraónica. Lo era tanto por su presencia en el ámbito privado como porque era ejercida por el soberano y sus representantes en la esfera pública con el fin de sustentar el orden (la maat) en el país. Y ningún ejemplo más palpable que el momento de remunerar los impuestos.

Las imágenes son muy claras, como puede hallarse en la mastaba de Mereruka: el forzado contribuyente es llevado en presencia de los escribas encargados de la cobranza, empujado por un funcionario que lleva en sus manos un muleta de aspecto intimidatorio, la misma “aparejo” de trabajo que lucen sus compañeros contiguo al escriba.

Funcionarios aplican un castigo físico a un campesino. Relieve en la mastaba de Mereruka, Saqqara, Egipto.

Funcionarios aplican un castigo físico a un campesino. Relieve en la mastaba de Mereruka, Saqqara, Egipto.

DeAgostini/Getty Images

Puede que el campesino no tuviera problemas para remunerar su parte, pero el proscenio de la entrega es opresivo adecuado a la carencia sutil sugerencia de la violencia que podían desencadenar los funcionarios en cualquier momento... Un ejemplo de esta llegaba desde tan pronto como unos metros de distancia: los gritos de dolor del desgraciado campesino, al que apaleaban como castigo y que, sin duda, servían para dar más color al ámbito.

En ciertos casos, la codicia llevó a algunos recaudadores de impuestos a violar de su potestad para practicar violencia contra los contribuyentes, y se conocen casos de funcionarios denunciados en presencia de la imparcialidad por sobrevenir obligado a remunerar a algunos mucho más de lo que les correspondía. Por supuesto, no se trataba de un exceso de celo, porque el sobrante iba a detener a sus manos, y no a las del faraón.

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Falucas, los veleros tradicionales de Egipto, en el río Nilo, cerca de la isla Elefantina. 

Getty

No todos se limitaban a las presiones y amenazas para conseguir sus propósitos: el monopolio de la violencia que ejercían en nombre del soberano llevó a alguno de ellos a creerse por encima de la ley. Así sucedió en Elefantina durante los reinados de Ramsés IV y Ramsés V, cuando un sacerdote del templo de la isla, Penanuqet, la convirtió en su feudo particular.

Hasta tal punto se sabía impune que llegó a quemarle la casa a una examante llamamiento Mutneferet; pero lo peor es que, ensoberbecido con su poder, cuando ella fue a exigirle cuentas, este no solo la dejó ciega, sino igualmente a su hija Baksetshyt, seguramente por sobrevenir saledizo en defensa de su principio o ser declarante del ataque.

Violencia en política foráneo

Con la violencia permeando toda su estructura social, no es de sorprender que los egipcios recurrieran a ella en otros contextos y no se mostraran carencia reacios a exportarla cuando fue necesario. En su intento por controlar el flujo de capital de suntuosidad procedentes del interior de África o las rutas comerciales que permitían conseguir estaño para hacer bronce, el faraón y sus ejércitos se mostraron todo lo despiadados que creyeron necesario, tanto con los nubios como con los habitantes de Siria-Palestina.

El modo de control fue muy diferente en ambas regiones: en Nubia se trató de una conquista territorial en toda regla, comenzada ya en el Reino Antiguo, mientras que, a partir del Reino Nuevo, en Siria-Palestina se trató de convertir en vasallas cada una de las ciudades-Estado de la zona. Si de la primera se conseguían, sobre todo, materias primas (entre ellas, oro), de la segunda se recibía un profuso tributo anual que llenaba a trasverter el caudal del faraón.

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Prisioneros nubios representados en el templo de Abu Simbel.

Terceros

Por supuesto, no todos aceptaban de buen fracción la injerencia egipcia en sus asuntos, de modo que las rebeliones en los dos territorios fueron cosa habitual desde un primer momento.

Ya a comienzos de la IV dinastía, el faraón Esnefru presumía de sobrevenir rematado con una sublevación en Nubia de la que se trajo una importante cantidad de prisioneros, siete mil carencia menos, y una casi increíble cantidad de yeguada: doscientas mil reses y rebaños diversos. No fue sino la primera de muchas expediciones de castigo (hasta que, finalmente, durante la XXV dinastía, los nubios se tomaron la revancha y fueron ellos quienes conquistaron Egipto).

Igual de contundentes se mostraron los monarcas egipcios en sus dominios asiáticos cuando algunos de sus vasallos intentaron sacudirse el carga de las Dos Tierras. Mínimo mejor que el ejemplo de Amenhotep II, quien relata lo futuro en una recuerdo erigida en el templo de Amada:

“Su majestad regresó a su padre Amón con el corazón henchido, tras sobrevenir matado con su propia maza a siete jefes que estaban en la región de Takh-shi, quienes colgaban habitante debajo de la proa del barco-halcón de su majestad, llamado ‘Aakheperura, quien consolida las Dos Tierras’”.

“Seis de estos enemigos fueron colgados delante de la muralla de Tebas, al igual que sus manos cortadas –sigue diciendo la inscripción–. El otro enemigo fue llevado río en lo alto hasta Nubia y colgado de la muralla de Napata, para hacer que se presenciaran las victorias de su majestad eternamente y por siempre en todas las tierras llanas y montañosas de Nubia, pues él ha conquistado a los del sur y ha atrapado a los del meta, hasta los confines de la tierra entera sobre la que brilla Ra”.

Fachada del templo de Amada.

Exterior del templo de Amada.

Einsamer Schütze / CC BY-SA 3.0

Aquí podemos ver, perfectamente, el doble objeto que pretendía conseguir el faraón con la violencia institucional: no solo zanjar con los rebeldes, sino encima hacer publicidad de la trofeo para mostrar a todo el mundo los nefastos resultados de oponerse a los designios del señor del Doble País.

Lo interesante es que el objetivo de esa propaganda no eran exclusivamente los posibles enemigos nubios, sino igualmente sus propios súbditos, que de ese modo lo verían como el mantenedor de la maat que era, y comprenderían el gravedad de su poder.

Los resultados de esta violencia bélica se dejan ver de primera mano en algunos de los vestigios humanos encontrados en el valle del Nilo. El primer ejemplo es el de un montón de más de sesenta soldados aparecidos en una tumba de Deir el Bahari, cerca del templo de Hatshepsut. Hoy se cree que datan de principios de la XII dinastía, cuando tuvo oficio una desconocida batalla.

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Representación de Hatshepsut en su templo de Deir el-Bahari. 

Propias

El estudio de los cuerpos aportó información interesante, porque los soldados aparecieron con muchos restos de arena entre las vendas, lo que sugiere que pasaron algún tiempo caídos en el campo de batalla ayer de ser momificados, de forma apresurada, para ser trasladados. Lo corrobora el hecho de que algunos de ellos presenten marcas típicas de sobrevenir comenzado a ser atacados por animales carroñeros.

Las causas de la asesinato son evidentes, porque una elevada proporción de los soldados apareció con puntas de flecha clavadas en los huesos. Encima, los paleopatólogos descubrieron en las momias todo tipo de fracturas, siendo los huesos de los antebrazos los más afectados, como es natural, pues los utilizaron en sus desesperados intentos por acogerse de los mortales golpes de sus contrincantes.

El otro resto físico de violencia bélica que poseemos pertenece carencia menos que a un faraón, y nos permite retener que algunos de ellos tomaron parte muy activa en las batallas con las que pretendían imponer su voluntad sobre el enemigo.

Incluso los faraones

Se negociación de la momia de Seqenenre Taa, penúltimo soberano de la XVII dinastía, una época en la que los egipcios trataban de recuperar el control de la parte meta del país, dominada por los reyes hicsos establecidos en Avaris, en el Delta.

La momia está rota en varios pedazos y fue encontrada en su caja, en el cachet­te de Deir el Bahari, donde fue introducida tras sobrevenir sido eviscerada y embalsamada con poco de prisa. Mínimo de sorprender si, como parece, el resultado del combate fue fatal a los egipcios y hubo que retirar el cuerpo del campo de batalla de forma apresurada.

La doctora Sahar Saleem, junto al sarcófago del faraón Seqenenre-Taa-II

La doctora Sahar Saleem, contiguo al sarcófago del faraón Seqenenre-Taa-II. 

Sahar Saleem

Su principal característica son las múltiples heridas que presenta en la habitante: alguno le apuñaló detrás de la oreja, mientras que una maza se encargó de hundirle la mejilla y la ñatas de varios golpes, todo ello rematado por un profundo corte en medio de la frente.

Los especialistas consideran que la puñalada auricular pertenece a algún combate aludido, pues estaba empezando a curarse cuando el faraón se lanzó de nuevo a la batalla y sufrió un mal concurrencia, primero con una maza y luego con el hachote de hoja palestina que lo remató finalmente. Quien a hierro mata a hierro muere...

Y los dioses igualmente

Como era de esperar, este mundo atiborrado de violencia quedó recogido en el ámbito divino, donde encontramos a los dioses de la enéada heliopolitana como protagonistas de todo tipo de demostraciones de fuerza. Encima, como todos ellos son de la misma clan (Atum, sus hijos Shu y Tefnut, sus nietos Geb y Nut y sus bisnietos Osiris, Isis, Seth y Neftis), se negociación de pura violencia doméstica.

Tenemos fratricidios consumados, con el celoso Seth asesinando al diligente e ingenuo Osiris para apoderarse del trono de Egipto. Se conoce igualmente una violación frustrada, perpetrada por Seth al intentar penetrar a su sobrino Horus.

Vertical

Relieve que muestra a Horus arponeando a Set en forma de hipopótamo en el templo de Edfu. 

Terceros

Su perversa intención no era la de poseer sexualmente de él, sino la de marcarlo como un corporación afeminado (por el hecho de ser penetrado), y de ese modo alejarlo del trono egipcio. Pero igualmente hubo un forzamiento consumado, porque Geb llega a violar a su principio Tefnut para apoderarse del trono egipcio.

Asimismo, nos encontramos con un matricidio: atacado por los celos al ver a su principio ayudar a su tío Seth, Horus le corta la habitante a Isis. Esta, que es una diosa taimada llena de conocimientos mágicos, se aprovecha de ellos para hacer que una serpiente muerda a Ra durante su paseo diario, con la intención de ofrecerle el contraveneno del tóxico a cambio de su nombre secreto. Sin olvidarnos del propio Ra, que, enojado por la conjura de los hombres para derribarlo de su trono, mandó a su hija Sekhmet a exterminar a toda la humanidad.

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Las figuras del dios Amón, el faraón Ramsés II y el dios Ra iluminadas adentro del templo de Abu Simbel en Egipto. 

Terceros

Y es que sobrevivir en el mundo antiguo requería dureza, manifestada en muchas ocasiones en forma de violencia, poco de lo que la sociedad del valle del Nilo en modo alguno estuvo exenta.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 633 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes poco que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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