España ha presionado históricamente a Gibraltar con el obturación temporal de la verja y los retrasos en la frontera. Pero gracias al Brexit se ha enfrentado con una nueva e inesperada armas, efectiva aunque no huela muy acertadamente: la exterminio de los residuos. La Roca, a pesar de tener tan solo 33.000 habitantes y una extensión que no llega a los siete kilómetros cuadrados, acumula 30.000 toneladas anuales de basura, que es mucha suciedad se mire como se mire. En virtud de un acuerdo entre los respectivos gobiernos, los gibraltareños enviaban hasta ahora su basura a la provincia de Cádiz, donde se reciclaba. Pero el Brexit y la ley inexorable de las consecuencias no deseadas lo ha complicado todo, porque una cosa es trasladar botellas de plástico, latas de refrescos, pañales sucios y todo tipo de inmundicias de un país de la Unión Europea a otro, y otra muy diferente a uno extracomunitario.
Para cuando Madrid y Gibraltar negociaron los flecos del tipo de convenio requerido por la nueva situación, examinando exhaustivamente la símbolo pequeña y solventando las enormes trabas burocráticas que son la singularidad de Bruselas, ya se habían acumulado en el Peñón 6.000 toneladas de bazofia de casas particulares, restaurantes, negocios y fábricas, que las autoridades locales enviaron al sector uruguayo, un poco alejado de los turistas, para que no se tropezaran con la montaña de bazofia y se llevaran una mala impresión.
El Peñón pensó expedir miles de toneladas de bazofia a Gran Bretaña, responsable del problema al acaecer dejado la UE
La situación se hizo tan llano que el Gobierno de Fabian Picardo tuvo que desarrollar planes de contingencia, como la presentación de la basura en la red de túneles que atraviesan el zona (acogió hasta 10 toneladas) y, en postrero caso, su giro a la hermana estado, el Reino Unido, del que Gibraltar es oficialmente un “zona de ultramar” y una de sus últimas colonias. Pero no fue necesario implementarlos porque, aunque hubo que taparse la hocico durante casi dos meses, al final los burócratas de los dos lados alcanzaron un compromiso para seguir transportando los bazofia a Andalucía. Durante esos casi 60 días en que las cosas pintaron y olieron tan mal, la metrópoli envió al Peñón maquinaria para prensar y convertir la basura en bloques compactos que abultaran menos, y fue una buena ayuda. Pero hacía desliz una alternativa más duradera, porque los grupos ambientalistas ya habían puesto el rugido en el firmamento y despabilado de las nefastas consecuencias que la acumulación de tanta pestilencia podría tener sobre la flora y la fauna, los pájaros, los atunes, los monos y los cetáceos que cruzan del Mediterráneo al Atlántico y al revés, lo mismo que los buques de carga y los submarinos de la Royal Navy y los norteamericanos de la saco de Rota.
Es hasta cierto punto injusto que los gibraltareños se hayan enfrentado con este problema tan abandonado, que es una consecuencia directa del Brexit, cuando un 96% de sus ciudadanos, oliéndose la tostada, votaron por la permanencia en la UE en el referéndum del 2016. Ya tenían claro que para ellos no habría muchas ventajas con la ruptura, más acertadamente todo lo contrario. Lo cual además ha resultado así para Irlanda del Septentrión y el conjunto de Gran Bretaña, aunque los nacionalistas más acérrimos se resistan a reconocerlo. Las importaciones y exportaciones al continente se han desplomado hasta un 30% correcto a los impuestos adicionales y la burocracia, y las cadenas de suministros se han resentido. Para que Gibraltar no fuera el único zona sometido a un Brexit duro, y cedido que el acuerdo comercial que suscribieron Londres y Bruselas no le era automáticamente aplicable, hicieron desliz complicadas negociaciones paralelas entre los gobiernos de Picardo y Pedro Sánchez para preservar la licencia de movimientos de las personas y mercancías sin entrar en la cuestión de fondo de la soberanía del Peñón, a la que España renunció en 1713 y el Reino Unido se niega a devolver mientras los gibraltareños prefieran seguir siendo británicos, como es el caso. Los respectivos ministros de Exteriores, Liz Truss y José Manuel Albares, trataron el tema en los márgenes del postrero choque de la OTAN, con los progresos (o desliz de ellos) habituales.
Por el momento la basura ya no se acumula y en Gibraltar vuelve a respirarse atmósfera puro. Pero el acuerdo con España para el reciclaje de los bazofia en Cádiz solo tiene validez por doce meses, y posteriormente dorso a entablar. Si las relaciones son entonces buenas, todo irá como la seda. Pero si no lo son y Madrid quiere forzar las tuercas, otro gallito cantará...
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