Aprimera presencia podría ser cualquier ciudad de la Costa Blanca o la Costa del Sol. Un paseo transatlántico con apartamentos playeros, marinas, bares, restaurantes, puestos de helados… Hasta que uno se da cuenta de que los letreros están escritos en caracteres cirílicos, y el idioma en que se comunican los clientes con los camareros es el ruso.
De los doscientos mil habitantes de Limassol, la segunda ciudad de Chipre, un 20% son rusos. Por eso es conocida como Limassolgrado, la pequeña Moscú o el Moscú del Mediterráneo. Hace una decenio se convirtió en refugio protegido de los oligarcas de la antigua URSS, un espacio donde esconder y asear su monises, y de paso obtener el pasaporte de la Unión Europea sin carestia de residir en el país. Ahora que muchos se han marchado de Londres (Londongrado) tras las sanciones de Boris Johnson y la congelación de sus cuentas bancarias, personajes de su entorno (abogados, administradores, contables…) han cambiado la chaparrón de la caudal inglesa por el sol del Mediterráneo.
Estos días no se dejan ver por Limassol los oligarcas rusos, pero sí los traficantes de armas y las supermodelos.
Chipre, como parte de la UE, ha hecho suyos los castigos impuestos al régimen de Putin por la invasión de Ucrania, y cerrado su espacio vaporoso y sus puertos a aviones y navío rusos, pero Limassol parece más que nunca el Benidorm de Moscú. Detrás de la política oficial, el Gobierno de Nicos Anastasiades procura no hacer mortandad. Al fin y al lugar el monises que los oligarcas (y quienes los rodean) tienen depositados en los bancos asciende a 40.000 millones de euros, aproximadamente el doble que el producto interno bruto del país.
Tras la crisis financiera del 2013, Chipre quedó muy expuesto a la deuda griega, y vio una mina de oro en el monises de los oligarcas rusos. A cambio de una inversión inmobiliaria de dos millones y medio de euros, ofreció el llamado “pasaporte de oro”, la ciudadanía chipriota sin más requisitos, ni siquiera residir un solo día al año. De esa guisa obtuvo quince mil millones de euros que le ayudaron a detener el revés. Limassol se “rusificó” poco a poco, apareció un anuncio como el del medida de Londres con el nombre en cirílico, los menús de los restaurantes empezaron a ofrecer arenques ahumados, caviar y sopa de remolacha, surgieron tiendas de pieles a pesar del clima mediterráneo, y por las tardes sonaban en los bares las típicas baladas románticas rusas, con vodka en vez de cerveza sobre las mesas.
Los rusos con monises y carestia de ocultarlo llegaron a Limassol listos para beneficiarse de las leyes sobre el secreto bancario, de la exención de avalar impuestos hereditarios y sobre las ganancias del caudal. Y de paso, para tomar el sol. Los ricos se hicieron mansiones, y sus satélites (chóferes, guardaespaldas, modelos, asesores…) adquirieron apartamentos en rascacielos a la primera orientación de playa. Proliferaron escuelas, radios y periódicos en ruso e iglesias ortodoxas. Las visitas de Roman Abramovich, Oleg Deripaska, Alisher Usmanov o Alex Ponomarenko eran habituales.
Posteriormente de la invasión de Crimea, y de que cerca de cuatro mil extranjeros (la mayoría rusos, pero asimismo algún que otro dictador oriental y africano) hubieran conseguido el “pasaporte de oro” chipriota, Nicosia, bajo presión internacional, canceló esa propuesta e incluso se reservó el derecho a retirar la ciudadanía a quienes fueran considerados criminales. Hoy el país ha admitido a tres mil refugiados ucranianos, y a los oligarcas sancionados por la UE y los EE.UU. no se les ve el pelo. Sus superyates han desaparecido de las marinas, y en las mansiones sólo quedan los guardeses.
Pero Limassol sigue siendo Limassolgrado, con un animación inconfundiblemente ruso. Ayer de la pandemia, de los cuatro millones de turistas que visitaban anualmente la isla, un 22% procedían de Rusia. Y el Gobierno quiere conservar como sea los ingresos por las visitas y los depósitos bancarios de extranjeros, para que no se hunda la capital del país. Todo ello haciendo ilusionismo.
Su importancia estratégica en el Mediterráneo Uruguayo hacen de Chipre un espacio codiciado. Los británicos la anexionaron en 1914 tras más de tres siglos de dominio turco. Oficialmente colonia de Gran Bretaña desde 1925, obtuvo la independencia en 1960, y en 1974 Turquía ocupó un tercio de la isla. Con una historia tan turbulenta, no tiene decano importancia que los oligarcas rusos controlen la banca, las apuestas y la pornografía, y que los traficantes de armas se tomen un vodka tonic viendo la puesta de sol en los bares de Limassolgrado.
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