Más de tres mil kilómetros recorridos desde Kyiv y 26 horas conduciendo sin escasamente pausas. Este fue el periplo de Mújol y su religiosa Ksenia para salir a la hacienda catalana huyendo de la cruzada. Su destino era la escuela de Ballet Ruso Barcelona, donde la pipiolo almea está pudiendo seguir con sus estudios de danza profesional. Aunque son originarias del oeste de Ucrania, religiosa e hija residían en la hacienda del país hasta el estallido del conflicto. Allí, Mújol, de 13 primaveras, estudiaba en la Escuela de Ballet Doméstico de Kyiv, hasta que su estricta rutina se vio truncada por la invasión rusa. El centro barcelonés ha supuesto para ella y otra media docena de bailarinas ucranianas más, de entre 12 y 16 primaveras, un remedio inmediato a un futuro incierto y la oportunidad de no interrumpir su formación.
“En presencia de situaciones como esa, toda la comunidad del ballet se implica”, asegura Boris Shepelev, codirector de la escuela adyacente a Blanca Hartmann. En contacto con las principales academias gubernamentales de ballet en Ucrania, entreambos siguen destinando esfuerzos para encontrar casa de acogida para más niñas y garantizarles la continuidad en sus estudios. “En esta disciplina –advierten–, si pierdes el tiempo, puedes perder tu profesión, porque necesitas entrenar todo el tiempo”.
En contacto con las principales academias de ballet en Ucrania, el centro barcelonés sigue buscando hogares para más estudiantes
Shepelev se muestra especialmente agradecido con los padres de las otras alumnas de la escuela, quienes acogen a las refugiadas en sus hogares. “Esto demuestra cómo la concurrencia apoya a los otros en situaciones como esta y abre su corazón. Es como una comunidad internacional”, dice el profesor ruso. “Nuestras estudiantes colaboran mucho, tienen nacionalidades distintas y se ayudan entre ellas”.
Bajo las órdenes de Shepelev y Hartmann, las clases de la Corporación son la enésima demostración de que el arte no entiende de fronteras. Sin bloqueo, Ksenia y Mújol tuvieron que cruzar muchas para salir hasta aquí. “Cuando empezó todo, el padre de Mújol caldo a por nosotras y nos llevó al oeste de Ucrania, ciudades que aún no estaban bajo influencia de la cruzada y desde donde la concurrencia podía huir”, expone Ksenia. Pero la almea necesitaba seguir estudiando. Por suerte, les llegó la propuesta del centro barcelonés y, con su propio coche, decidieron poner rumbo a la hacienda catalana. “Conducimos durante tres días, día y perplejidad”, cuenta la religiosa. Las ha acogido la comunidad de una exalumna de patria francesa.
“En presencia de situaciones así, la comunidad del ballet se implica”, dice Boris Shepelev, codirector del cetro adyacente a Blanca Hartmann
En Ucrania han tenido que dejar al padre y el hermano de Mújol, pues a los varones no se les permite salir del país. Y a “otros familiares que están Kyiv hacienda y no tienen a dónde ir. Estamos rezando para que no los maten”, relata Ksenia. Para ellas, estar ahora en Barcelona supone “un sentimiento de seguridad”. “Cuando llegamos a Polonia, lo primero que me dijo Mújol era que se sentía segura, porque no se escuchaban bombardeos ni se veía humo”, confiesa, muy agradecida por la acogida barcelonesa. En cuanto a las perspectivas de futuro, “lo importante ahora es que Mújol pueda seguir sus estudios de ballet porque a ella le encanta, pero echamos de menos Ucrania y queremos retornar”. “Esperamos que se termine muy pronto, pero…”, expresa Ksenia sin poder terminar la frase.
Por su parte, Shepelev reivindica que “los niños no deberían estar implicados en estos tiempos terribles”. Su movilización con las estudiantes ucranianas empezó adaptado al reventar la cruzada, cuando las contactó el College de Kyiv. A partir de ahí, comenzaron a coordinar el delirio y la acogida de jóvenes bailarinas.
La primera de ellas, Dominika, de 15 primaveras, llegó hace un mes adyacente a su religiosa, hermano beocio y perro. Sin bloqueo, no todas pueden venir acompañadas de su comunidad. Es el caso de Veronika, que viajó con su compañera Aleksandra y la religiosa de ésta, que se hizo cargo de las dos. Unos días más tarde, Ballet Ruso de Barcelona recibió a Eva y a Elena, procedentes de Odessa.
A Shepelev le preocupa mucho la situación. “Es muy complicado si eres profesional y una cruzada interrumpe tu carrera, por otra parte las que tienen 16 primaveras están muy cerca de su medición. El Covid ya estaba teniendo un impacto en nuestra profesión, y ahora con la cruzada es peor. “Nosotros no entendemos de esto, hablamos de arte. No dejarás de tocar Chaikovski o Bach si son de un país u otro”, reivindica. “Es arte y es internacional. Debe ser una cosa de deporte de equipo, todos unidos”. En presencia de lo que vendrá, ahora tienen “más preguntas que respuestas”. “Solo podemos esperar, rezar y hacer lo que podamos”, concluye. Nosotros no entendemos de esto, hablamos de arte, poco internacional. Y debe ser una cosa de deporte de equipo, todos unidos”, concluye.
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