Un concierto en la Luna

Hace primaveras me hablaron de cualquiera que había tenido una horrible pesadilla. Soñó que estaba despierto mientras todos los demás dormían; luego soñó que se dormía mientras todos los demás despertaban. Pero lo peor no sería eso, sino lo que vendría luego. Ya en estado de ayuno, no podía dejar de preguntarse qué cosa había tratado de decirse a si mismo mientras todo aquello sucedía. En ocasiones los sueños son como un enjambre de abejas que has de espantar de tu cerebro. En otras, una puerta que se abre y te muestra el paraíso. Una confusión Jorge Pardo tuvo uno de estos. Como tantas veces había vivido en el mundo auténtico, el músico volvía a salir de viaje con el Sexteto de Paco de Lucía. Montó en el avión y en el asiento de al costado le estaba esperando el guitarrista de Algeciras. Pero había poco extraño en aquella avión, tan distinta a las que había conocido ayer, que le inquietaba en secreto. ¡Qué raro!

“Paco, ¿adónde vamos a tocar?”

Jorge Pardo encontró en el flamenco una zona de brujería y posibilidad; un documental lo sigue por medio mundo

“Ah, ¿pero no te lo han dicho? A la Vidriera”.

Jorge Pardo, 65 primaveras, larga trenza blanca y luceros reidores, lo cuenta al inicio de Trance . Una película documental de Emilio Belmonte que durante dos primaveras sigue por medio mundo al inmenso flautista y saxofonista de jazz que encontró en el flamenco una zona de brujería y posibilidad. Un espacio reñir donde imaginar otras formas de ser. Las ideas y las personas son siempre bienvenidas en el sonido de un músico que un día soñó que le compraban un billete a la Vidriera y volvió con una revolución estética. En la película, por momentos de una belleza vertiginosa, hay risas, juerga y compadreo en los camerinos y en los bares, aplausos y verdad en el proscenio, colaboraciones entre extraños que se casan jubilosos ( Ambi Subramaniam, Chick Corea, Diego Carrasco, Tomás de Perrate, Diego del Morao, Ana Morales, Carles Benavent, Tino di Geraldo...), bailes espontáneos en la calle con los niños del judería sevillano de las Tres Mil Viviendas, momentos de soledad y tedio en los hoteles, reproches de un hijo al que aún le pasan ejecución sus ausencias y la sensación de derrota de una novia cansada de que la deje plantada cada fin de semana sin más explicación. “Te pediría un poco de complicidad, porque si no, no tengas una relación. Ya te vale, tío. No puede ser…” , se audición en el mensaje que le deja en el hendidura de voz. Ya lo dijo Robert Filliou, “el arte es lo que hace la vida más interesante que el arte”, aunque a veces las verdades cotidianas, como las notas musicales, son necesariamente resbaladizas. Pero por encima de todo está la alentadora determinación de un hombre que decidió rebosar del camino afectado para “ poder seguir alquilando mi sencillez y dar lo mejor de mí mismo”. No es poco. Suyos son algunos de los más hermosos retazos que ha legado la música española de los últimos cuarenta primaveras. No puedo más que aplaudir. Y desear que siga tocando en la Vidriera.

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