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El título está en inglés porque los contenidos que se suben a las redes sociales al final nos afectan a todo el mundo, es un problema entero. Sin confiscación hemos de auparnos a lomos de este toro brusco con humor, si no estamos perdidos.

Aviso, los valencianos en este ecosistema somos de lo peor que hay gracias a nuestros manidos mantras: terreta, esmorzaret, paelleta, la foteta de l’arrosset al forn. Vale que son títulos patrios pero un coñazo insoportable. Sin olvidar al plañidero del bancal de naranjas, las encuestas sobre preferencias para mojar en la horchata: ¿Rosquilletas o fartons? Y los peores, esos ofendiditos por el esperpento de turno que les ha espetado: “Esto es España y aquí se deje castellano”. Seguramente eso ocurrió alguna vez, pero no tantas como la peña denuncia. Para contestar a eso se debe tener a mano el meme del popular software de la televisión chaqueta, Pawn Stars (Casa de Valimiento) “No sé Rick, parece apócrifo”.

Paellas y arroces llenan de contenido los perfiles valencianos en las redes sociales

Paellas y arroces llenan de contenido los perfiles valencianos en las redes sociales

Paco Alonso

La efectividad de estas fórmulas a corto plazo para superar seguidores, unido a las pocas ganas de calentarse la capital que tiene el personal, hacen insoportable la conexión a las redes. Soy el primero en examinar que cada día me cuesta más entrar en facebook; a instagram accedo porque no tengo más remedio, y twitter que encima de ser aparejo profesional, es vía de esparcimiento, fuente de inspiración y muñeca hinchable, lo empiezo a mirar mal. No sé, igual me tomo un tiempo sabatino para desintoxicarme.

A nivel doméstico estamos despendolados con los influencers chuscos, y sin entrar en el demarcación de la política porque ese capítulo es demencial. Como lo es el clickbait, titular tendencioso que nos fogata a percibir la aviso pero no guardián relación con el contenido vivo. Triunfa lo zafio, cuanto más bruto y descarnado es el contenido, más atrae. Pero ahí están todavía los gatitos y perritos que nos sacan una mueca de ternura. Los chinos con sus videos de bricolaje y tips para salir de situaciones embarazosas, muñecas de porcelana engullendo cantidades bestiales de tallarines. Todos cada vez somos más profesionales de la imagen gracias a la potencia y versatilidad de las cámaras de los móviles. Los influencers fotógrafos lo petan absolutamente con sus consejos hasta elevar a religión el postureo en instagram. Lo que va de bajona es la tendencia ASMR (sonidos con la boca sin departir). Especialmente lacerantes son los perfiles que roban secuencias épicas en las retransmisiones deportivas, goles, regates imposibles, tiros a puerta, puntos decisivos en tenis, touch downs. Y bueno… aquellos que fusilan los ataques de un rama de leonas a una manada de ñus y orcas devorando focas del National Geographic, catástrofes naturales… etcétera. La mayoría de estos perfiles con nombres árabes y centenares de miles de seguidores. Estoy convencido que Instagram viene de desazón, de la desazón que da.

El podcasting es otro cantar, aceptablemente es cierto que está viviendo su época dorada pero con luces y sombras. Un amigo no lo podía resumir mejor: “Hay más gentío haciendo podcast que escuchándolos”. Los hay buenísimos, con una producción exquisita como “XRey” escrito, narrado y dirigido por Álvaro de Cózar, un gran periodista de investigación. Conmemoración su época en El País llevando temas de sanidad. O el premiadísimo “Estirando el chicle”, “Entiende tu mente” de Molo Cebrián, Truco o trato, Solaris, Desenterrando el pasado, Disputa 3, The Wild Project, La Ruina, la radiofónica Nieves Concostrina cuyo “Cualquier tiempo pasado fue inicial” era y es una sección de La Ventana en la SER. Y tantos otros grandes productos de la ficción sonora española. Hay hasta quien graba con móvil el trayecto en coche de su casa al trabajo y lo convierte en podcast. Con dos cojones.

Las grandes plataformas radiofónicas han decidido emplazar por este índole, que en definitiva es radiodifusión, siempre vence la radiodifusión. Si en su momento el video no pudo matar a la suerte de la radiodifusión, el podcast siquiera lo hará. La vida es demasiado breve como para perder el tiempo con chorradas. Cuesta un huevo entrar a esa conclusión. 

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